Opinión
Manuel Bohórquez
El triste adiós del Niño Rosa
El triste adiós del Niño Rosa / Manuel Bohórquez
Era una voz de oro dentro de un cuerpo alegre y saleroso. Ibas con él andando por las calles de su Morón natal y las iluminaba como si fuera un faro andante, con una anchurosa y encantadora sonrisa que no pasaba nunca inadvertida por los transeúntes. Se llamó Antonio Gallardo Gallego y había nacido en marzo de 1922 en este flamenco pueblo sevillano. O sea, que en ese mes hubiera cumplido 99 años. Vivía solo en su casa de Morón y era un prodigio de supervivencia, pero hasta los robles se secan y caen algún día. Cantaba como los cantaores de su época, la Ópera flamenca: como los mismísimos ángeles. Intentó hacer una carrera de gran figura pero no llegó a cuajar, aunque estuvo cantando mucho tiempo en la capital de España y también se buscó la vida en los tabancos y cuartos de la Alameda de Hércules, cuando había que aguantar a los señoritos de mal talante para llevar el guiso a casa. Alternó con Tomás Pavón, Manuel Vallejo, la Moreno y el Niño Gloria, y llegó a cantar acompañado a la guitarra por genios como Manolo de Huelva, el Niño Ricardo o Diego del Gastor. Pero a él le gustaba su pueblo, y meterse en fiestas. Era un raro del cante, como Tomás o Vallejo, algo quisquilloso, y así no se podía ser artista. “Soy poco aparente para eso”, me dijo una de las últimas veces que estuve con él en Morón. Tenía entonces 90 años y buena aún la cabeza, capaz de contarte con pelos y señales decenas de historias de los cantaores que le gustaron, desde el Tenazas de Morón, el que ganó el Concurso de Cante Jondo de Granada de 1922, al que conoció cuando era un niño en una taberna de su pueblo, hasta Marchena, Vallejo, Valderrama o Antonio Mairena. El Niño Rosa era un prodigio, con una memoria privilegiada. Con 90 años grabó toda una antología de estilos, Tres guitarras para 90 años de sabiduría, y con esa edad tan avanzada fue capaz de hacer una obra muy digna, que es el único legado que ha dejado, digamos importante. Donde nace la cal, Aires..., una discografía escasa pero que servirá para que no caiga del todo en el olvido. Enviudó y ha vivido muchos años solo en su pueblo, donde era apreciado por personas que han estado pendientes de sus necesidades más básicas, lo que no ha impedido que haya muerto solo, el pasado fin de semana, con el frío que hacía. Muchos artistas del flamenco han muerto solos y pobres, y se han llevado el valioso tesoro de su arte y esas vivencias que quedan ahí, en el pueblo, como un legado cultural, único y de gran valor. Adiós al Niño Rosa, el fino cantaor del pueblo de la cal y el compás.
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