Facebook Twitter WhatsApp Linkedin Copiar la URL
Enlace copiado
Actualizado: 08 dic 2017 / 23:27 h.
  • La Sevilla de castañas e incienso
    Cientos de personas se agolpan en la plaza de San Francisco para ver el espectáculo de las bolas de Navidad. / Fotos: Jesús Barrera
  • La Sevilla de castañas e incienso
    Un puesto de castañas en la Puerta Jerez.
  • La Sevilla de castañas e incienso
    El concurrido mercadillo de belenes.

La gente se asomaba desde las barandas de las Setas de la Encarnación. En la calle, otros se agolpaban alrededor de un artista callejero que derrochaba nervio y movimiento con su frenético ritmo al son del swing en una batería hecha con materiales reciclados. Latas como tambores y timbales y las tapaderas de las sartenes como platillos.

Propios y extraños pasaban, se paraban y volvían a ponerse en marcha, buscando nuevas sensaciones en una Sevilla resacosa por la noche de tunos y el madrugón concepcionista. Una Sevilla deseosa de proseguir con los fastos navideños y ávida por pasear y perderse entre sus plazas, sus calles y sus olores.

No hay mapas que valgan para disfrutar de la Navidad en Sevilla. En todo caso, será mejor dejarse llevar por sus olores. Al igual que la Iglesia marca sus tiempos litúrgicos con colores –ahora toca el morado de Adviento–, Sevilla pauta sus itinerarios con olores. El principal aroma de estos días es el de la castaña asada. El frío anima al viandante a acercarse a la chimenea del castañero y, de paso, a comprar un cartucho de esta delicia otoñal e invernal.

Allá por Alfonso XII, ayer se olía otra cosa más a parte de las castañas. Era difícil pasar por el compás de San Antonio Abad y resistirse a entrar y contemplar a la virgen de la Concepción a ras de suelo para celebrar su onomástica con sus devotos. El incienso recorría ese modesto patio que da acceso a la capilla, en cuyo interior se daba cumplimiento a otra de esas tradiciones que ponen de manifiesto que Sevilla es ciudad mariana por excelencia. El perfume a incienso estaba provocando en los presentes una sensación mágica que los trasladaba a esa Madrugá de silencio y azahar.

También era incienso el olor que predominaba en los alrededores de la Catedral y el Archivo de Indias. Los puestos que conforman la muestra de belenes quemaban resinas de mirra con un toque de romero. A pesar de que para Sevilla el incienso sea sinónimo de Semana Santa, no se debe olvidar que a aquel humilde niño que nació en un pesebre de Belén lo agasajaron con incienso y mirra, además de oro.

La gente continuaba andando. Parecía no tener un rumbo fijo y caminaba dejándose llevar por esos olores que embriagan a los visitantes. Olores que quedan impregnados en esas esquinas de cervezas y boquerones en adobo. Y es que, a pesar de estar cerrado por descanso del personal, el olor a Blanco Cerrillo seguía ahí perenne.

Mamma mía cantaban algunos en la plaza de San Francisco junto al quinteto de metales Giralda Brass. Otros lo exclamaban al ver la larga cola que se formaba a las puertas de la Fundación Cajasol. Qué estampa tan navideña la de ver salir del belén a los niños y niñas con sus globos de Cajasol, sonrientes y orgullosos de mostrar su trofeo por tan larga espera.

Hay quien dice que este año faltan motivos religiosos en la decoración o que la Navidad ha perdido su sentido, pero mientras haya un niño o una niña sonriendo con la magia de la luz y el color de las calles y gente dejándose llevar por los olores que Sevilla regala en cada esquina, habrá Navidad.