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Actualizado: 27 nov 2022 / 05:23 h.
  • Si hay violencia en Las Cortes, ¿cómo van a estar las calles?

Uno tiene la impresión de que sus señorías –ellos y ellas- necesitan la visita de un equipo psicológico que los enseñe a dominar emociones e instintos. La política es el arte del logos, de la palabra, de la razón, nos la hemos concedido como un elemento sagrado con el objetivo de no matarnos en enfrentamientos fratricidas o en guerras en general. En España, en lugar de discutir civilizadamente, preferimos recurrir a la guerra civil. Ya sólo falta que entre Tejero pistola en mano con sus agentes detrás y agujereen de nuevo el techo del Parlamento. Ya sólo falta que habilitemos un lugar abierto y allí se den bofetadas esas señorías que se pasan mil pueblos con sus lenguas de triple filo. Ya sólo resta que convirtamos alguna de las plazas de toros que están sin usar en coso de gladiadores y gladiadoras que se maten entre ellos bajo la jauría de los que deseen ir a contemplar la escena.

¿Qué harían algunos de estos “padres de la patria” si se atrevieran a salir de sus escaños en los momentos más acalorados y se dirigieran a sus oponentes? En Las Cortes, que es por donde debería empezar la educación de los ciudadanos, comienza, por el contrario, el fin del diálogo, de la argumentación, de la solidaridad en pro de una única nación, el entierro de esa utopía que es la sororidad. No hay feminismo, hay feminismos y, como en el caso de los hombres, son capaces de matarse entre ellos. Por el momento, se hieren de gravedad con las palabras: la señora de Vox contra la ministra y la ministra contra la señora de Vox. Y además hay otros feminismos: el de las mujeres que trabajan fuera y en casa y no van por ahí de víctimas, explotando el victimismo una y otra vez hasta saciarnos. El feminismo de las mujeres que se la jugaron en el franquismo y la Transición, que no ven en las nuevas generaciones un feminismo acorde con sus postulados.

El enfrentamiento entre Irene Montero y Carla Toscano (Vox) nos coloca ante los ojos que mujeres y hombres son iguales, en efecto, por arriba y por abajo, ambos pertenecen a una especie, la humana, si los hombres se han dividido y subdividido las mujeres también lo hacen, si hay comunistas y comunistas, liberales y neoliberales, socialistas y socialdemócratas, si los fascistas y los nazis se eliminaron entre ellos tanto con Hitler como con Franco, las feministas también les siguen el mal ejemplo. Montero es una feminista, pero Toscano también. Se han dicho de todo menos bonitas, pero por desgracia esto no es nuevo, en Las Cortes se han lanzado hasta escupitajos, ¿qué nos puede asombrar ya? Y, lo que es más grave, ¿cómo vamos a educar a los niños y a los menos niños?, ¿cómo vamos todos a llevar a cabo eso tan complicado que es detener nuestros instintos agresivos con este panorama? ¿Cómo va a tener el padre o la madre poder y jerarquía con ese hijo o hija adolescente que se siente aún más empoderado y pasa de los deseos educadores de padres y profesores? ¿Cómo evitar la violencia doméstica o de género, o el acoso escolar o el laboral si la violencia está incrustada en las más altas instancias del país? Estos y estas que se agreden y no llegan a mayores porque saben que tienen mucho que perder son los mismos y las mismas que están muy preocupados por los problemas de violencia que acabo de mencionar. La violencia verbal de sus señorías abre la veda a todo tipo de violencia.

El fondo de la violencia es claro. Aunque las visiones ingenuas rousonianas crean que es la sociedad moderna la que altera al sujeto, estimo que es más riguroso pensar en la pulsión violenta freudiana, ésa que se aminora haciendo ejercicio o gritando en un estadio deportivo contra unos y otros. Seguramente las señorías que utilizan la violencia política (cuidado con la expresión porque lo de ETA también era violencia política) ejerciten el cuerpo como está hoy mandado en un mundo que se ha inundado de gimnasios y locales donde venden toda clase de objetos deportivos. Y también de locales de yoga y otras disciplinas. La finalidad del ejercicio y la concentración es también el control de uno mismo. Me da la impresión de que el comportamiento de algunas de sus señorías invita a pensar que la gimnasia y la meditación les sirven de bien poco. Además de esa ley contra el maltrato animal deberían aprobar otra contra el maltrato del diputado al diputado.

Hay interpretaciones más profundas sobre la violencia. El matrimonio Durant en su libro Lecciones de la Historia nos señala algo que si lo creemos a pies juntillas nos explicará el drama de sus señorías. Escriben Will y Ariel Durant desde un punto de vista biológico: “La primera lección biológica de la historia es que la vida es competición. Los animales se comen unos a otros sin reparos; los hombres civilizados se devoran los unos a los otros con las debidas garantías legales. Los grupos que compiten poseen las cualidades de los individuos que compiten: codicia, belicosidad, camaradería, orgullo”. Se rompe de esta forma con la utopía de una sociedad armonizada bajo la solidaridad de clase o cualquier otra”.

Y añaden algo aún más llamativo: “La guerra es el modo en que comen las naciones. Promueve la cooperación porque es la forma última de competición. Hasta que nuestros Estados sean miembros de un grupo grande y eficazmente protector, continuarán actuando como individuos y familias en la fase de la caza”. Para quienes no estén acostumbrados a este tipo de enfoques les resultarán algo sorprendentes. A mí no me asombran en absoluto. La neurocientífica Rita Levi Montalcini –a la que cito de cuando en vez- estima que gran parte de la violencia humana procede del funcionamiento de nuestro cerebro primitivo, el que nos servía hace millones de años para sobrevivir. Pero ahora ha llegado el momento de intentar controlarlo.

Las Cortes se han llenado de personas inexpertas e impulsivas y le están haciendo un enorme daño a la sociedad española que ya tiene bastantes angustias que producen alteraciones de carácter. Sus señorías ni siquiera le hacen caso a una de las reglas elementales de Freud: el humano es una pugna entre su yo, su superego, que es la cultura que le “imponen” y se “autoimpone” para no autodestruirse, y su ello que es el instinto animal que posee como animal que es. El resultado lo tienen ustedes a la vista.