La sentencia es manida; pero válida. Un cartel es un grito en la pared. El pintor José Renau prestó esa definición que permanece vigente desde entonces. Tan vigente como la apuesta de la Real Maestranza por la excelencia, conociendo –y soportando- los riesgos que asume en una ciudad de miras estrechas que suele vivir de sus propias inercias. Juan Maestre, el recordado y llorado pintor y caballero maestrante, lo supo ver claro en su momento impulsando la elección de nombres de valía internacional para firmar el cartel taurino de la temporada maestrante. Su figura discreta emerge con fuerza al cumplirse 25 años de aquella feliz iniciativa que estuvo acompañada de otras entre las que destaca la elección de primeras firmas de la literatura, el periodismo y la política para firmar el tradicional pregón taurino del Domingo de Resurrección.
El inicio de la colección de arte contemporáneo de la Real Maestranza -formada en base a la sucesión de carteles- fue un efecto más de la dinamización de la acción cultural de la propia Casa. La elección de esas primeras firmas del mundo artístico llegó de la mano de la definitiva eclosión de una hornada de jóvenes caballeros que renovaron algunos usos y modos inamovibles de la vieja corporación nobiliaria. En esa línea, la Real Maestranza, a salvo de complejos y valoraciones simplistas, ha sabido ir aumentando su extensa pinacoteca taurina con esa colección que da nombre a la sala que lo expone: el Salón de los Carteles.
Pero hay que destacar una vez más el papel de Juan Maestre, que se incorporó a la junta de gobierno de la Real Corporación en 1993 de la mano del marqués de Caltójar. En aquella mesa de oficiales ya figuraban –entre otros- caballeros como el conde de Luna –también fallecido-, Alfonso Guajardo-Fajardo y Santiago León Domecq, que llegarían a asumir la tenencia posteriormente. Aquella hornada de maestrantes supo potenciar la acción del cuerpo sin renunciar a los fines ni la esencia de su instituto. No se puede negar que algo cambió en la cúpula de la Real Maestranza al comienzo de los 90, explotando definitivamente en las tenencias del conde de Luna y, especialmente, en la de Alfonso Guajardo-Fajardo, que acometió una ambiciosa política de obras de remodelación de la plaza de toros que aún permanece abierta.
Y en 1994 se estrenó el primer cartel de esa nueva etapa, firmado por Luis Manuel Hernández, que aprovechó la propia heráldica del cuerpo nobiliario para enmarcar un bellísimo paisaje fluvial con la fachada de la plaza de la Maestranza. El Real Coso volvió a ser la inspiración del siguiente pintor en la lista. Fue el creador sevillano Joaquín Saenz, que centró su propuesta en el interior del coso, enmarcándolo en una severa moldura con iconografía taurina.
La primera transgresión –si es que hubo tal- llegó en 1996 de la mano de Eduardo Arroyo que consiguió una impactante y atractiva composición entonada en rojo, ocre y el rotundo negro del toro que parte en dos en cuadro. Félix de Cárdenas usó un esquema compositivo similar en 1997 usando los colores corporativos de la Maestranza –el rojo y el blanco- para enmarcar la silueta de un toro y su sombra reflejada en el suelo. Ricardo Cadenas, por su parte, tuvo la idea y el acierto de homenajear a Pepe Luis Vázquez en el cartel de 1998. Lo hizo interpretando una vieja fotografía que le entregó el propio maestro de San Bernardo, posando en una imagen de estudio con la muleta plegada y la espada en la mano izquierda.
En 1999 se abrió una nueva etapa. Llegaban las firmas de mayor resonancia internacional de la mano de Fernando Botero, que pintó un orondo picador –en su más genuino estilo- para anunciar la temporada taurina de aquel año. Guillermo Pérez Villalta recurrió a una composición de líneas limpias y arquitectónicas para retratar la plaza de la Maestranza en el año 2000. Y el siglo se inició con el relieve de Larry Rivers, más escultura que cartel, que sirvió para pregonar gráficamente la temporada de 2001. En 2002 llegaba la composición, casi onírica, de Juan Romero que tampoco renunciaba al poderoso paisaje de la propia plaza. Mucho más taurina y clásica fue la propuesta de Carmen Laffón, que escogió la rotunda cabeza de un toro arqueológico expuesta en el propio museo de la Maestranza, resuelta a pastel sobre un fondo ocre. Laffón añadió un guiño personal rellenando los casilleros destinados a contener las combinaciones de toros y toreros con los nombres de toreros legendarios, trufados con personas del propio entorno personal de la pintora.
En 2004, para qué negarlo, llegaron las primeras curvas cerradas. El creador napolitano Francesco Clemente trataba de rescatar el mito del Minotauro pero la guasa sevillana –y no pocas plumas afiladas- llegaron a calificar la obra de “un brazo de gitano cortado por la mitad”. Las aguas se calmaron en parte en 2005. Paco Reina recurrió a un torero arlequinesco pero la polémica subió de tono en 2006 con la composición minimalista, resuelta en blanco y negro, del pintor neoyorquino Alex Katz. La obra retrataba un inmenso ruedo, un toro y un torero en su mínima expresión. El cartel había pinchado en hueso y los chistes fáciles no tardaron en proliferar...
En el verano de aquel mismo año, la junta de gobierno de la Real Maestranza de Caballería llegó a encargarle el cartel al propio Juan Maestre. Pero no pudo ser. Su modestia habitual le hizo declinar el encargo. Y quién sabe si lo hubiera terminado... El cáncer ya estaba haciendo su parte. Alfonso Guajardo-Fajardo, su teniente de Hermano Mayor, ya había sabido de las dificultades de su amigo Juan para permanecer en pie durante la entrega de los premios taurinos y universitarios presididos por Juan Carlos I en la primavera de aquel 2006. Ya no había vuelta atrás. Juan Maestre de León, caballero maestrante de la Real de Sevilla, pintor y dinamizador cultural de la acción del cuerpo nobiliario falleció en su ciudad natal al doblar el mes de octubre.
La vida seguía pero Juan Maestre aún había tenido tiempo de encargar –y no pudo ver- el cartel de la temporada 2007 al artista sevillano Manolo Quejido, que recurrió a un formato de cómic y la preponderancia del color rojo para retratar un torero asomado a la barrera. La semilla estaba sembrada y el fruto germinado. A los caballeros maestrantes –que acusaron el golpe de la desaparición de Juan Maestre- les tocó continuar su obra.