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Actualizado: 16 sep 2018 / 20:47 h.
  • La Algaba: en una plaza de carros
    La inimitable plaza algabeña evoca los recintos improvisados en otro tiempo con la participación de todos los vecinos de la localidad. / Reportaje gráfico: Álvaro Pastor Torres
  • La Algaba: en una plaza de carros
    El ciclo sigue siendo un gran escaparate para los aspirantes a toreros.

Ha sido un intenso fin de semana taurino en la provincia. Hubo clase práctica en Camas bajo la batuta de Esaú Fernández, que cortó un rabo a un novillo de El Parralejo; y aunque no sé qué problemas administrativos en Osuna han aplazado hasta el día 6 de octubre el debut con picadores del joven Manolo Vázquez, en La Algaba estuvo todo listo para celebrar su tradicional ciclo de promoción de nuevos valores que alcanza, pleno de salud, su XL edición. Y es que el dios Toro, pese a todo, se hizo presente en uno de sus mejores templos: ese peculiar coso ribereño -mitad de carros, mitad de obra- que se convierte en eje inexcusable de las fiestas septembrinas de la localidad.

Esos festejaos prestán el hilo argumental pero el alma de la fiesta, convertida en remoto impuso atávico, va mucho más allá de la lidia reglada. El grito de ¡vaca¡ enciende los entusiasmos. Aún está paseando su trofeo el último de los actuantes y a pesar de las llamadas al orden el ancho ruedo del coso algabeño se puebla, en milésimas de segundo, de una amalgama de polos y camisetas de todos los colores que esperan la salida del totem ibérico por excelencia aunque el agua, en la primera jornada, se puso a la contra. Es la llamada ancestral del valor y el miedo, el auténtico motor que alienta la fiesta taurina -en su estado más puro o primigenio- en las tierras de la vieja piel de toro; como siempre fue.

La actual plaza fija rescata en su fisonomía las trazas del recinto improvisado que se montaba en otro tiempo y en otros lugares del pueblo con la participación de todos los vecinos. Los que ya peinan alguna cana recuerdan el montaje ilusionado de aquel coso artesanal que, en su esencia, sigue perpetuado en la plaza actual. Aquella amalgama de carros amarrados se dibuja hoy -simbólicamente- como la mitad de un edificio multiusos que se completa en su otra cara con un moderno graderío de obra. Pero el alma de la fiesta, siempre, se encuentra tras las ruedas multicolores. Se trata de sumar la tradición del pueblo más taurino de Sevilla con la modernidad que demanda un espectáculo de masas que, lejos de estar amenazado como en otros pueblos, se mantiene enraizado en el calendario festivo y sentimental de los desacomplejados algabeños a pesar de los estragos de la crisis y el acoso antitaurino.

En la primera jornada se anunciaban los benjamines. En los corrales les esperaban añojos de Aguadaulce y dos becerritos para los alumnos de la escuela local. La memoria rescata las formas de Tomás; también las orejas que cortaron el camero Candela y el portuense Agustín Sánchez. La cosa se puso más seria en la tarde del sábado. Los erales, de Buendía, pusieron en algún aprieto a los aspirantes. Los alumnos algabeños Javier Illanguas, Antonio Manuel Carbonell y Luis Manuel Romero además del toledano Miguel Zazo empataron a una trofeo. Ayer era el tercer y último festejo que anunciaba a Álvaro López, El Primi, Alfonso Alonso Sánchez y Luis Silva con erales de Agustín Lunar. Ya queda menos para la próxima...