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Actualizado: 10 feb 2018 / 20:16 h.
  • Susana Gaytán, en su área de trabajo en la Facultad de Biología de la Universidad de Sevilla. / Jesús Barrera
    Susana Gaytán, en su área de trabajo en la Facultad de Biología de la Universidad de Sevilla. / Jesús Barrera

Su pequeño despacho, en el departamento de Fisiología adscrito a la Facultad de Biología de la Universidad de Sevilla, en el Campus de Reina Mercedes, haría las delicias de cualquier niño o niña. Es un abigarrado imaginario lleno de pequeños muñecos, figuras, juguetes y fotos. Son de los que utiliza en sus talleres de divulgación científica y/o de prevención de la violencia de género. Con los que se afana en anular el distanciamiento entre el ámbito académico y el social. “En las vísperas de este 11 de febrero, proclamado el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, he estado en varios institutos de Sevilla y de la provincia. Para hablar a chavales y chavalas de todos los niveles de Enseñanza Secundaria (ESO) y convencerles de que la Ciencia es interesantísima. Para que se dediquen a ella y descubran que es mucho más chulo, más gratificante y más bueno para todos que ser Cristiano Ronaldo”. Susana Gaytán en estado puro. Científica apasionada por investigar, por comunicar y por empatizar. También desde su blog ‘Damas sin caballeros’ quiere contribuir a que hombres y mujeres aprendan sobre los factores neurofisiológicos de sus comportamientos y emociones.

¿Cuáles son sus orígenes?

Nací en Valencia hace 51 años. Ni mi familia paterna ni la materna tenían raíces valencianas, allí confluyeron por la diáspora causada por la guerra civil, con orígenes cordobeses, aragoneses y manchegos. Mi padre era personal civil del Ejército, como electricista. Mi madre trabajaba en un comercio de colchonería, le encantaba la labor de tratar con la gente. Pero tuvo que dejarlo porque en aquella España la mujer que se casaba renunciaba a su empleo. Se afincaron en Sevilla desde que yo tenía cuatro años. Soy la mayor de dos hermanas, y lo mejor que nos han dado nuestros padres es el impulso a que estudiáramos y diéramos el salto a la universidad. “No os podemos dejar herencia. Estudiad. Que la herencia vaya en los libros”.

¿Dónde estudió en Sevilla?

En el Colegio Tejar del Mellizo y después en el Carlos Haya, en Tablada. En el Bachillerato, me fueron interesando cada vez más los temas de Medicina y de Biología. Era una adolescente que quería curar el cáncer y el sida. Decidí estudiar Biología Molecular. Y cuando fui descubriendo unas células muy especiales, las neuronas, cuyo equipamiento completo lo tenemos desde que nacemos, y que vertebran algo tan interesante como la sinapsis, opté por especializarme en Neurofisiología.

¿Cuál es su entorno de vida cotidiana?

Mi marido se dedica a la Física Teórica, también trabaja desde el campus de Reina Mercedes. Tenemos dos hijos, vivimos en Gines pueblo. No urbanización. Optamos por la vida de pueblo, me encanta, como una ‘mari’. Tiene muchas ventajas. Puedo ir andando al supermercado o a la farmacia, paseas tranquilamente, canto en la coral de Gines, estoy implicada en temas educativos, te sientes protegida y arropada por la tribu. Eso sucede mucho más en un pueblo que en la ciudad. Todo ello también me enriquece para pensar en puntos de conexión entre la Antropología Social y la Fisiología, sobre los patrones de conductas sociales de la especie humana.

¿Quiénes han sido los puntales de su carrera científica?

He tenido la suerte de ser alumna de investigadores que estaban vertebrando la Neurociencia, como José María Delgado y Rosario Pásaro. Un ambiente buenísimo para aprender y aprender, también de otros compañeros como Ángel Pastor y Rosa Rodríguez de la Cruz. A través de Rosario Pásaro, que trabaja fundamentalmente en funciones vegetativas, entré en contacto con el grupo francés que era puntero mundial en las funciones cardiorrespiratorias. Y pude irme al CRNS de Marsella para investigar con científicos como Barillot e Hilaire, a los que estudiaba en los libros. ¡Era fascinante! Y descubrí en Francia cómo prospera un país cuando apuesta de verdad por la ciencia.

¿A qué se dedicó en Marsella?

Cuando me incorporé al equipo, estaban dilucidando en ese momento por qué la respiración no responde como el corazón. A ti se te estropean las neuronas del corazón y te ponen un marcapasos, y aquello vuelve a disparar bien. ¿Por qué no podemos hacer eso con los pulmones?. Porque no tienes un marcapasos pegado al pulmón. Hay algunas células que tienen marcapasos en las primeras fases del desarrollo en el bulbo, pero después no. Eso es así porque se ha seleccionado que podamos modificar la respiración para hacer un montón de cosas. La inspiración es lo más regulado y el resto de las cosas interesantes pasan cuando respiramos: hablar, llorar, gemir... Tuve la posibilidad de intentar comprender eso estudiando las neuronas respiratorias.

¿Qué descubrió?

De modo resumido: En una neurona hay información que llega, y eso son las aferencias, e información que sale, las eferencias. Demostré que había estructuras en el cerebro que hacían eferencias directas desde todas las áreas del cerebro. Había conexiones en la corteza cerebral, otras en el cerebelo, otras en el bulbo, todas servían para integrar ese proceso que llamamos respiración, y que su funcionamiento favorezca, por ejemplo, tragar alimentos y no ahogarse. Tuvo una gran repercusión, todavía hoy se cita. Viví ese momento tan bueno de estar a solas con un microscopio y decirte: “Soy la primera persona en el mundo que está viendo esto”.

¿Y el siguiente paso?

Conocer las moléculas y ver qué cambiaba a lo largo de su vida. Porque, por ejemplo, desde la práctica clínica se había descubierto que los bebés que morían por síndrome de muerte súbita del lactante, reaccionaban bien (no se sabía muy bien por qué), a dosis de café. Nos preguntamos si la cafeína en esos casos actuaba sobre el cerebro arreglando el desajuste respiratorio. Si esa fuera la vía, ya abríamos camino a una forma de terapia. Lógicamente, no podíamos experimentar con bebés. En nuestro laboratorio, le ‘dimos el biberón’ a nuestras ratitas. Y descubrimos que, efectivamente, hay una ventana de tiempo en la que la cafeína actúa sobre la adenosina, sobre los receptores de esa sustancia y aceleran la maduración previniendo ese tipo de patología.

¿Cuál es el método para que, tras ese momento de euforia, un hallazgo abra la puerta a otro, y a otro...?

La ciencia consiste en hacer bien las preguntas. La curiosidad es el motor, y apuesta contra la ignorancia. Lo que te hace pedalear y no desfallecer es el deseo de luchar contra la ignorancia. Cada pregunta resuelta te lleva a otra, y la siguiente a otra. Ese es el éxito del método cientifico, y a la vez nuestro gran problema, en comparación con la pseudociencia tan perjudicial que prolifera. Es muy fácil distinguir a alguien que hace ciencia (porque tiene respuestas asociadas a más preguntas, y en un entorno determinado), en comparación con quien se ampara en la pseudociencia, que suele mentir diciendo: “Tengo todas las respuestas”.

¿Cómo gestiona en su ritmo diario de trabajo, para no quedarse atrás, estar atenta al enorme volumen de información que produce la comunidad científica?

Requiere a la vez intensidad y relajación. Soy personal docente investigador, tengo que combinar la labor de profesora con la de investigar. Todos los que a nivel mundial trabajan en un tema concreto, por ejemplo la hipoxia, o la adenosina, están en red. Y cada día de trabajo dedicamos las primeras dos o tres horas a revisar lo que están haciendo otros. No hay que verlo en negativo, como una presión tremenda. Es la aventura colectiva de muchas personas que quieren conocer y aprender.

¿Otra investigación de la que se sienta muy orgullosa?

Estoy muy contenta por los resultados de mi salto como investigadora a la neuroendocrinología contra la violencia. Estudios que pueden ser útiles para quienes están en primera línea de conflicto desde ámbitos sociales, psicológicos y jurídicos ayudando a mujeres que son víctimas de maltrato. Me gustaría que dispusiéramos de fondos para los experimentos que querríamos hacer. A pesar de todo, estamos aprendiendo muchas cosas. Por ejemplo, fenómenos como la violencia vicaria se ven venir si estudias muy bien cuál es la relación de jerarquía, cómo se establecen las conductas de primates y qué significa, en la conducta de primate, la relación dominación-sumisión.

Anticiparse, ¿qué propicia?

Si identificas esos resortes de cómo se han generado, puedes reconducirlos a nuevos patrones de relaciones altruistas, porque la especie humana es mimosa, achuchable, una especie en general altruista. Eso es lo que nos ha dado ventajas adaptativas, nos cuidamos unos a otros. Es muy importante entender cómo conducirnos a esa vía de especie altruista y mimosa, para evitar las relaciones de heteropatriarcado de dominación-sumisión.

¿Cómo empezó a decantarte hacia esa línea de investigación?

La pregunta adecuada nos la hicimos Rosario Pásaro y yo estando en San Diego (EEUU) en un congreso internacional de neurociencia. Vimos los primeros resultados que presentó un grupo sobre el efecto que tenía la oxitocina en algunos de los pacientes del espectro autista. Y el autismo es como la fiebre, es un síntoma. Se veía que esa oxitocina corriendo por la sangre tenía algún papel en el establecimiento del apego. Se nos ocurrió que si eso está funcionando por defecto en niños con autismo, podía estar funcionado por exceso en las mujeres que sufren violencia, en las relaciones en las que hay una dependencia muy intensa. Lo estudiamos y salió que había cierta tendencia a tener niveles más altos de oxitocina, dependían más de su maltratador. Probablemente, eso se va a producir en muchas más situaciones en las que hay dependencia.

Cuando explica estas cuestiones en ámbitos no científicos, ¿hay receptividad o se considera que es un tema cuyas causas son todas de origen social, cultural, etc.?

Es verdad que en contra de la ciencia juega haberse encerrado en los laboratorios. Tenemos la obligación moral y la responsabilidad social de esforzarnos y explicarlo de forma que se entienda. Aprender a contarlo para que la gente entienda que la ciencia está de parte del ciudadano. Que mejorarán sus condiciones de vida si somos capaces de comprender los problemas. Se lo repito una y otra vez a mi alumnado: la ciencia que no se cuenta, no cuenta. Yo no voy a negar que la violencia tiene un origen social y económico. Y que si no tienes donde mudarte con tus hijos,... Pero además hay que tener una visión integral de la víctima o potencial víctima. Por ejemplo, su capacidad de afrontar el estrés.

Noto que le preocupa la llamada pseudociencia.

Hay personas que mueren por abandonar las terapias basadas en la ciencia y hacer ‘terapias alternativas’ que son mentira y no son alternativa. Fraudulentas. Pero son más fáciles de comprender y se toman la molestia de comunicarlas muy bien para captar clientela y estafarla. La gente cree más a los mentirosos de la pseudociencia porque comunican mejor. Esto refuerza mi compromiso con la necesidad de dedicar tiempo a la divulgación científica. Me preocupa muchísimo el espacio que se dedica a pseudociencia en programas televisivos de gran audiencia. ¡En lugar de estar en la agenda pública y política de España que invertir en ciencia sí salva vidas! ¡Ya quisiéramos que lo que dijera yo tuviera el mismo espacio que se le dedica a cualquier declaración de Piqué!

Al investigar un tema tan social como el de la violencia, ¿es muy solicitada para que acuda a hablar a asociaciones, centros educativos, barrios,...?

Sí, me supone un sobreesfuerzo, desplazándome a muchos pueblos, pero la gratificación personal es enorme. A lo mejor algunos de esos niños o de esas niñas en las aulas, a los que estimulo para que se dediquen a la ciencia, dentro de 15 años tiene la solución para el cáncer. Cuando hablo de violencia de género, les explico que somos vulnerables si tenemos unos niveles muy altos de oxitocina, podemos perder la capacidad de respuesta y es cuando hemos de pedir ayuda. Si no somos capaces de pedir ayuda, nuestro entorno ha de darse cuenta y protegerla, porque somos animales sociales.

¿Qué le dicen las adolescentes?

Hace unos días, cuando terminé, se me acerca una chavalina que ceceaba mucho y me dice: “Es que eso me ha pasado a mí, señorita”. Se me abraza y se me echa a llorar. Me emocionó. Una alumna del instituto que había tenido una relación chunga con su novio. No era capaz de verbalizar lo que le estaba pasando, y a partir de los ejemplos que estuvimos haciendo en el taller, fue capaz de comunicarse.

¿Le preguntan mucho sobre por qué se está produciendo la intensificación de los fenómenos de dominación chico-chica mediante llamadas telefónicas y mensajes de Whatsapp?

Sí, muchísimo. La hipercomunicación es muy potente y ha universalizado el proceso de dominación. Antes te arruinaba la vida el entorno directo. Pero un malvado ahora te puede arruinar la vida a muchos niveles y en muchas esferas. Hay retrocesos muy preocupantes. Sin embargo, también hay que decir que cualquier caso grave se está visibilizando más, se dice más, se denuncia más. Estamos empezando a movernos en la dirección de ‘eso no es tolerable’. Porque ya se entiende que quien bien te quiere no te hace llorar. Que ya no vale lo de “Mi marido me pega lo justo, me pega lo normal”.

¿Es optimista sobre la implicación de los hombres en erradicar la violencia machista?

La especie humana, en general, es buena gente. La mayoría de los hombres son hombres buenos. Lo noto en las aulas, cada vez hay más hombres buenos que se suman a la lucha contra la violencia de género. Os necesitamos, hombres del mundo. Uníos. Y aislad al chungo. Para ayudar a la implicación de los jóvenes, organizamos talleres en institutos. Por ejemplo, para propiciar cambios de opinión y de conducta. Porque el cerebro humano, entre las cosas que no hace bien, es cambiar de opinión. Estamos diseñados para ser erre que erre. No le puedes decir directamente a alguien: “Estás equivocado”. No es una buena estrategia. Utilizamos herramientas que sean muy próximas a los jóvenes para propiciar lo que funciona: darte cuenta tú mismo de que estás equivocado.

Ponga un ejemplo.

Durante varios años utilizamos mucho la saga ‘Crepúsculo’. Casi todas las estudiantes la habían leído. Les preguntaba: “¿Es romántico?”. Y todas decían ‘¡Sí!’ al unísono. Empezaba el juego de preguntas, respuestas y explicaciones. “¿Cómo se llama la chica?” Te gritan: “¡Bella!”. Y les hago ver que al personaje no le han puesto de nombre Lista, ni Libre, sino Bella. Que tiene 16 años cuando empieza la novela. Mientras que el chico es un vampiro con más de cien años. Y lo que hace es un delito: pedofilia. ‘Crepúsculo’ es como un manual del maltratador, empezando por decirle a la joven: “Yo no te convengo”. Es lo primero que hace el maltratador: echarle toda la culpa a la víctima. Sigues conmigo porque te da la gana. Ya te puedo castigar. Y al final voy a ocasionarte la muerte con el cachorro.

¿Y a las chicas para que entiendan su error?

Jugando a los roles. Cuando les preguntas: “¿Le das la clave del móvil a tu padre?”, todas responden rápido: “No, porque va a leer los mensajes”. Y les digo: “¿A tu padre no y a tu pareja sí?. Tu clave es tuya. No se la tienes que dar”.

Imagino que también se le acercarán mujeres adultas.

Siempre, y activo toda mi empatía. Cuando termino esas charlas, se acerca alguna señora mayor y te dice: “¿Puedo hablar con usted un momento?”. Y ya me preparo mentalmente, porque aparece esa España dura, de personas que ignoran los recursos que tienen a su alcance, que no saben adónde acudir. Y entonces ya no les hablas de conceptos como el heteropatriarcado, sino de cómo dar a conocer su problema sin que él se entere. Y encaminarla a hablar a solas con la persona que está allí mismo y trabaja para la Unidad de la Mujer. Son señoras con una dependencia muy grande. Sé, por abogadas y fiscales, lo complicado que es lograr que pongan una denuncia.

¿Cómo romper esos círculos de aislamiento?

Un ejemplo andaluz e imaginativo. Ángeles López fue quien ideó hace 40 años un programa de alfabetización en Andalucía, cuando aún era muy alto el nivel de analfabetismo, sobre todo entre las mujeres y en pueblos pequeños. Y lo organizó con cursos de calceta. Eso permitió que muchas mujeres no tuvieran que explicar a sus maridos que salían de casa para aprender a leer. Iban a hacer calceta...

¿También se le acercan hombres al término de esas actividades?

Sí. Suelen acudir hombres que están viendo lo que pasa en su entorno y no saben cómo intervenir. Quieren interpretar lo que está pasando y quieren aprender para ayudar. Muy importante, porque es quien puede decir: “Mira, tío, por muy colega tuyo que sea, aquí hay que poner pie en pared”. Cada vez que hay más hombres que dicen: “¿Pero de qué vamos, tío?”. El cerebro no tiene género, el talento no tiene género. La sociedad no puede perder la mitad de la población, y nos merecemos un respeto. Nosotras nos estamos reinventando, los hombres tienen que reinventarse en una sociedad más altruista, más cooperativa, más igualitaria....

Estas actividades en acto directo con la sociedad, ¿de qué manera le están aportando un conocimiento bidireccional para, cuando regresa al laboratorio, encontrar respuestas a las preguntas?

Ayudan a hacernos preguntas nuevas. La ciencia básica lo que hace es cambiar algo y ver qué es lo que pasa. Las patologías son experimentos al revés. Cada día, los médicos se enfrentan con alguien que tiene algo estropeado y tienen que intentar entender qué se le ha estropeado. Con esas dos fuentes de datos, hemos de entender el enorme complejo que somos como seres vivos. Se producen miles de sinapsis a cada momento. En nuestra cabeza se construye el pensamiento con células cuyo número es 10 elevado a la undécima potencia.

Hábleme de su libro, recién editado, ‘¿Cómo te convirtió en víctima? Neuroendocrinología contra la violencia’.

Es un manual didáctico sobre todos los mecanismos asociados al proceso de victimización. Toda mi línea de investigación intenta entender cómo te conviertes en víctima y cómo se produce la victimización, con el fin de buscar soluciones para revertirlo, para volver a la situación en la que eres dueña de tu propia vida. A lo largo de la Historia, casi siempre se ha estudiado al malo, al culpable. Y se ha olvidado analizar a la víctima, a la que hay que cuidar más. La violencia existe. Hay que gestionarla. Cuanto más sepamos de sus mecanismos, más nos movemos hacia una sociedad colaborativa, altruista y con beneficios para todos.

¿Cómo afectan a su quehacer los recortes presupuestarios a la investigación científica?

Nos han golpeado muy fuertemente a las áreas de investigación que trabajamos con mucho material fungible. La inmunoistoquímica, la detección de sustancias, necesita anticuerpos, necesita reactivos, necesita un montón de cosas que se queman. Si no hay entrada de dinero, por muy interesante que sea el tema que investigamos, se queda parado. En nuestro caso, tanto la línea que estaba intentando determinar mecanismos asociados al síndrome de muerte súbita en el lactante, como el de la neuroendocrinología contra la violencia de género, en este trabajo de detección de sustancia está parado porque no tenemos entrada de dinero. Los recortes a la ciencia en general son brutales en España. Hemos vuelto a niveles de asignación de recursos como los de hace 10 a 15 años. Es una barbaridad. Es un retroceso brutal. Y, como la autoprofecía cumplida, afecta más a los grupos de investigación pequeños que a los grandes.

Explíquelo.

La evaluación para conceder fondos se basa en la productividad. Y si puedes producir menos, cada vez te dan menos. La mayoría de los grupos liderados por mujeres son pequeños. Por tanto, nos perjudica proporcionalmente más a nosotras.

¿Por qué es una tradición secular que en España se orille a la ciencia?

Porque sigue anclada en el “Que inventen ellos”. La ciencia nunca está en la prioridad de la agenda pública. Espero que las nuevas generaciones se mentalicen de que las buenas condiciones de vida dependen del trabajo científico. Durante la crisis, los países más importantes no han recortado en ciencia. En España, en cambio, aún muchos piensan que son gastos y no inversiones. Urge que la población española se empodere y se preocupe por los problemas reales: educación, sanidad, investigación científica, bienestar social,... Solo cambiará si lo reclama y exige la sociedad. Diciéndole a cada partido político: “Si no lo haces, voto a otro”.

Como ciudadana de Sevilla, ¿cuál es su visión sobre la evolución de la sociedad sevillana?

Me gusta mucho Sevilla. La amo, y la odio, por las mismas cuestiones. Por su fuerte identidad, por sus tradiciones. Es lo que más amo, y también creo que Sevilla necesita ser una ciudad del siglo XXI, y quitarse de encima la tendencia a ser rancia. La sociedad sevillana tiene que vincularse a la ciencia, apoyar a sus grupos de investigación y exigir que se invierta en serio, para no cerrar laboratorios. Hay capital humano de primer nivel internacional. Además de mimo, necesita dinero. Pensemos: ¿En quién se confía más? Por ejemplo, se confía más en los equipos médicos muy brillantes. Los que más avanzan con la ciencia.