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Actualizado: 06 nov 2020 / 04:30 h.
  • El sueño americano de la razón produce monstruos

«Algunos chicos nacieron para ondear una bandera/ Pero yo no/ Yo no soy uno de los afortunados», cantan Los Creedence en la radio de un coche que atraviesa el Golden Gate Bridge de San Francisco. “Si vas a San Francisco, no olvides llevar una flor en el pelo”, cantaba Scott Mckenzie. En el interior del automóvil viaja Jon Sistiaga. Jon Sistiaga tiene el pelo blanco, y no lleva en él ninguna flor prendida. Frisando ya los cincuenta, ha dedicado su vida a rastrear el horror de las guerras, de la violencia y del odio por todas las esquinas del mundo. Y en Estados Desunidos, la nueva serie documental que acaba de estrenarse en Movistar +, este camino lo ha llevado hasta el corazón mismo de las tinieblas: La Casa Blanca.

Los Estados Unidos de América se enfrentan en la calle. San Francisco, “la piedra en el zapato de Trump”, como define a esta ciudad Jon Sistiaga, acoge una manifestación contra Twitter. Los manifestantes denuncian la censura de la red social, que ha bloqueado sus cuentas por difundir información engañosa o por incitación al odio. En la otra acera de la calle, un numeroso grupo de contra-manifestantes alza pancartas en las que se lee: “Nazis fuera de la Casa Blanca”. La pantomima no les lleva mucho: en seguida se enzarzan y un chico negro, vapuleado, mira a cámara y exhibe una dentadura de la que acaba de salir volando un incisivo. “Quizás haya algo de fascismo en ambos lados”, reflexiona Sistiaga.

La serie es corta. Dura apenas cien minutos si se suman los dos episodios que la forman. Pero basta para describir un mundo delirante en el que no sólo viven los americanos, sino también nosotros. Por la pequeña pantalla, desfilan amigos y enemigos de Trump, que dialogan pacíficamente con Jon Sistiaga como si reconociesen en él a un posible converso para su causa, y le explican por qué una guerra está a punto de estallar en sus calles, y de qué lado estarán ellos cuando esto ocurra. Una votante demócrata advierte a Sistiaga de que lo peor está por venir. Los dos conversan en el jardín, festoneado de calabazas de Halloween y brujas de trapo, mientras toman una bebida caliente. Tal vez el verdadero horror sea este: hablar de la guerra con una taza de chocolate en la mano.

En el desierto de Joshua Tree, en un lujosa mansión atiborrada de trofeos de caza, vive Foster Friess, un billonario que es firme defensor de Trump. Foster Friess habla con calma, como lo haría con su nieto, y no deja de sonreír en todo el tiempo que dura la entrevista. Es ya muy anciano, “pero se siente joven”, le dice a Sistiaga, al que muestra, orgulloso, la cabeza de un elefante al que tumbó en Tanzania. “Donald Trump es mi mayor ídolo, sólo por detrás de Jesús y Martin Luther King”, declara. Aunque Foster es un cristiano devoto, se niega a cuestionar la fe de Trump: “Sé que defiende a América y que vela por mí. Con eso me conformo”. Friess también encierra su propia contradicción: forma parte de la plataforma Rachel´s Challenge contra la violencia (Rachel fue la primera alumna abatida en el tiroteo estudiantil de Columbine), a la par que defiende a ultranza el derecho a tener armas. Foster, como Donald, es el hijo primogénito de los tiempos que corren.

Estados Desunidos pone de manifiesto lo que algunos han comprendido demasiado tarde: que Trump no es un accidente, ni una broma pesada ni un mal sueño. Es, quizás, el político más representativo de su era. En la serie Good Fight, su protagonista sueña que Hillary Clinton ha ganado las elecciones. Cuando intenta convencer a sus compañeros de que esto no es así, y que el verdadero presidente es Trump, todos se echan a reír: “Es absurdo”, le contestan. “Eso no podría pasar jamás. Aquí, no”.

Aún es pronto para decir con qué sueña América, y si despertará pronto o seguirá dormida. Lo que sin duda cabe pensar es que, cuando se levante, lo hará con dolor de cabeza. Y quizás nosotros también lo hagamos.