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Actualizado: 05 feb 2017 / 01:48 h.
  • Juan Antonio Bayona, con su Goya al mejor director. / Efe
    Juan Antonio Bayona, con su Goya al mejor director. / Efe

Felizmente el cine español lleva años demostrando su autoridad. Ya no se justifica la crítica malintencionada de quien no acude a la taquilla pero condena inmisericordemente. En la liza de anoche había muy buenas películas, unas cuantas notables cintas y muy pocas mediocridades entreveradas.

Sin embargo, la Academia del Cine Español continúa sin ponerse al día. Resultó, como siempre, una gala que bordeó el tedio, con números musicales irrisorios y un humor que invocaba el emoji de las tres rayas por cara, pura circunstancia. Ni siquiera lo que parecía una buena idea sobre el papel, la presencia en el escenario de la Film Symphony Orchestra acabó funcionando, con breves intervenciones musicales tendentes a la ampulosidad. Debe ser que nuestro modelo es Hollywood y sus Oscars, a los que nunca nos pareceremos con suficiente autoridad.

Seguramente por ello se sigue mimando el cine comercial y neutro de J. A. Bayona. Un monstruo viene a verme obtuvo una lluvia de cabezones que vinieron a dar la palmada en la espalda a su realizador por poner a rebosar la taquilla. Que el Goya a Mejor Película fuera finalmente para la Tarde para la ira de Raúl Arévalo fue un destello de justicia; una cinta humilde y sobresalientemente consistente en todos sus aspectos. Un filme en fin, que exuda personalidad patria, y que es incontestablemente grande. Por lo mismo, justo fue el Goya para Manolo Solo como Mejor Actor Revelación.

En clave sevillana asumíamos que este no era el año de Alberto Rodríguez. Creemos que El hombre de las mil caras es su película más redonda hasta la fecha, pero la Academia ya le había rendido de sobra pleitesía hace dos años por La Isla Mínima. En el ámbito de la exageración señalaremos los dos galardones de Emma Suárez, dejando por el camino a sus muy ilustres competidoras. Que Eduard Fernández, Antonio de la Torre, Barbara Lennie y Ruth Díaz se marcharan de vacío entra dentro de lo directamente incomprensible. Y mientras seguían cayendo premios para el aprendiz de Spielberg, otro andaluz, el compositor jerezano Julio de la Rosa se quedaba huérfano de la distinción que hubiera festejado su música valiente, puro krautrock technoide para El hombre de las mil caras. Se lo arrebataba Fernando Velázquez, con su invasiva y disneyana banda sonora para el Monstruo. Al final va a resultar que uno de los grandes problemas que padece el cine español es su cada vez más descarada patología de querer parecerse al del otro lado del charco.