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Actualizado: 25 sep 2022 / 21:42 h.
  • Aguado y Marín: dos orejas muy oportunas
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La ovación de gala –casi una aclamación- que prendió tras el paseíllo subrayó el protagonismo que, a priori, detentaba Morante de la Puebla. Pesaba el calado, la memoria y la trascendencia de su faenón del viernes, cuarto consecutivo en esta plaza en la era pos covid. Si ese día se echaba un vistazo al mapa informático de las localidades de la plaza se contemplaba un claro inmenso en el sol para este festejo dominical había desaparecido. La verdad es que la plaza enseñó un lleno aparente aunque también hay que consignar que el toreo ya no goza del retorno de otro tiempo. Lo que pasó hace dos días debería haber obrado de bálsamo para colgar el ansiado cartel de no hay billetes. Pero así están las cosas...

Morante, por cierto, había escogido un terno grana y oro para la ocasión. Recamado de alamares de chorrillo añejo, tocado con esa montera de aires arcaizantes, dotaba a su propia puesta en escena de un aire intemporal que el diestro de La Puebla refuerza con esas oportunas concesiones a la arqueología del toreo que en sus manos surgen frescas y actuales. Pero la tarde, una vez más, se iba a poner a contrapelo en el sorteo. Para sus manos fue un lote infumable, a contra estilo, sin la más mínima opción. El primero, ésa es la verdad, debió ser devuelto a los corrales a tenor de sus ínfimas fuerzas. Derrengado en los capotes, derrotado en el caballo, protestado siempre... Cuando el matador cigarrero tomó la muleta sólo pudo confirmar que era una babosa sin raza alguna. Se le agradeció que cortara por lo sano.

Fiel a ese crónico mal fario en los sorteos, Morante iba a llevarse otro galafate que sólo permitió enseñar algunos resorte de la vieja lidia: desde los lances a medio capote para intentar sujetarlo al hilo de las tablas, pasando por esos capotazos a modo de látigo que trataban de fijar una embestida abanta y suelta. Hay que anotar una excelente media, los tirones con el capote a una mano, la larga cordobesa... Habrá que contentarse con eso porque no hubo mucho más. La faena comenzó con sabrosos muletazos rodilla en tierra pero en cuanto se puso a torearlo formalmente el animal se colocó a la defensiva. Mejor no mirar donde cayó la espada...

Pero hay que agarrarse a lo positivo de una tarde en la que Pablo Aguado y Ginés Marín dieron lo mejor de sí mismos con los dos únicos ejemplares potables del encierro de Juan Pedro Domecq. Para qué vamos a negarlo, la lidia de los toros de Lo Álvaro despertaba demasiadas suspicacias por no decir hartazgo. Era el tercer envío de la temporada. Los resultados no avalan el exceso... A partir de ahí hay que reconocer las posibilidades de ese tercero con el pudimos ver a un Marín realmente ilusionado. En abril había cortado una oreja mortecina que no dejó recuerdo pero la de este domingo tuvo otro valor y otro sabor. El diestro extremeño salió airoso de los lances de recibo aunque el público andaba mosca a tenor de cómo había salido el primero. Pero el animal mostró su buen aire en los primeros muletazos, arrancado de largo. Marín fue cogiéndole las vueltas pero la cosa despegó de verdad después de partir el estaquillador y cambiar la muleta. Por el izquierdo hubo mejor trazo y resolución y vuelto al lado diestro el trasteo rompió de verdad en una ronda más compacta que cerró con un cambio de mano. Tuvo mérito la siguiente, tirando del bicho por naturales antes de volver a alternar otra serie con la derecha, la más redonda, y concluir su labor con muletazos por bajo. Fue media estocada tendida que no impidió cortar la oreja. Le venía de perlas... El quinto, ya lo hemos dicho, no le iba a dar demasiadas opciones. Fue un toro que fue cambiando a peor en cada muletazo, soltando tornillazos, derrotando por arriba... Qué se le va a hacer.

Pero hubo otra oreja con argumento y significado interior. Fue la que le cortó Aguado al tercero mostrándose muy responsabilizado, siempre con ganas de estar en la cara, enfibrado sin salirse de su caro concepto. Fue un toro bien picado por Juan Carlos Jiménez al que había que extraer el buen fondo que atesoraba; de más ataque que espera. Y así lo supo ver el matador sevillano, obligándolo siempre en una faena en la que forma y contenido siempre fueron de la mano. La faena subió de decibelios cuando se echó la muleta a la mano derecha en dos tandas sucesivas que cerró con preciosos y precisos muletazos a rodilla flexionada. Hubo un molinete oportuno, un vistoso pase de pecho y esa concesión al sabor más hispalense en forma de naturales a pies juntos antes de dejar una estocada trasera y un punto caída. El trofeo encerraba otras victorias. Con el sexto, un galafate violento y con genio, sólo pudo escenificar una batalla sorda que no iba a tener premio.

FICHA DEL FESTEJO

Ganado: Se lidiaron seis toros de Juan Pedro Domecq, bien presentados en líneas generales. Sólo hubo dos reses con opciones: un segundo de buen fondo y un tercero que era más de atacar que de esperar. Primero y cuarto –lote de Morante- conformaron un lote infumable. Uno por inválido y desfondado y el otro por bruto y a la defensiva. Tampoco sirvieron el descompuesto quinto ni el muy deslucido y bronco sexto.

Matadores: Morante de la Puebla, de grana y oro, silencio y silencio

Ginés Marín, de pizarra y oro, oreja y silencio

Pablo Aguado, de sangre de toro y oro, oreja y silencio

Incidencias: la plaza casi se llenó aparentemente en tarde veraniega. Daniel Duarte saludó tras parear al segundo. Destacó Punta con los palos y Juan Carlos Jiménez picando al tercero.