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Actualizado: 10 abr 2016 / 23:29 h.
  • Y no se abrió la Puerta...
    Diego Ventura estuvo a punto de lograr su undécima salida por la Puerta del Príncipe. / Manuel Gomez
  • Y no se abrió la Puerta...
    El jinete de La Puebla del Río mostró su absoluta primacía profesional a lomos de una cuadra sin fisuras. / Reportaje gráfico: Manuel Gómez
  • Y no se abrió la Puerta...
    Alarde espectacular de Sergio Galán, que cortó una oreja.
  • Y no se abrió la Puerta...
    Ventura entra a matar al segundo de la tarde, del que cortó las dos orejas.
  • Y no se abrió la Puerta...
    Lea Vicens se entregó en cuerpo y alma y brilló especialmente en este quiebro.
  • Y no se abrió la Puerta...
    La sombra de la amazona se recorta sobre las tablas del coso del Baratillo.

plaza de la real maestranza

Ganado: Se lidiaron seis toros de Fermín Bohórquez, correcta aunque desigualmente presentados. El juego del ganado también mostró muchas desigualdades : colaboraron más los tres primeros. Cuarto y quinto se pararon por completo

Rejoneadores: Sergio Galán, silencio y oreja

Diego Ventura, dos orejas y vuelta al ruedo tras fuerte petición

Lea Vicens, silencio y ovación

Incidencias: La plaza registró casi tres cuartos de entrada en tarde nublada que comenzó en primavera y terminó en el más crudo invierno


El rejoneo debe hacérselo mirar si quiere sembrar un futuro que podría ser incierto. La primacía absoluta de Diego Ventura y Pablo Hermoso de Mendoza –que no quiere coincidir con el jinete de La Puebla del Río ni en la cola del pan– han marcado un ancho abismo con el resto de la tropa ecuestre. El cartel de ayer era un botón de muestra. La escasa generosidad del navarro –Ventura ya le ha retado una y mil veces– está hurtando una competencia que marcaría la definitiva edad de oro de una especialidad que ha alcanzado cotas inimaginables en otro tiempo pero a la que le faltan actores para seguir rodando nuevos capítulos.

En esa tesitura, la extraña combinación de ayer sólo podía entenderse como un cómodo trampolín para favorecer un nuevo triunfo de Ventura, que volvió a acabar con el cuadro pero, ojo, sin lograr abrir esa Puerta del Príncipe número once que se escapó –el presidente se enrocó con razón– en los dos pinchazos que precedieron al rejonazo con el que finiquitó al quinto de la tarde.

Ojo, Ventura había estado magistral con ese animal parado, soso y con escaso espíritu de colaboración. El centauro marismeño lo hizo todo, animando el cotarro con las iniciales pasadas por dentro que encelaron al marmolillo de Fermín Bohórquez, dándole todas las ventajas en los terrenos de chiqueros que acabaron siendo el escenario de su labor. Diego se empleó a fondo, tiró de raza y conocimiento y volvió a meterse a la gente en el bolsillo brillando en todas las suertes, especialmente en un palo colocado de poder a poder, citando muy en corto que marcó la diferencia. El personal ya barruntaba la puerta de marras cuando Ventura tomó las cortas pero, lo dicho, el rejón de muerte se encasquilló y el paseo por la Puerta que se mira en el Guadalquivir quedó para mejor ocasión.

Es lo de menos. Diego Ventura ya había mostrado su absoluta primacía cortando dos orejas al segundo de la tarde. El rejoneador cigarrero se encumbró a lomos de Nazarí y mezcló su renovado clasicismo con esos momentos que recordaban al Ventura juvenil. Las pasadas por dentro; la lidia total; los quiebros impresionantes... Ventura marcó la diferencia y se llevó de calle esos dos trofeos que dejaron entreabierta la puerta que no llegaría abrirse. ¿Y qué más da?

El caso es que Galán, un veterano de la especialidad curtido en mil pueblos, no había venido a pasearse. La solidez profesional del jinete madrileño brilló con el mejor toro, pero también con el peor. Con el primero de la gélida tarde sorprendió a la parroquia a lomos de Ojeda, un caballo versátil que se mete a los toros en la canasta en todos los terrenos. Galán apuró las distancias por los adentros y logró calentar la plaza pero su labor descendió de tono con las cortas –el toro ya protestaba demasiado– y se terminó de emborronar con el rejón de muerte.

No se arredró Sergio Galán, que sacó sorprendente partido del paradísimo ejemplar que hizo quinto. Lo hizo gracias al manejo de un gran sentido de la escena que le permitió crear espectáculo a toro parado, acompasando –como en un ballet ecuestre– los movimientos del caballo a las pausas de la música. Galán llegó a prender –cada día es más difícil verlo– un inusual par a dos manos que marcó el cenit de su labor. El feo rejonazo no impidió que se llevara una merecida oreja.

Completaba el cartel la amazona francesa Lea Vicens, una rejoneadora nimeña forjada bajo la batuta de la casa Peralta que suma ilusión, entrega, ganas de agradar y cierta proyección. Pero Lea aún no resiste ninguna comparación profesional con la élite de la especialidad y acusó su bisoñez en demasiados fallos al clavar, palos marrados y pasadas en falso. Había puesto todo de su parte con un tercero que sí se dejó y volvió a dar lo mejor de sí misma con un sexto algo distraído al que quiso hacerle de todo con distinto acierto. Gustó quebrando; llegó al público con sus alardes y hasta podría haber optado a premio si el rejón definitivo no se hubiera atascado. Aún le queda un largo camino.