Uno de los lugares de Sevilla que siempre me ha fascinado es el Parque de María Luisa. Un magnífico espacio verde que le recomiendo encarecidamente incluir en su visita a nuestra ciudad; ya sea por su exuberante vegetación, su rica historia, o por sus monumentales Plaza de España y Plaza de América, cuya importancia merece capítulos aparte. Y todavía lo hace más atractivo la enorme variedad de visitantes que recibe, ya sean viajeros, familias sevillanas, o deportistas que acuden a este lugar a correr mientras respiran aire puro.
Para conocer el origen del parque, nos tenemos que remontar al siglo XIX, cuando los duques de Montpensier, Antonio de Orleáns y María Luisa de Borbón, la hermana de la reina de España Isabel II, tuvieron que huir de Francia al estallar la revolución francesa en 1848. Esta pareja aristocrática eligió Sevilla como destino, adquiriendo como residencia el opulento Palacio de San Telmo, la antigua Universidad de Mareantes (marinos) y hoy en día sede de la Presidencia de la Junta de Andalucía. Y, además, compraron las diversas fincas y huertas ajardinadas que ocupaban el espacio donde hoy en día se encuentra el Parque.
En 1893, la ya viuda duquesa de Montpensier decidió regalar una buena parte de los jardines a la ciudad, por lo que hoy en día y en su honor reciben el nombre de Parque de María Luisa. En los años posteriores, el primitivo parque sufrió un breve período de cierto abandono, hasta que el arquitecto paisajista francés Nicolas Forestier se encargó de convertirlo en unos elegantes jardines, aunque respetando diversas zonas del parque que ya existían, como por ejemplo el Estanque de los Lotos, donde precisamente se encuentra una estatua dedicada a María Luisa.
Le otorgó una nueva estructura y un nuevo aire romántico, mediante la proyección de avenidas, la construcción de glorietas, y la importación de especies vegetales desde distintos continentes. Además, mezcló armoniosamente estilos diversos como el jardín inglés, con grandes praderas y árboles dispersos, el jardín francés, de estructura geométrica y vegetación perfectamente recortada, y el estilo arábigo-andaluz, inspirándose en los jardines de la Alhambra de Granada o de los Reales Alcázares de Sevilla.
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Dentro de este último estilo destaca el Jardín de los Leones, cuya musa es claramente el Patio de los Leones de la Alhambra. Es un espacio soberbio, ya sea por el relajante rumor del agua, el colorido de sus rosales y buganvillas, o por la fragancia que despiden los aromáticos setos de mirto. Todavía lo hace aún más llamativo la presencia del monte Gurugú, una pequeña colina de la que cae una cascada de agua que hace las delicias de los visitantes, sobre todo en los meses de estío.
Por otro lado, casi todas las glorietas presentes en el Parque están dedicadas a personajes sevillanos célebres. Una de las más conocidas, la que honra la memoria del insigne poeta Gustavo Adolfo Bécquer. Rodeando un majestuoso ciprés de los pantanos, plantado hace 150 años, se encuentra un bello conjunto escultórico cuya simbología nos recuerda lo pasajero que es el amor. Le recomiendo sentarse un rato en uno de sus bancos para así contemplar este bello conjunto escultórico y, por qué no, leer alguno de los bellos poemas compuestos por el artista (se pueden descargar en un panel informativo usando el lector de códigos QR, tanto en español como en inglés).
También es muy bonita la glorieta dedicada a los prolíficos autores teatrales hermanos Álvarez Quintero, con diseño en esta ocasión del legendario Aníbal González, autor de la Plaza de España. Es un rincón con algo especial, por lo que es elegido frecuentemente por estudiantes y jóvenes actores para practicar sus papeles. La cerámica que recubre sus bancos es excepcional, pudiéndose leer sobre los mismos algunas de las numerosas obras escritas por estos hermanos.
Otro de sus atractivos es su diversificada flora, contando el Parque con alrededor de 150 especies diferentes. Son notables, por su porte y elegancia, los árboles de las lianas, una especie de Ficus cuyo nombre viene de las raíces aéreas que cuelgan de sus ramas; o los magnolios que adornan con sus enormes y blancas flores la avenida que desemboca en la parte central de la Plaza de España. También es notable la gran cantidad de palmeras plantadas por todo el parque, pertenecientes a diferentes especies; por ejemplo, las altas y delgadas washingtonias, las gruesas y frondosas palmeras canarias, o las peludas palmeras de la fortuna.
Así que, querido lector, confíe en mí y haga un alto en el camino en este magnífico parque. A buen seguro, su aire puro cargado de historia y romanticismo le llenará los pulmones y le dará fuerzas para continuar en su fascinante viaje por Sevilla.