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Actualizado: 30 may 2017 / 08:02 h.
  • Las ‘marcas’ Sevilla
    La fachada plateresca del Ayuntamiento de Sevilla, en la Plaza de San Francisco, engalanada con los emblemas de la ciudad para el rodaje de la película ‘Noche y día’. / El Correo
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    Propuesta actual de escudo del Ayuntamiento. / El Correo
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    El NO8DO, recogido por Ortiz de Zúñiga. / El Correo
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    Exposición de la urna con los restos del rey Fernando III en la Catedral de Sevilla. / El Correo
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    Imagen del pendón de la ciudad. / El Correo
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    Pendón original del rey San Fernando. / El Correo
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    El capitán del Sevilla FC, Iborra, señala su escudo tras marcar un gol en el partido disputado en el Benito Villamarín en febrero pasado. / Manuel Gómez

Lo primero que inventa quien se quiere diferenciar de los demás es una bandera. Pero así vista, sin mitología y sin ascendencia ilustre y gloriosa, sin lágrimas ni risas, una bandera es solo un trapo de colores. Las enseñas, los escudos y el común de los símbolos presuntamente representativos de una colectividad que no han sido acuñados por el tiempo y por la emoción solo son un simple adorno con ínfulas. Sevilla tiene de los dos tipos. Lo cual es noticia porque precisamente ahora se va a resolver qué pasa con el escudo de la ciudad. Se supone que por ser casi trimilenaria ya debería tener uno medio oficial, pero curiosamente no es así. Y este jueves pasado aparecía en el BOJA el anuncio de 10 de mayo de 2017, del Ayuntamiento de Sevilla, de aprobación de un nuevo período de información pública de la aprobación inicial del escudo de la ciudad de Sevilla.

Antes de entrar con más detalle en este asunto, conviene decir que Sevilla es una ciudad bastante rara y especial para muchas cosas, y también en lo tocante a los elementos que utiliza como símbolos. El más famoso de todos, por ejemplo, no se sabe lo que significa. Sí, es cierto: tiene muchas acepciones. Pero a día de hoy, siete siglos después de su nacimiento, no se sabe qué es el NO8DO. El escritor, heraldista, historiador y de todo un poco llamado Argote de Molina, que no era una calle en cuesta sino un sevillano –por más señas llamado Gonzalo–, escribió en el siglo XVI la que durante mucho tiempo se ha tenido como explicación válida: que habiéndose rebelado contra Alfonso X el Sabio el infante don Sancho, que se puso de su parte a todo el mundo menos a Sevilla y un par de ciudades más (Murcia y Badajoz, por ser más concretos), y dado que finalmente al usurpador le dieron la espalda sus secuaces y el viejo rey acabó siendo más o menos repuesto en sus dignidades con ayuda de los benimerines (bereberes), se inventó –no en vano lo llamaban sabio– esa especie de jeroglífico para regalárselo a Sevilla en 1283 en el que el signo de en medio pretendía ser una madeja, con lo que se leería No-madeja-Do, o sea, No me ha dejado.

El problema es que con esta historieta el citado Argote de Molina se contradecía a sí mismo, ya que antes de eso había llegado a explicar que en realidad lo que venía a significar era una especie de lema del Cabildo pidiéndose a sí mismo hacer las cosas bien y de forma lisa y sin arrugas (valga la metáfora), es decir, sin aspecto de madeja, no madejado. Está por ver cuál de las dos es la respuesta absurda y cuál la verdadera, si es que lo es alguna de ellas. El que no exista solución refuerza el símbolo, en tanto elemento misterioso y un poco mítico, y por lo tanto susceptible de aparecer en todos los libros de leyendas y tradiciones de Sevilla habidos y por haber. Circula incluso una tercera opción: que las letras sean una especie de acrónimo inicial de documento, significando en realidad In Nomine Domini, esto es, En el nombre del Señor. Y no faltan quienes van a la explicación más fácil: aquello es un nudo (nodo), de modo que mejor no darle más vueltas no sea que se amadeje y vuelta a empezar. En fin. A saber.

Una vez ejemplificada la afirmación de lo peculiar que es Sevilla para identificarse, toca volver a preguntarse cómo es posible que esta ciudad fundada por Hércules y amurallada por Julio César tuvo la pachorra de esperar hasta el siglo XXI para decidir –si es que finalmente lo hace– cuál es su escudo. Como informaba a finales de año el propio Ayuntamiento, «en estos momentos la ciudad de Sevilla solo tiene inscrita en el registro oficial la bandera de la ciudad», que esa es otra. «No hay por tanto escudo oficial. Por este motivo, en 2013 se constituyó una comisión técnica para el desarrollo y elaboración de una propuesta que tuviera en cuenta la ciencia heráldica y los antecedentes históricos de la ciudad. Esta comisión concluyó sus trabajos en 2014 con una propuesta que inicia ahora su tramitación primero en el Pleno y después con un proceso de exposición pública».

El 17 de noviembre pasado, la Comisión de Símbolos del Ayuntamiento se reunía para tratar de la reforma del escudo y símbolos de Sevilla. Y el 24 de diciembre, antes de Nochebuena, el Pleno municipal aprobó el inicio del expediente administrativo destinado a aprobar el escudo de la ciudad e inscribirlo oficialmente en el Registro de Símbolos de las Entidades Locales de Andalucía. «Este acuerdo», explicaba el informe del jefe de servicio de Archivo, Hemeroteca y Publicaciones, Marcos Fernández, «puede significar el cierre de un largo proceso, iniciado en 1997 con la moción presentada por Izquierda Unida en el Pleno de 31 de julio de 1997, que destacó la inexistencia de elementos de identidad corporativa claros, definidos y comunes en todos los servicios, órganos autónomos y empresas municipales del Ayuntamiento de Sevilla». Vaya, que cada cual usaba el que tenía por más conveniente. Había, por así decir, una cierta veleidad heráldica en la ciudad a la que había que poner fin.

Al final de su escrito, decía el citado responsable municipal: «Como reflexión final conviene indicar que en esta larga operación no se ha pretendido en ningún momento inventar algo nuevo, utilizando signos y significados actuales, sino recuperar la capacidad de comunicación de una iconografía muy valiosa y con una tradición de siglos, como puede documentarse ampliamente en las fuentes documentales del Archivo Municipal. Esta iconografía sin lugar a dudas constituye un activo muy importante para una ciudad cuyo patrimonio histórico es una de las principales señas de identidad, que recibe muchos beneficios por esta circunstancia. En todo caso hay una evidencia incontestable: el actual escudo del Ayuntamiento está claro que debe reformarse y depurarse por ser confuso, abigarrado e incorrecto. En el Ayuntamiento de Sevilla, a mediados del siglo XX, pensaron erróneamente que un escudo lleno de muchos elementos y adornos, hasta el extremo de que apenas se distingue nada con claridad, sería una forma de honrar y engrandecer a la ciudad. Las comisiones, en cambio, han optado por la aplicación de una norma básica de la heráldica: en estas cuestiones lo fundamental no es decir mucho sino decir solo lo importante y con los elementos más expresivos. En el caso sevillano hay pocas dudas: la esencia del escudo son dos únicos elementos, los dos de gran riqueza iconográfica: la escena de San Fernando flanqueado por San Isidoro y San Leandro y el nomadejado». [Por cierto: la escena de los dos obispos a los lados del rey representa cuando se le aparecieron para decirle que por fin tenían el OK de Dios para conquistar Sevilla. Y otro por cierto: al principio, el escudo tenía el trono vacío, porque Fernando III era muy modesto y no quería aparecer].

Si llegado a estas líneas alguien expresara la opinión de que ya iba siendo hora, no se le podría reprochar. Pero ojo, porque otro elemento simbólico fundamental de Sevilla tampoco se remonta mucho más allá: la bandera carmesí con el NO8DO bordado en dorado se estrenó con motivo de la boda en la Catedral de la infanta Elena con Jaime de Marichalar en 1995. De hecho, se dieron tanta prisa por terminarla para esa fecha que se publicó en el BOJA el mismo día del casamiento, el 18 de marzo. Figura a la derecha de la española en el balcón del Ayuntamiento. Con ello se acabó la costumbre de exhibir colgaduras variadas, reposteros, cualesquiera objetos textiles y, preferentemente, una copia del Pendón de Sevilla. Que es el que de verdad, durante siglos, representó a la ciudad tanto dentro como fuera. Fue el célebre Mauricio Domínguez y Domínguez-Adame, durante tantos años al frente del Protocolo Municipal de Sevilla, quien en 1989 recordó las bondades de ese estandarte al tiempo que expresaba que dicha existencia no era óbice para disponer, además, de una bandera que se pudiera usar en representación habitual de la ciudad y su Ayuntamiento, y no copias de un Pendón cuyo complicado diseño no facilitaba precisamente la tarea.

Mauricio Domínguez escribió sobre el Pendón de Sevilla: «Comprendemos su noble historia al conocer de cuantas jornadas heroicas y de cuantas solemnidades fue testigo durante siglos. Carmesí, jaquelado de castillos y leones, y en el centro más cerca del asta el Santo Rey entronizado. En un memorial que la ciudad entregó al rey Carlos IV se recogen gran parte de las empresas en las que participó. Ortiz de Zúñiga en sus Anales destaca infinidad de datos y consigna la primera fecha de salida a la ciudad de Badajoz en 1287. Es de señalar la toma de Tarifa con el rey Sancho IV en 1292; el sitio de Algeciras con el rey Fernando IV en 1309; la batalla del Salado en 1340, la conquista de Algeciras en 1344 y el asedio de Gibraltar en 1350 con el rey Alfonso XI». Pero eso fue solo el principio. «En 1361 concede el rey D. Pedro al Concejo de Sevilla que las órdenes militares residentes en la ciudad sirvieran con cierto número de jinetes en la guarda del Pendón siempre que saliera a campaña. En 1407 el infante D. Fernando solicita el Pendón para la toma de Zahara, y tres años más tarde para la de Antequera; en 1482, los Reyes Católicos lo llevan para la toma de Alhama; en 1485 para la conquista de Ronda, después Loja, Málaga, Almería y Guadix, y en 1492 la toma de Granada». No está nada mal para un pendón. Huelga decir que, simbólicamente al menos, la vieja Híspalis estaba entonces muy bien representada y muy solicitada. Pura marca Sevilla, que se diría ahora.

Escudos, insignias y banderas no son, en modo alguno, asunto exclusivo de la autoridad. Más allá de la mayor o menor cuenta que se le eche al NO8DO por estas tierras, en Sevilla hay dos clases de escudos con los que varios cientos de miles de paisanos se sienten plenamente identificados: los de las hermandades de penitencia y los de los equipos de fútbol. En el caso de los heliopolitanos, se atribuye a su escudo cierta herencia masónica en sus hechuras, lo cual también tiene mucho de ese afán de dignificación implícito a la creación de símbolos. Poco importa si para elaborar muchos de ellos se han tenido que pegar unas cuantas patadas a las normas más elementales de la heráldica, ciencia de orden donde las haya, tan acostumbrada ella al razonamiento científico de sus gules y sinoples, sus campos y particiones, sus figuras y blasonados: en hermandades y clubes futboleros, lo elemental no es cómo está hecho sino dónde va cosido: a la túnica o a la camiseta, las dos prendas que más se sudan en este término municipal. Y todo el mundo sabe, al menos todo el que ha venido por estos lares, que en Sevilla el sudor es una experiencia religiosa. De ahí a la mitificación hay un paso y dos sevillanas. Las cruces de guía, igualmente, tienen ese mismo poder representativo: a la del Silencio –entre otras– se le cantan saetas a la salida por tener consideración de titular de la cofradía, tanto como el Cristo y la Virgen, y de hecho tiene su propia hornacina para ella sola, donde es venerada por los fieles. No erraba el tiro el emperador Constantino cuando, en lo que acabaría siendo una de las operaciones de imagen más descomunales de la historia de la humanidad –acontecida en las horas previas al 28 de octubre del año 312 con motivo de su decisiva batalla contra Majencio–, inventó y estereotipó el símbolo de la cruz. Fue la visión celestial de un crismón la que lo deslumbró, junto a una voz que decía: In hoc signo vinces, o sea, Con este signo vencerás. El hecho de que efectivamente venciera y se quedara como mandatario único del imperio de Occidente con carta blanca para los cristianos ayudó mucho a la credibilidad del relato y a la divulgación masiva y a la postre planetaria de una marca tan sencilla como rotunda.

No es la única, aunque sí la más importante. Porque a lo largo de la historia, y en particular durante los últimos tiempos, los símbolos han sido determinantes para unir y enfrentar a la humanidad en los más insospechados, revolucionarios, disparatados o utópicos proyectos. Es más fácil agrupar a la gente detrás de unos cuantos trazos que detrás de un buen argumento, porque las vísceras se dejan convencer antes que la cabeza. Siempre ha sido así y siempre lo será. La media luna de los musulmanes, la hoz y el martillo del comunismo, la esvástica nazi, la estelada catalana, el anagrama de la paz que usaban los jipis y otros dos de formas parecidas a esta anterior: el de los anarquistas y la arroba de la informática... El poder de seducción y el efecto disuasorio de los símbolos no tiene límites. El que los reyes reconquistadores de finales de la Edad Media pidiesen el Pendón de Sevilla cada vez que se iban de picnic a la frontera mora no era mera cortesía. El beso que da un futbolista a su escudo cuando marca un gol es también la impronta de una batalla ganada. Al final, todo es lo mismo.

Los escudos, antiguamente eran cosa de nobles, de modo que quien los usa sin serlo acomete, sin demasiadas sutilezas, un proceso ennoblecedor de sí mismo o de su causa. Da prestigio, da pasado, da nivel y en algunas ocasiones propicia la camaradería. De regreso a Sevilla, se encuentra uno con que este papel no queda restringido a escudos y banderas, sino también a otros símbolos oficiales curiosos. Uno de ellos son las mazas. Cualquiera que asista a un acto solemne del Ayuntamiento y vea a los maceros revestidos de tan arcaica manera y portando esos elementos se preguntará qué sentido tiene introducir en una ceremonia del siglo XXI figuras más propias de unos naipes franceses. Pues bien, se trata de un símbolo de poder y dignidad. El Ayuntamiento hace uso de las mazas desde el siglo XV, cuando el rey Juan II le concedió ese privilegio «para siempre jamás» en 1438. Se conservan dos mazas del siglo XVI obra de Francisco de Alfaro, aunque las que se utilizan ahora en las ocasiones en las que así lo establece el protocolo son cuatro de bronce dorado que se fundieron con ocasión de la Exposición Iberoamericana de Sevilla de 1929. La misma en cuyas vísperas, por cierto, el rey Alfonso XIII recordó en la Plaza de España la anécdota antes referida del no-madeja-do.

Pero para símbolo curioso, las llaves. Aunque ya no tenga puertas, Sevilla sigue teniendo llaves de recuerdo, por así decir. En realidad, se trata de una de las varias distinciones recogidas en el Reglamento de Honores y Distinciones del Ayuntamiento, junto con el título de ilustre visitante, los de hijo adoptivo y predilecto, las medallas y el nombramiento de alcalde honorario. En el caso de las llaves, lo singular es que solo se podrán conceder a aquellas personalidades que visiten la ciudad y sean recibidos oficialmente en el Ayuntamiento. Esto es, que si viene Liam Neeson a grabar una película y en vez de ir a ver a Espadas se queda por la Plaza del Pan comprando sandalias de nazareno –su pasión secreta–, se queda sin llaves (en el supuesto caso de que se las quisieran conceder).

La Catedral sevillana conserva dos llaves antiquísimas, una hebrea y la otra árabe, que según dice la tradición fueron las que recibió el rey San Fernando al tomar la ciudad el 22 de diciembre de 1248. Recibieron copia de ellas, entre otros, el emperador de Etiopía, Haile Selassie; Juan Pablo II, Juan Carlos I e Isabel II. No se sabe si de llavero les dieron una madeja dorada sobre fondo carmesí. Porque al final, lo que impera como símbolo de Sevilla es eso: un lío.