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Actualizado: 06 mar 2022 / 05:09 h.
  • Varios soldados del ejército ucraniano en Irpin (Ucrania). Diego Herrera / Europa Press
    Varios soldados del ejército ucraniano en Irpin (Ucrania). Diego Herrera / Europa Press

Por ahora, de ninguna manera se derrota a la guerra, ya lo adelanto, así que no hace falta seguir leyéndome. Comprendo que nuestra conciencia escrupulosa nos obligue a decir eso tan ambiguo de “No a la guerra”. Escribo estas líneas por placer, para dejar constancia en un texto de mis reflexiones, pero conste que la guerra, por el momento, es una mancha que no se quita ni con Norit el Borreguito, ni siquiera con Cebralín o El Milagrito. Pero por teorizar nada se pierde, si tenemos el “No a la guerra”, ¿por qué no vamos a tener el por qué no al no a la guerra? Se podría intentar matar a la guerra de varias formas.

Cambiemos al ser humano

Una, cambiando al ser humano que posee una pulsión violenta, una característica de animal territorial y, como todo ser vivo, una necesidad innata y, por tanto, biológica, de durar en el tiempo y de prolongarse cuanto le sea posible. Si para ello debe matar, mata, lo ha hecho desde la tribu más primitiva hasta la Iglesia. Una tribu asalta a otra y mata para robarle las mujeres y seguir existiendo. En la película El Gatopardo se lo dice el príncipe de Salina a su sacerdote jesuita: ¿Cree usted, padre, que si la Iglesia necesitara eliminarnos para vivir ella, no lo haría? Y lo vería lógico”, añade el noble en el filme de 1963 basado en la novela de Lampedusa, del mismo nombre, dirigida por Lucino Visconti.

De manera que, por esa parte, difícil tenemos detener la guerra, aunque no imposible, basta con esperar a que la razón vaya poco a poco imponiéndose a la emoción y administre así la necesidad. Veremos si eso sucede porque hasta ahora las mejoras que hemos comprobado en la especie se deben precisamente a la guerra y a los conflictos entre humanos, en general. Los avances para todos o para el mayor número de personas no los regala un poder formado por humanos, una especie animal egoísta por naturaleza, no social, sino que se conquistan y, ay de mí, se alcanzan por obra y gracia de la violencia y de la guerra, o, ¿por qué tenemos un trabajo de equis horas y no más?, ¿por qué unos países no siguen perteneciendo a otros? Porque todo lo anterior y mucho más se ha ganado en el campo de batalla o con otro tipo de resistencias o bien porque uno ha creído que nada podía sacarle al otro de provecho para sí mismo.

Liquidar la OTAN

Segunda forma. Esta vale si consideramos que la evolución hacia la paz es posible. Empezando a pensar en desmontar la OTAN, ¿para qué sirve la OTAN? Dicen que es una organización defensiva. ¿A quién defiende? ¿A mí? ¿De quién? ¿De los terroristas? ¿De Putin? ¿O de la OTAN misma? La OTAN es el brazo armado de mi mundo, el gendarme del FMI, de la OMC, del Banco Mundial, es la encargada de disparar las armas con las que apuntan las fábricas de armamento y, como dicen los del teatro, siempre que aparece en escena una pistola -o en una película- es porque alguien va a utilizarla. El presupuesto mayor del mundo en armento es el de EEUU: unos 700.000 millones de dólares (Andalucía iba a tener un presupuesto de 43.000 millones, tumbado por la oposición, Vox incluido, y era el mayor de su historia... Comparen).

Rusia maneja unos 70.000 millones. Menudo pistolón hay en la escena, habrá que utilizarlo, si lo quitamos de en medio, quien huye de la tentación, huye del pecado. Pero entonces nos topamos con la forma anterior, la una, descrita antes para acabar con la guerra. Y con una derivación de esa forma: el fabricante no domina lo que fabrica sino que es al revés: lo fabricado le exige a su dueño que lo venda, toma cuerpo por sí mismo y se torna en dueño de facto.

De nuestros hogares al darwinismo social

Si todas las casas, pisos y apartamentos del mundo están cerrados a cal y canto para los vecinos, ¿cómo vamos a acabar con la guerra? Si tales cierres los llevamos a cabo a niveles pequeños es porque no nos fiamos de nadie, queremos conservar lo que es nuestro y en ciertos países -EEUU, México- es legal tener armas en casa y pegarle un tiro al intruso. Entonces, ¿a qué viene lo del “No a la guerra”? Muy bien, cada cual es dueño de sus palabras y de sus deseos, mañana podemos decir “No a las picaduras de avispas” o “No al ocaso porque se hace de noche y no se ve”. De ilusión también se vive.

Ahora bien, sólo con plantearse este tema se adelanta algo, lo que no sabemos es cuántos cientos de años tendremos que esperar para detener la guerra ni si no podremos hacerlo porque lo impedirá la propia guerra que, para algunos ideólogos del imperialismo y el colonialismo, es una forma de darwinismo, una fiebre como la que le entra al cuerpo para librarse de toxinas. Una fiebre es una crisis de la que se sale fortalecido.

Los fuertes son los occidentales. El liberalismo imperialista y colonialista del siglo XIX, sobre todo, se lo creyó y acaso contagiara a Hitler que se tenía por esos seres fuertes que la naturaleza preserva, siguiendo las conclusiones de Darwin. A esto ya saben ustedes que se le llamó “darwinismo social”. El historiador Richard Weikart expresa que el darwinismo social es una doctrina que surgió en el siglo XIX, un intento de aplicar la teoría darwiniana para comprender las sociedades humanas, afirmando que la sociedad progresa (»evoluciona») a medida que los individuos más adaptados y capacitados sobreviven socialmente, la «supervivencia del más apto». Difundió la idea de progreso y superioridad de la civilización. El darwinismo social intentó formular una visión muy particular de las teorías de Darwin pero que suele contradecirse con el darwinismo original. Darwin no dijo nada claro sobre el darwinismo social, se puede deducir de algunos de sus textos pero desde luego Darwin no afirmó que una serie de individuos tuviera que matar al resto para generar el progreso sino que esa labor ser la dejó a la naturaleza.

Hay un tipo de darwinismo social que justificaba el militarismo, el racismo e incluso el exterminio racial. Industriales, militares y políticos se unieron a esta idea. Muchos biólogos darwinianos de finales del siglo XIX y principios del XX eran darwinistas sociales que promovían el capitalismo del laissez-faire y/o el militarismo y / o el racismo y / o el exterminio racial.

De nuevo, todo lo anterior nos lleva al punto uno: la necesidad de que para liquidar la guerra el humano actual sea superado por el humano futuro, el que de verdad no solamente diga “No a la guerra” sino que detenga la guerra empezando por la que él mismo libra consigo mismo y con sus vecinos más próximos. Y, antes, nos cuente cómo se debe parar la guerra y quemar la pancarta de una puñetera vez. Por innecesaria.

Lo anterior exige una evolución cerebral desde lo emocional primitivo hasta lo racional, suponiendo que todos los humanos lo hagan al mismo tiempo. Y como esto es más bien complicado casi se puede afirmar que la guerra nos acompañará siempre. Así que no quemen la pancarta que menos da una piedra.