La saya ya es una realidad. Y el resultado, una maravilla. La nueva pieza del atavío de la dolorosa de la cofradía de Baratillo fue bendecida este domingo por el padre Andrés Ibarra delante del palio de la Virgen de la Caridad, que aún espera vestida de hebrea a ser ataviada de reina para su estación del Miércoles Santo. La pieza ha sido realizada en los talleres de los Sucesores de Elena Caro a partir de los bordados del vestido verde lago y oro regalado por Morante de la Puebla en el otoño de 2016. Los trabajos, aclara la corporación del Arenal, han sido sufragados por la empresa Pagés.
Hay que recordar que Morante es hermano y nazareno de botón rojo de la cofradía del Baratillo, con la que estrechó sus lazos de la mano del abogado Joaquín Moeckel. La Virgen de la Caridad, además, mantiene un antiguo vínculo con los hombres de luces. No en vano preside esa eucaristía anual en acción de gracias por el buen fin de la temporada taurina y fue titular de la extinta Asociación Benéfica de Socorros a la Vejez del Torero. El llamador de su palio, además, es sostenido simbólicamente por un angelito tocado con montera torera.
Pero merece la pena adentrarse aún más en las puertas que abren ese preciosista y original vestido, profusamente bordado en oro, que Morante se encargó en la madrileña sastrería de Fermín para la temporada 2016. Aquella campaña inauguraba un nuevo tiempo en la carrera del matador cigarrero después de dos largos años de desencuentro con la empresa Pagés. Es historia reciente: la rebelión del llamado G-5 que siguió a las abruptas declaraciones del empresario Eduardo Canorea –colocó a las figuras en la parra y mandó a Tomás hasta Senegal- dinamitó la Feria de Abril de 2014. Manzanares, El Juli, Perera, Talavante y el mismo Morante dejaron de anunciarse en el coso del Baratillo aquel año dejando en el aire demasiadas preguntas sin contestar. En 2015 todo parecía preparado para el retorno del diestro de La Puebla pero sólo se amarró la presencia de Manzanares, primer torero descolgado de un de un grupo que, por entonces, ya tenía los días contados.
Aquella rebelión acabó siendo disuelta definitivamente por el propio Morante en octubre de 2015. El torero adelantó en rigurosa primicia en las páginas de El Correo de Andalucía que estaba dispuesto a volver a torear en Sevilla. La jubilación de Canorea creaba un nuevo escenario para retomar las conversaciones con la empresa Pagés que, desde ese momento contaba con Ramón Valencia como interlocutor único. Morante exigía el rebaje del peralte del ruedo, quería llamar a José Tomás para revitalizar la corrida del Corpus... también hablaba de torear menos y ya anunciaba que dejaba en la orilla a Antonio Barrera, uno de sus colaboradores más fieles, pero también más polémicos.
Y en 2016 se obró el milagro después de aquellas dos tristes ferias. Morante se iba a anunciar hasta cinco tardes en la temporada maestrante. Pero las cosas tardaron en salir como se habían planeado... Aquella fue la feria de la ansiada paz, también la del indulto del célebre toro ‘Cobradiezmos’ en manos de Manuel Escribano. Todas y cada una de las figuras que habían renunciado a anunciarse en la plaza de la Maestranza en 2014 y 2015 se liaron el capote de paseo con distintas circunstancias y resultados y hasta dispares estrategias. Pero no faltó ni uno. El peso de esa categoría se notó de una forma especial en el festejo del viernes de preferia en el que Morante abrió plaza a El Juli y Perera delimitando qué significa ser y estar en figura del toreo. A partir de ahí la Feria fue otra.
Pero antes habían pasado ya algunas cosas. Morante -que escuchó tres avisos- dictó una importante faena el Domingo de Resurrección que sirvió de declaración de intenciones. El diestro cigarrero volvería a caer de pie en su segunda comparecencia, con los toros de Victoriano del Río, plantando cara a un manso de libro. Pero el de la Puebla sí se estrelló contra el muro de la decepcionante corrida de Jandilla. La impaciencia empezaba a desatarse. No se podía atisbar que el definitivo recital llegaría en la tarde del 15 de abril, con el octavo y último toro que mataba en la Feria, vestido con ese traje verde lago y oro que servirá para vestir a la Virgen de la Caridad ante la que ya había rezado vestido de luces y acompañado de toda su cuadrilla. Lo hizo todas y cada una de aquellas tardes de abril caminando con sus hombres desde el cercano hotel Vincci hasta la capilla del Baratillo. Morante emulaba así, de alguna manera, a Pepe Hillo ese lidiador de la arqueología del toreo que regaló la imagen de San José a la que sigue dando culto la corporación del Arenal.