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Actualizado: 29 dic 2017 / 22:39 h.
  • Un zafarrancho a mitad de camino
    Revisión del estado del monumento sevillano a Bartolomé Esteban Murillo en la plaza del Museo, a comienzos de junio pasado. / Jesús Barrera
  • Un zafarrancho a mitad de camino
  • Un zafarrancho a mitad de camino
    Antonio Zoido, nuevo director de la Bienal de Flamenco. / Jesús Barrera
  • Un zafarrancho a mitad de camino
    Nuria Lupiáñez y Verónica Durán, nuevas responsables de la Feria del Libro. / El Correo

{La cultura sevillana ha vivido un año apasionante que augura un 2018 de auténtico infarto. Parece mentira que un ámbito tan aparentemente apacible, con sus conciertos, sus libros, sus películas, sus exposiciones, sus directores de orquesta, sus eminencias desapercibidas y su esnobs con bufanda, se encuentre atravesando tormentas y vendavales más propios del Cabo de Hornos que de un callejón a espaldas de la Alameda. Pero así es. Este 2017 podría pasar a la pequeña crónica cultural como el del cambio. O si se quiere, por usar una palabra del propio concejal del ramo, de «zafarrancho». Precisamente este concejal delegado de Hábitat Urbano, Cultura y Turismo, Antonio Muñoz (PSOE), ha sido quien ha decidido sacar la mopa, el cristasol y la fregona para adecentar, justo a mitad del mandato del alcalde Espadas, un territorio que entre que la crisis y lo que no era la crisis estaba ahí en un rincón, lánguido y sin dar mucho ruido, pero que ya no podía esperar más. Muñoz estaba llamado a ser el hombre del año en la cultura local, y lo habría sido si no lo hubieran adelantado por la derecha otros nombres a raíz de un episodio tan grave como inesperado. Pero antes de empezar a entrar en los detalles hay que dar las claves de lo que ha sido este año para la cultura hispalense, claves que se resumen en seis frases: una, reconocimiento de la insuficiencia del Instituto de la Cultura y las Artes de Sevilla (ICAS) y demolición controlada de este brazo ejecutor de las políticas culturales del Ayuntamiento; dos, puesta de largo de Sevilla en el panorama del cine europeo; tres, desbarajuste tremendo en la Bienal de Flamenco con la salida del director recién nombrado, José Luis Ortiz Nuevo, reemplazado al final por Antonio Zoido; cuatro, cambio de timonel en la Feria del Libro, que empieza a plantearse nuevos horizontes tras la debacle financiera internacional; cinco, una economía voluntariosa pero austera que no permite aspirar a más ni en artes escénicas, ni en la programación del Maestranza, ni en el CAAC, ni en nada, y que se maquilla con todo un aluvión de actividades de pequeño coste pero de gran impacto que dan la sensación –correcta, todo sea dicho– de que la cultura en Sevilla es un no parar de hacer cosas. Y seis: comienza el Año Murillo.

Dejando a un lado el punto económico, que se explica solo, sin duda el caso más llamativo ha sido el de la Bienal de Flamenco. Habrá algún relativista que piense que tampoco hay que darle tanta bola a la dimisión de un director; otros, por el contrario, entenderán que la salida inesperada del responsable del mayor acontecimiento cultural de Sevilla, a quien todos consideraban el hombre perfecto para la tarea, apenas dos meses después de haber sido nombrado para sustituir a quien fue defenestrado por presiones de un lobby flamenco, y con el resultado final de una programación entre interrogaciones a falta de un año para la siguiente edición es, cuando menos, un asunto de la máxima gravedad. El nombramiento in extremis de Antonio Zoido para el cargo cerraba la crisis este otoño y endosaba al humanista de Monesterio la responsabilidad de salir de rositas de esta. Zoido trae sus propios planes, su sello, pero es consciente de la premura, de que la próxima cita será de transición y de que, por lo que a él respecta (73 años), mucho tiempo no va a estar ahí: «Hombre, yo tampoco soy un jovenzuelo imberbe, y es seguro que no me voy a quedar en la Bienal veinte años», decía a este medio el día de su designación.

Otro incendio serio fue nada menos que en los motores de la nave cultural del Ayuntamiento: el ICAS ya no valía. Lo decía Antonio Muñoz a este periódico: que lo mismo se levantaba una polvareda con la decisión, pero no queda otra que hacer saltar por los aires unos esquemas de gestión inservibles para una cultura que, según él, se ha propuesto dejar de ser provinciana. Se busca un brazo ejecutor que sea rápido, eficiente, capaz de decidir sobre la marcha, versátil, que no se ahogue en expedientes. «La transformación del ICAS en otra cosa no es algo que hayamos hecho como objetivo político al tuntún, sino que eso se hizo a partir de un plan director que se consensuó con el sector, que una de las principales demandas que nos hicieron cuando llegamos fue: por favor, cambien este instrumento que no funciona. Que llevamos muchos años así y nadie le ha metido mano. Era una obviedad. No es que nosotros hayamos reventado el ICAS. La necesidad de renovar el ICAS en su concepción es un tema que a mí me decían muchísimo estando en la oposición. La gente de la calle que organiza cosas en la ciudad me decía eso, que aquello hay que zamarrearlo. Y es verdad: el ICAS hay que zamarrearlo. El ICAS necesita un zamarreo y un giro importante de 180 grados». Y en ello están. El delegado quiere que el nuevo modelo aún sin definir arranque con el nuevo año, previa negociación con los grupos políticos y tras pasar por el Pleno. O sea, que enero va a comenzar también calentito.

En asuntos de cine, el Festival de Sevilla, una vez cerrada su XIV edición este noviembre, presumía de ser la cita de referencia de este arte en Europa; un pequeño pero sustancial emporio donde se concitan el público, los cineastas, el sector profesional y las instituciones, todo ello bajo la bandera del cine independiente. Más gente en las salas, más personalidades del mundo del cine, más actividades y encuentros entre los participantes parecen avalar esa tesis. Pero sobre todo, el que Sevilla vaya a acoger el año que viene la gala de entrega de los Premios del Cine Europeo –el último ha sido en Berlín– habla con elocuencia de la relevancia creciente de Sevilla en el asunto gracias a la cita que dirige José Luis Cienfuegos.

Con la cartera llena de ideas para «continuar con el sueño» llegan a la Feria del Libro sus nuevas responsables, Verónica Durán y Nuria Lupiáñez, tras la salida de Javier López Yáñez. Las librerías sevillanas y la expansión del amor por la lectura y la palabra a todos los ámbitos donde sea posible es uno de sus retos. Este 2018 se verán los primeros pinitos y se hablará con creces del asunto, suponiendo que los deje Murillo, que prosigue su marcha triunfal por los periódicos, las calles, los museos y los espacios culturales más diversos. Una ruta de veinte etapas, para la que se ha creado hasta un pasaporte como los de la Expo, da idea de todos los lugares del casco antiguo donde Murillo es objeto de exposición, comentario, recuerdo, homenaje: la Catedral, la Caridad, los Venerables, los Pinelo, Santa María la Blanca, las Dueñas, la Magdalena. Tres grandes exposiciones: en el Museo de Bellas Artes, Murillo y los Capuchinos de Sevilla; en Santa Clara, Murillo y su estela; en la Catedral, Murillo y la Catedral. Y todo el aparato cultural puesto al servicio del pintor que nació en Sevilla hace ahora 400 años. El año que viene también será el suyo. Pero eso ya se contará entonces. Eso, la apertura de la Fábrica de Artillería, el nuevo ICAS... y demás planes de Muñoz para los dos años que quedan de mandato, en cuanto deje el mocho y el cristasol.

La cultura sevillana ha vivido un año apasionante que augura un 2018 de auténtico infarto. Parece mentira que un ámbito tan aparentemente apacible, con sus conciertos, sus libros, sus películas, sus exposiciones, sus directores de orquesta, sus eminencias desapercibidas y su esnobs con bufanda, se encuentre atravesando tormentas y vendavales más propios del Cabo de Hornos que de un callejón a espaldas de la Alameda. Pero así es. Este 2017 podría pasar a la pequeña crónica cultural como el del cambio. O si se quiere, por usar una palabra del propio concejal del ramo, de «zafarrancho». Precisamente este concejal delegado de Hábitat Urbano, Cultura y Turismo, Antonio Muñoz (PSOE), ha sido quien ha decidido sacar la mopa, el cristasol y la fregona para adecentar, justo a mitad del mandato del alcalde Espadas, un territorio que entre que la crisis y lo que no era la crisis estaba ahí en un rincón, lánguido y sin dar mucho ruido, pero que ya no podía esperar más. Muñoz estaba llamado a ser el hombre del año en la cultura local, y lo habría sido si no lo hubieran adelantado por la derecha otros nombres a raíz de un episodio tan grave como inesperado. Pero antes de empezar a entrar en los detalles hay que dar las claves de lo que ha sido este año para la cultura hispalense, claves que se resumen en seis frases: una, reconocimiento de la insuficiencia del Instituto de la Cultura y las Artes de Sevilla (ICAS) y demolición controlada de este brazo ejecutor de las políticas culturales del Ayuntamiento; dos, puesta de largo de Sevilla en el panorama del cine europeo; tres, desbarajuste tremendo en la Bienal de Flamenco con la salida del director recién nombrado, José Luis Ortiz Nuevo, reemplazado al final por Antonio Zoido; cuatro, cambio de timonel en la Feria del Libro, que empieza a plantearse nuevos horizontes tras la debacle financiera internacional; cinco, una economía voluntariosa pero austera que no permite aspirar a más ni en artes escénicas, ni en la programación del Maestranza, ni en el CAAC, ni en nada, y que se maquilla con todo un aluvión de actividades de pequeño coste pero de gran impacto que dan la sensación –correcta, todo sea dicho– de que la cultura en Sevilla es un no parar de hacer cosas. Y seis: comienza el Año Murillo.

Dejando a un lado el punto económico, que se explica solo, sin duda el caso más llamativo ha sido el de la Bienal de Flamenco. Habrá algún relativista que piense que tampoco hay que darle tanta bola a la dimisión de un director; otros, por el contrario, entenderán que la salida inesperada del responsable del mayor acontecimiento cultural de Sevilla, a quien todos consideraban el hombre perfecto para la tarea, apenas dos meses después de haber sido nombrado para sustituir a quien fue defenestrado por presiones de un lobby flamenco, y con el resultado final de una programación entre interrogaciones a falta de un año para la siguiente edición es, cuando menos, un asunto de la máxima gravedad. El nombramiento in extremis de Antonio Zoido para el cargo cerraba la crisis este otoño y endosaba al humanista de Monesterio la responsabilidad de salir de rositas de esta. Zoido trae sus propios planes, su sello, pero es consciente de la premura, de que la próxima cita será de transición y de que, por lo que a él respecta (73 años), mucho tiempo no va a estar ahí: «Hombre, yo tampoco soy un jovenzuelo imberbe, y es seguro que no me voy a quedar en la Bienal veinte años», decía a este medio el día de su designación.

Otro incendio serio fue nada menos que en los motores de la nave cultural del Ayuntamiento: el ICAS ya no valía. Lo decía Antonio Muñoz a este periódico: que lo mismo se levantaba una polvareda con la decisión, pero no queda otra que hacer saltar por los aires unos esquemas de gestión inservibles para una cultura que, según él, se ha propuesto dejar de ser provinciana. Se busca un brazo ejecutor que sea rápido, eficiente, capaz de decidir sobre la marcha, versátil, que no se ahogue en expedientes. «La transformación del ICAS en otra cosa no es algo que hayamos hecho como objetivo político al tuntún, sino que eso se hizo a partir de un plan director que se consensuó con el sector, que una de las principales demandas que nos hicieron cuando llegamos fue: por favor, cambien este instrumento que no funciona. Que llevamos muchos años así y nadie le ha metido mano. Era una obviedad. No es que nosotros hayamos reventado el ICAS. La necesidad de renovar el ICAS en su concepción es un tema que a mí me decían muchísimo estando en la oposición. La gente de la calle que organiza cosas en la ciudad me decía eso, que aquello hay que zamarrearlo. Y es verdad: el ICAS hay que zamarrearlo. El ICAS necesita un zamarreo y un giro importante de 180 grados». Y en ello están. El delegado quiere que el nuevo modelo aún sin definir arranque con el nuevo año, previa negociación con los grupos políticos y tras pasar por el Pleno. O sea, que enero va a comenzar también calentito.

En asuntos de cine, el Festival de Sevilla, una vez cerrada su XIV edición este noviembre, presumía de ser la cita de referencia de este arte en Europa; un pequeño pero sustancial emporio donde se concitan el público, los cineastas, el sector profesional y las instituciones, todo ello bajo la bandera del cine independiente. Más gente en las salas, más personalidades del mundo del cine, más actividades y encuentros entre los participantes parecen avalar esa tesis. Pero sobre todo, el que Sevilla vaya a acoger el año que viene la gala de entrega de los Premios del Cine Europeo –el último ha sido en Berlín– habla con elocuencia de la relevancia creciente de Sevilla en el asunto gracias a la cita que dirige José Luis Cienfuegos.

Con la cartera llena de ideas para «continuar con el sueño» llegan a la Feria del Libro sus nuevas responsables, Verónica Durán y Nuria Lupiáñez, tras la salida de Javier López Yáñez. Las librerías sevillanas y la expansión del amor por la lectura y la palabra a todos los ámbitos donde sea posible es uno de sus retos. Este 2018 se verán los primeros pinitos y se hablará con creces del asunto, suponiendo que los deje Murillo, que prosigue su marcha triunfal por los periódicos, las calles, los museos y los espacios culturales más diversos. Una ruta de veinte etapas, para la que se ha creado hasta un pasaporte como los de la Expo, da idea de todos los lugares del casco antiguo donde Murillo es objeto de exposición, comentario, recuerdo, homenaje: la Catedral, la Caridad, los Venerables, los Pinelo, Santa María la Blanca, las Dueñas, la Magdalena. Tres grandes exposiciones: en el Museo de Bellas Artes, Murillo y los Capuchinos de Sevilla; en Santa Clara, Murillo y su estela; en la Catedral, Murillo y la Catedral. Y todo el aparato cultural puesto al servicio del pintor que nació en Sevilla hace ahora 400 años. El año que viene también será el suyo. Pero eso ya se contará entonces. Eso, la apertura de la Fábrica de Artillería, el nuevo ICAS... y demás planes de Muñoz para los dos años que quedan de mandato, en cuanto deje el mocho y el cristasol.