Gimnasia
El armario donde Biles guardó su infierno
La mejor gimnasta de siempre tiene en su casa un armario que nunca abre. Guarda los recuerdos de su traumático abandono en Tokio. No ha dejado de ir a terapia. Pero ya brilla en su regreso a los Juegos
Simone Biles, en las asimétricas, este domingo en París. / Ap
Simone Biles tiene un armario que nunca abre. En una habitación en la que nunca entra. Allí guardó muchos objetos. Unas mascarillas que ella veía como «bozales». Pines del equipo estadounidense que nunca intercambió. Dos uniformes de ceremonia, inauguración y cierre. Un maillot patriota. Un dorsal, el 392. Y un billete de San Francisco a Tokio, allí donde se apagó su luz. «Antes venía a esta habitación, a este armario, a llorar y a preguntarle a Dios por qué me pasaba esto». Biles encerró ahí toda la tristeza que le consumió tras verse obligada a abandonar en los Juegos celebrados en 2021. Quizá el miedo nunca se vaya. A los saltos que sólo ella se atreve a hacer. A la memoria de los abusos sufridos por Larry Nassar, el depredador que debía cuidar de ella. Pero en París, aunque le doliera el tobillo, voló y giró. Sonrió. Sintió que volvía a ser ella. Que había recuperado la luz en su vida.
No era este domingo día para colgarse medallas. En realidad, por mucho que el mundo del deporte ya pronostique y exija nuevos metales en cinco finales para la mejor gimnasta de la historia del deporte (guarda en su memoria siete medallas olímpicas, cuatro de oro), lo de Bercy fue otra cosa. La clasificación por equipos debía servir para que la propia Biles se convenciera de que podía volver a hacerlo. Por eso se giraba al público cada vez que completaba un ejercicio. Y saludaba risueña. Y se abrazaba a sus entrenadores, Laurent y Cécile Landi, quienes tuvieron toda la calma del mundo cuando Biles, tras su apagón en Tokio, se alejó del gimnasio. Para volver a empezar.
En París, con el dorsal 391, no hubo rastro de los ‘twisties’. «Esa palabra debería estar prohibida. Es horrible», se decía Biles cuando su cabeza se desconectaba de su cuerpo en pleno vuelo. «Me perdía en los ejercicios. Me daba miedo. Y parecía que llevaba escrito en la cara que era una perdedora, una rajada».
Flotó sobre la barra. Arriesgó en el suelo. Y antes de dejarse llevar en las asimétricas, ejecutó el Yurchenko doble carpado. «Siempre que lo haces, da miedo. Lo principal es no morirme». Pero lo que ha hecho ella es resucitar.
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