La tarde estaba marcada por un indudable componente sentimental. La reaparición del diestro local David de Miranda, providencialmente recuperado de una gravísima lesión medular, prestaba el argumento previo del festejo. La ovación de reconocimiento tras romperse el paseíllo tardó demasiado. Hizo falta que Morante, en un gesto de elegancia torera, animará a saludar al joven matador. Sólo él sabe el calvario que ha pasado.
Pero el cartel tenía otros alicientes, como la presencia -tan imprevisible- del propio Morante, que se hizo presente con un mazo de verónicas de otro mundo instrumentadas al basto ejemplar que saltó en primer lugar. Repitió el prodigio en el quite pero el toro, aplomado en la muleta, no tenía vocación de milagrero. El de la Puebla se marchó por la espada...
Pero aún le quedaba el cuarto, al que volvió a cuajar un ramillete de lances arrebujados y aclamados que remató con una media de libro. Hubo galleo, nuevas verónicas, una serpentina arqueológica y ¡hasta banderillas!... Morante resultó alcanzado cuando trataba de saltar la valla tras el segundo par pero colocó un tercero al quiebro que rindió la plaza. La faena, basada sobre la mano derecha, tuvo el don de la armonía. Hubo magia en los redondos e inspiración en los naturales a pies juntos mientras cosía serie con serie gravitando por el ruedo. Eso sí, la batería del animal aconsejó buscar la espada antes de reunirse con el toro en unos muletazos postreros llenos de sabor y torería añeja. Entró a matar después de un larguísimo preámbulo con la muleta plegada. En Huelva había tocado la lotería.
Manzanares, navegando en un año de grisallas, se encontró con un segundo que cantó su escaso motor desde el primer capotazo. El personal se enfadó, con razón, cuando rodó por los suelos. El alicantino no pasó de las probaturas y se lo quitó de en medio con una estocada de las suyas. Tuvo que esperar al quinto para estirarse con el capote y mecerse, por fin, en una faena de buen trazo pero lejos de su propia calidad. Hubo más profesionalidad que entrega; más compostura que expresión y sentimiento por más que éste o aquel muletazo evocara sus mejores fueros. La espada, esta vez, encalló.