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Actualizado: 31 dic 2017 / 10:56 h.
  • Pedro Sánchez: la redención del renacido

Reconquista en 232 días. Los que separaron al áspero comité federal del 1 de octubre de 2016 con las frenéticas primarias del 21 de mayo del 17. El madrileño logró una incontestable victoria en un proceso interno en el que estuvo a punto de no presentarse. El derrocamiento público sumó a Sánchez en la mayor de las aflicciones, de la que solo saldría por el empujón de un puñado de incondicionales, a la postre, también visionarios.

Los mismos que hace exactamente un año, el 27 de diciembre del 16, ya armadas las plataformas que exigían al partido la activación de primarias, le imploraron públicamente en Madrid que se sumara a la carrera por recuperar la secretaría general: 70 fieles que se convertían así en los primeros sanchistas. Tanto caló el mensaje que, cinco meses después y cual ave fénix, Sánchez resucitaba del inframundo de los políticos finados para tomar de nuevo el control del histórico partido de la rosa.

Lo hizo sustentándose en un discurso tan efectista como ya repetido en política. La batalla contra el stablishment escenificándolo en el apoyo expreso y explícito que aparato, barones y ejecutivas exhibieron en favor de su archirrival, Susana Díaz. Así, se autonombró como el candidato de la militancia, alzó el puño y adoptó La Internacional como himno de cabecera e inició una carrera de fondo para recuperar su trono, redundando en el ya famoso ‘no es no’, o lo que es lo mismo, en cómo la gestora –acusando directamente a Díaz– dio el gobierno a Rajoy.

Su estrategia tenía a Andalucía marcada en rojo, aún a sabiendas de que esta sería la circunscripción donde recabaría menos apoyos. Tal cual. La región sureña, territorio comanche susanista, otorgó un mayoritario apoyo a la trianera, si bien, Sánchez levantó más del 30 por ciento de los votos andaluces, confirmando el axioma de que si lograban superar el 25 por ciento en esta demarcación, la victoria caería de su parte. La importancia andaluza de su estrategía tuvo más motivos: arranque y fin de su camino como candidato, en Dos Hermanas y Sevilla, respectivamente. También tiró de perfiles conocedores de la fontanería del socialismo del sur, como Gómez de Celis –acérrimo rival de Díaz y colaborador íntimo de Sánchez– como coordinador de su campaña y Paco Salazar, del ámbito de Toscano, como encargado de análisis y estrategia.

Precisamente fue en los dominios de Toscano, Dos Hermanas, donde Sánchez anunció sus intenciones resucitadoras: «me tiro a la piscina porque tiene agua». Eso fue al principio. Por entonces no tenía, ni mucho menos, todas consigo. Aún menos cuando la presidenta andaluza y secretaria general de la federación más poderosa del PSOE, proclamara, ante casi diez mil personas en Madrid, que ella también quería mandar en Ferraz. El discurrir de ambos hacia la confrontación del 21M monopolizó la agenda política patria, convirtiendo a estas primarias en un fenómeno electoral del rango de unas generales.

Otra de las claves llegó con la entrega de avales, convertida en una suerte de primera vuelta de las primarias. Díaz, como gran favorita, esperaba enterrar a sus rivales en firmas. Más allá de ser la candidata con más refrendos, el alto número que recogió el equipo de Sánchez puso las espadas en todo lo alto. Días después, en la votación, el madrileño arrasó: 15.500 votos más que la sevillana y más del 50 por ciento de sufragios favorables.

Sánchez recuperó su cetro e inició un proceso de nuevos cambios desde el cuartel general de Ferraz. Montó una ejecutiva a su medida y blindó el Comité Federal restando poder a susanistas y barones. En el Congreso de los Diputados, impulsó a Margarita Robles y José Luis Ábalos y se volcó en el asunto capital de la política española: Cataluña. Lo hizo intercambiando el discurso de las medidas sociales clásico de la socialdemocracia con la defensa de la Constitución y el rechazo a la secesión. Puso en marcha un cordón sanitario frente a Podemos, lejos de iniciar un recorrido de acuerdos vaticinado tras el giro a la izquierda efectuado en su campaña. En las catalanas del 21D, primera prueba de fuego, no se escenificó el efecto del nuevo Sánchez, que sí de algo puede presumir es de exhibir una figura de líder más sólido y autónomo en un partido ávido de paladines. Si es el válido, el tiempo lo dirá. Lo que sí está claro, es que no habrá una tercera oportunidad.