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Actualizado: 06 nov 2016 / 12:42 h.
  • Doña Cuaresma engulle a Don Carnal
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  • Doña Cuaresma engulle a Don Carnal

El pasado mes de febrero la Peña Carnavalesca El Empalme, organizadora en los últimos 22 años del carnaval del barrio de San Jerónimo, convocaba en el teatro del colegio San José de los Padres Blancos el I Concurso provincial de Agrupaciones Carnavalescas de Sevilla. Era una intento más, el enésimo, por mantener viva en Sevilla la llama de las fiestas de Don Carnal, una tradición que, con apoyo oficial, vivió su época dorada en los años treinta del pasado siglo pero que nunca terminó de cuajar por estos lares, engullida quizás por la cercanía de Doña Cuaresma y por la siempre alargada sombra del pujante carnaval de Cádiz.

Aunque los antecedentes del carnaval en Sevilla se remontan hasta la segunda mitad del XIX, con la presencia de algunas «comparsas y estudiantinas», muy pocas, que recorrían las calles cantando y pidiendo dinero, es a partir de 1900 cuando estos conjuntos adquieren un enorme auge, un florecimiento en el que jugó un papal destacado un ilustre gaditano, Antonio Rodríguez Martínez, el Tío de la Tiza (Cádiz, 1861-Sevilla, 1912), que apareció por la capital hispalense en 1906 como inspector de la Compañía Catalana de Gas. A su ingenio se debe el que está considerado como el himno del carnaval gaditano, el tango de Los duros antiguos. Sin romper el cordón umbilical con la Tacita de Plata, el Tío de la Tiza logró organizar aquí unos carnavales con más decoro y orden, consiguiendo sacar las primeras carrozas, engalanadas con vistosa decoración y buen gusto, y creó en Sevilla agrupaciones como Las Panderetas, Los Canarios y Los Japoneses.

Es también por esta época cuando surgen las murgas, una de las creaciones populares más relevantes de la Sevilla del siglo XX. Cuenta José Aguilar en su libro Los carnavales y la murga sevillana de los años 30 que estas agrupaciones llegaron a constituirse en el espectáculo favorito de una enorme masa popular, de ahí que sus componentes fueran contratados por una cantidad fija cada noche para cantar en los mejores teatros de la ciudad. Ante el éxito alcanzado en sus actuaciones, basadas en un humor cándido, las murgas sevillanas acabaron profesionalizándose, independizándose de su relación con las fiestas de carnaval e incluso hacían temporadas en cafés de Córdoba, Málaga y Madrid. Su éxito explicaría que, a pesar de que la Guerra Civil barriera por completo las fiestas del carnaval en Sevilla, estas agrupaciones sobrevivieran hasta los años sesenta.

Las murgas no tomaban el nombre de las vestimentas o tipos de sus componentes pues solían ir vestidos de smoking vistosos y coloristas. Más bien adoptaban el nombre o apodo del maestro o del cómico principal de la agrupación. Para la posteridad han quedado murgas como la de Manolín, Carabolso, Revoltoso, Escalera y Taburete, quienes no sólo interpretaban canciones y versionaban las coplas más populares de la época, sino que también escenificaban pasillos de comedia, contaban chistes y hacían otras mil ocurrencias para divertir al público, lo que convertía sus actuaciones en un espectáculo cómico completo.

My pronto las murgas se convirtieron en protagonistas de un carnaval que, sin llegar nunca a alcanzar el arraigo popular de la vecina Cádiz, vivió sus tiempos gloriosos en los años treinta, a pesar de que en la prensa local de la época se podían leer titulares como «Sevilla no siente este festejo de las Carnestolendas». Es en esta época cuando la gente acude al carnaval atraída por los bailes, los desfiles y la oportunidad de divertirse, aunque también en la fiesta de Don Carnal se advierte cierta distinción de clases. La cabalgata y los bailes de sociedad son patrimonio de las clases alta y media, mientras que las murgas y los bailes en quioscos, bares y cabarets atraen a las masas populares. La avenida de la Palmera y el parque de María Luisa eran el eje de la celebración de los carnavales sevillanos. En la Palmera tenía lugar la cabalgata representativa del carnaval y el paseo de coches y carruajes. Además de las carrozas oficiales, la cabalgata se componía también de camiones modestamente adornados por espontáneos y de automóviles publicitarios de diversos productos. «Sevilla, es cierto, no vivía para el carnaval, pero sí vivía el carnaval intensamente», afirma José Aguilar en el ya mencionado libro sobre la forma de celebración de los sevillanos de esta fiesta.

La tremenda voluntad reglamentista de las autoridades locales terminará siendo, allá por 1934, una de las causas fundamentales de la decadencia de las fiestas de carnaval en Sevilla: las inundaciones de 1936 y, sobre todo, el estallido de la guerra civil terminaron por dar la puntilla a la historia de los carnavales sevillanos y, aunque las heridas de la guerra se acabaron cicatrizando y, con el tiempo, se relajó la censura, nadie ha sido capaz de resucitar aquellas fiestas como hicieran otras ciudades y pueblos andaluces.

Los intentos de resucitar el carnaval en Sevilla tras la represión y en un contexto bien diferente han sido, hoy por hoy, tímidos y voluntaristas, y a veces envueltos en la polémica.

El primero de ellos se produjo en el año 1979 cuando la Junta de Andalucía concedió el permiso para organizar en la Alameda el «primer neo-carnaval sevillano». Dos grupos de teatro, varios grupos musicales, los ya «famosos murguistas de la Alameda, Antonio y Manolo, tracas, disfraces y el muñeco de carnaval» componían los principales atractivos de un polémico cartel que se encargaría de abrir con el pregón de apertura el «famoso gay cinematográfico» Ocaña. La iniciativa fue contestada duramente por la prensa local más conservadora, que vio en este intento de resucitar los tradicionales carnavales sevillanos un «despliegue gay», advirtiendo del peligro de que estos neocarnavales se convirtieran en una «vulgar mariconada». «Los sevillanos tienen ante sí una delicada cuestión: o podemos resucitar el Carnaval como han hecho con derecho y mérito Cádiz y Santa Cruz de Tenerife, Trebujena e Isla Cristina, o podemos impedir que sea algo popular, espontáneo, interclasista, tolerante, abierto a todos. Ojalá nos equivoquemos, pero lo que quieren organizar en la Alameda se dice sevillanamente con una palabra muy fuerte. Y entonces daremos un pretexto más a los que afirman que bien muerto está el Carnaval. Lo cual no es cierto: Sevilla debe tener Carnavales, pero no bacanales», se editorializaba en la prensa de entonces.

Desde principios de los ochenta y durante varios años consecutivos, el Ayuntamiento de Sevilla organizó en el Teatro Lope de Vega un «festival de coros, comparsas, chirigotas y cuartetos» con la participación de agrupaciones premiadas en el concurso de Cádiz, cuya fama comenzaba a extenderse gracias a las primeras retransmisiones radiofónicas y de televisión.

Comienza a crearse en Sevilla una gran afición al carnaval gaditano y, especialmente, a su concurso de coplas. Luis Chamorro, un estudioso del carnaval sevillano, habla de la «irrupción de una fiesta de carnaval a lo gaditano». Es el año 1982 cuando la capital sevillana envía al Teatro Falla a la primera de sus agrupaciones, la chirigota Los caperucitos enrrollaos, abriendo una senda que luego han continuado otras muchas agrupaciones hasta copar las cuatro modalidades del certamen de coplas: coros, comparsas, chirigotas y cuartetos.

Con letra de Salvador Fernández Julbez y música de Macario Blanco, el germen de esta primera chirigota que pisó las tablas del Falla surgió en la barriada del Carmen o de Elcano, donde se asentaba un gran número de trabajadores de los Astilleros sevillanos. Un año después, en 1983, a la chirigota de la barriada del Carmen, Curro Telera y su cuadrilla Torera, se sumó otra de la barriada de Alcosa, El Dios Baco y los que formaron el taco. Nombres como los de Salvador Conesa, Manuel Silva, Javi Cuevas, Antonio Pérez Marsellé, Agustín Peña y el escritor Antonio Burgos, con sus letras para el coro de la Viña, se convierten en los precursores de una presencia sevillana en el Carnaval de Cádiz que, hoy día, cuenta con valores de la talla de Antonio Pedro Serrano el Canijo de Carmona –ganador de varios primeros premios con su chirigota– José Antonio Alvarado y Lolo Álvarez Seda.

Manuel Silva, sevillano de Bollullos de la Mitación y uno de los grandes precursores de la presencia sevillana en el Teatro Falla, adonde ha llevado comparsas, chirigotas y cuartetos, pone el dedo en la llega al analizar las causas de por qué el carnaval no ha triunfado en Sevilla como fiesta propia: «Intercalar una fiesta profana entre la Navidad y la Semana Santa aquí en Sevilla es tarea imposible».