¿Quién era Curro Guillén? ¿Qué lugar ocupa en el complejo árbol genealógico de los toreros de San Bernardo? ¿Dónde murió? ¿Qué pasó con sus restos? Son preguntas que el escritor, profesor y periodista Santiago Sánchez Tráver ha sido capaz de contestar en el libro ‘Curro Guillén, el mito que murió en Ronda’ que se presenta este mismo martes en el Salón de Carteles de la plaza de toros de Sevilla en un acto que también servirá para abrir el programa de actos previsto para conmemorar el XXV aniversario de la creación de ‘Portal Taurino’, que edita el libro. Se trata de una web pionera en el campo de la información y la recopilación taurina que supo atisbar las posibilidades de la red cuando aún casi nadie sabía demasiado sobre internet.
El coso maestrante, muy lejos aún de la piel regionalista que le cubriría más de un siglo después, no fue ajeno a las andanzas de Curro Guillén, un personaje al que Sánchez Tráver define como un “torero de transición”. Su muerte no escapa de los tintes románticos de su propia vida: corneado por un toro de Cabrera el 20 de mayo de 1820 en la plaza de Ronda, acabó siendo sepultado en el propio ruedo, muy cerca de donde hoy reposan parte de las cenizas de Antonio Ordóñez. El segundo centenario de esa muerte, de alguna manera, ha servido de acicate al autor para bucear en archivos y legajos para poner en pie la identidad taurina y humana de este torero que, nacido en Utrera, enlaza sus apellidos con todos
“Es el único torero que ha muerto en Ronda”, explica el autor que rastreó la ubicación de unos restos a los que la tradición ubicaba enterrados delante de la puerta de chiqueros del bicentenario coso rondeño. “Hace cuarenta años se descubrieron los huesos y fueron extraídos pero nadie quería decir nada sobre el asunto” señala Sánchez Tráver. Fue el bibliotecario de la Real Maestranza de Ronda el que acabaría confirmándole que los huesos habían sido extraídos de ese emplazamiento. “Los tienen custodiados en otro lugar por si hubiera que hacer algún tipo de estudio”, advierte.
Pero el libro también sirve para desentrañar la relevancia social y taurina de un matador que “fue la máxima figura del toreo en las dos primeras décadas del siglo XIX por encima del más veterano que era Jerónimo José Cándido” según aprecia Santiago Sánchez Tráver. “Torearon mano a mano en Madrid, Sevilla, en todos lados... es una época de transición” recalca el autor aludiendo a la desaparición de dos toreros fundamentales para entender la arqueología de la lidia profesional a pie: Costillares y Pepe Hillo –fallecidos en el cambio de siglo- y Pedro Romero, que estaba muy mayor en los primeros lustros del siglo XIX para poder competir con nadie.