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Actualizado: 22 may 2021 / 10:10 h.
  • Rivera, Ponce y Joselito en la plaza de Valencia. Detrás, sus respectivos apoderados: Camará, Ruiz Palomares y Martín Arranz. Foto: Alberto Simón.
    Rivera, Ponce y Joselito en la plaza de Valencia. Detrás, sus respectivos apoderados: Camará, Ruiz Palomares y Martín Arranz. Foto: Alberto Simón.

1996 no fue un año cualquiera de toros. Joselito ya había marcado la cumbre de su vida taurina en aquella antológica encerrona goyesca en la que condensó toda su tauromaquia y hasta una filosofía de ser y estar en torero. Pero es que la Feria de San Isidro de 1996 también fue la de la célebre faena de Enrique Ponce al toro ‘Lironcito’, un fiero ejemplar de Valdefresno con el que el diestro valenciano –el único que permanece en activo 25 años después- logró los laureles definitivos de gran figura del toreo después de un emocionante combate amplificado por las cámaras de Canal Plus.

Las fechas se encadenan y con ellas los respectivos aniversarios. El despliegue joselitista se celebró el 2 de mayo, en la festividad de la comunidad madrileña. La batalla épica de Ponce, el 27 de mayo. Pero en medio de esas fechas se produjo otro acontecimiento que el tiempo ha llenado de significados. La isidrada de aquel año también fue el escenario de la confirmación de alternativa de un joven diestro llamado José Tomás que se había doctorado unos meses antes, el 10 de diciembre de 1995, en la plaza Monumental de México con aura de torero distinto.

A comienzos del 96, aún en tierras aztecas, sufrió una tremenda cornada que no impidió estar en Madrid el 14 de mayo para recibir de nuevo los trastos del oficio de manos de Ortega Cano y en presencia de Jesulín de Ubrique. Aquella tarde, además, cortó su primera oreja como matador en el Foro aunque su definitiva consagración llegaría en el mismo lugar, un año después, al cuajar con la mano izquierda a un toro de Alcurrucén.

Los toros estaban de moda

Hay que ubicar todos esos acontecimientos en unos años –los centrales de la década de los 90- en los que el toreo navegaba con desacomplejada desenvoltura en la sociedad, la política y los medios de comunicación. Ser taurino estaba de moda y el primer apogeo de las retransmisiones televisivas de Canal Plus cambió la forma de consumir una fiesta en la que también comenzaban a desembarcar los hombres del puro y del ladrillo. Estaban inaugurando una gloria que acabaría convertida en tragedia con la crisis económica que derrumbó tantas cosas una década después. Se volvía a hacer buena la sentencia orteguiana: la historia de España no se entiende sin la de las corridas de toros.

Pero hay que reseñar otra efemérides que, de alguna forma, consagró la vigencia, más o menos duradera, de un cartel que llenó de contenido las ferias de aquel tiempo que empieza a antojarse ya lejano. Conviene ponerse en situación para entender las dimensiones social y taurina, estrechamente unidas, de un acontecimiento que cumple ahora un cuarto de siglo. El año anterior, en la Feria de Abril de 1995, se había celebrado la alternativa de Francisco Rivera Ordóñez. El hijo de Paquirri, nieto de Antonio Ordóñez y sobrino nieto de Luis Miguel Dominguín había cubierto una digna trayectoria como novillero en la que, muchas veces, había pesado más el glamour de sus apellidos que la sincera seriedad con la que Francisco había afrontado sus primeros pasos en la profesión. Todo cambió, de un plumazo, en torno a aquel doctorado que Rivera tomó el 23 de abril de manos de Espartaco –que aquel día sufrió un tremendo percance- y en presencia de Jesulín de Ubrique. Francisco se hizo figura desde el mismo día de su alternativa haciendo gala de un descomunal valor y capacidad de entrega que hacían honor a la alcurnia de su sangre. Unos días después, el 26 de abril, cortaba dos orejas a un torazo de Ramón Sánchez-Ibargüen en las narices de César Rincón y Enrique Ponce y se lanzaba a las ferias como un auténtico torbellino. No había dudas. Rivera se acababa de convertir en el tercer hombre de aquellos años irrepetibles.

Competencia en quites

Pero aún quedaba confirmar todo aquello ante la cátedra madrileña. Esa confirmación de alternativa se anunció el 23 de mayo de 1996, ahora hace 25 años, anunciado con Joselito y Ponce –las máximas figuras del momento- para estoquear la tremenda corrida de Samuel Flores que esperaba en los corrales de Las Ventas. Rivera -con luto en el brazo por la muerte de su tío Luis Miguel, fallecido pocos días antes- volvía a recibir espada y muleta de manos del joven maestro madrileño. La expectación estaba servida, amplificada por esas retransmisiones televisivas convertidas en un acontecimiento adobado por el despliegue técnico y humano que las acompañaba.

¿Qué pasó aquella tarde? Rivera se batió el cobre ante los grandes, que llegaron a intentar hacerle el vacío durante sucesivos y apasionantes tercios de quites que evidenciaron la gran tensión argumental de un festejo cargado de significados. Fue un día de prodigios capoteros en el que no faltaron tafalleras, navarras, delantales, chicuelinas, crinolinas.... Si en un toro se sucedían tres quites, cuatro eran el siguiente, cinco en el otro... La competencia entre Joselito y Ponce, que no quisieron dar vela a Rivera, estaba servida. Pero el hijo de Paquirri había llegado en serio y tuvieron que hacerle hueco. El festejo, a la postre, sirvió para que esa trinidad de toreros tomara espíritu de grupo. Aquella tarde forma parte de la memoria taurina de este cuarto de siglo. Rivera Ordóñez cortó una semana su primera oreja como matador en Madrid. El cartel de ‘Los tres tenores’ ya estaba creado.