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Actualizado: 05 jun 2016 / 19:38 h.
  • Paco Gandía, en una de las muchas galas benéficas que organizó o en las que participó. / El Correo
    Paco Gandía, en una de las muchas galas benéficas que organizó o en las que participó. / El Correo

Ese hombre... que tenía menos calles que el monopoly de Cumbres de Enmedio. Así podrían comenzar estas líneas si el espíritu de Paco Gandía asumiera el reto de escribirlas, aunque probablemente no esté de muy buen humor para ello. Porque Sevilla, esa que él abanderó y representó durante tantos años con sus peculiares maneras, sigue sin ponerle la calle que le prometió primero Alfredo Sánchez Monteseirín y le garantizó más tarde Juan Ignacio Zoido. «Es que no es justo», explicaba ayer Javier Moya, nieto del artista. «Cómo es posible que alguien tan identificado con nuestro carácter y que exportó tan bien nuestra imagen no haya tenido un reconocimiento», se preguntaba, más estupefacto que indignado. Por fortuna para él y para su familia, un movimiento encabezado por Aurelio del Pozo en Change.org suma ya más de mil firmas de apoyo a la concesión del nombre de una calle. «Me alegra muchísimo que algo ajeno a nosotros y en lo que no tenemos nada que ver haya salido con tanta fuerza y esté teniendo tanto eco en las redes. Es un clamor».

«Su memoria está viva», proseguía el nieto de Paco Gandía, «pero se perderá si no la cuidamos un poco. No sé por qué los humoristas, los cómicos y los que nos hacen reír no tienen el mismo reconocimiento que se les brinda a otros artistas y personalidades renombradas de la ciudad, como si fueran personajes de segunda». Francisco Gómez Gandía (1930-2005) no parece conmover al Ayuntamiento ni con los socialistas ni con los populares; no todos corren la misma suerte. Los Teatinos, El mago de Oz, Águila perdicera, Loneta, Jericó, Destornillador, Sociología... todos estos nombres (y muchos otros del mismo tenor) gozan de una calle en la ciudad de la Giralda, sin que se sepa demasiado bien qué méritos ha reunido el destornillador, por más éxito que esté teniendo el Ikea, para pasarle por la izquierda a un artista como el citado. «Pero es que tú vas por Triana, ¡por Triana!, y te encuentras que hay una... ¡calle Ardilla! A la ardilla le han dedicado una calle en Triana –protestaba Javier con socarronería–, que todavía se estará la gente preguntando qué papel tan importante habrá jugado ese animalito en la historia del arrabal, para ponerlo entre las calles Febo, Paraíso y Pagés del Corro», exclamaba. «Que yo he estado mirando a ver si por allí había una calle Árbol, o Bosque, o algo así, pero se ve que no, que ha sido algo específico, debido a algún mérito concreto de la ardilla que a mí se me escapa. Y mientras tanto, no hay calle para mi abuelo».

El arrebato humorístico de Javier Moya hace pensar en que haya algo genético en la condición de humorista. «Qué va, si yo soy el sieso de la familia», reponía. «Los que lo han heredado han sido las del sector femenino. Mi abuelo era muy gracioso, sobre todo cuando no trabajaba, pero quien de verdad era millones de veces más graciosa que él era mi abuela. Ella, Elisa, le servía de inspiración. Y por eso decía mi abuelo que lo que él contaba eran casos verídicos. Y tan verídicos».

Los únicos que parecieron llevar en su memoria a tan entrañable personaje fueron sus antiguos vecinos de la calle Viriato, donde nació, que le pusieron una placa conmemorativa a la que se ha agarrado la municipalidad, según el nieto de Gandía, «para no cumplir con su promesa».

«Mi abuelo era una persona de las que sale una cada generación. No por ocurrente o gracioso, sino por su forma de ver la vida y explicársela a los demás. Él decía a menudo: Mi madre y el hermano que venía detrás mía murieron en el parto, menos mal que me di prisa que si no el que palma soy yo. Decía que la primera vez que vio un jamón fue ya de mayor en un almanaque, que su padre se murió mirando el almanaque de Jabugo –que también es nombre de calle– y que cuando le fueron a dar la extremaunción con los santos óleos le pidió al cura que si se los podían dar migaos».