Opinión

José Carlos Carmona

¿Son los jueces justos?

¿Son los jueces justos?

¿Son los jueces justos? / José Carlos Carmona

La sociedad ha construido una aberración teórico-humana que llamamos jueces.

Piensen, por favor, conmigo, desde el principio. Hoy en día, para ser juez tienes que aprobar unas oposiciones que constan de tres exámenes totalmente memorísticos. ¿Es la memoria una garantía de un cierto instinto de justicia? Es más: ¿es la memoria una garantía de inteligencia en personas que van a tener que enfrentarse a casos de una complejidad inabarcable?: gestión industrial, delitos económicos internacionales, tratamiento informático de datos en masa...

Para aprobar esa oposición, además, tienes que estudiar entre cuatro y diez años de manera obsesiva. (Manera obsesiva significa: nueve horas al día, sin vida social alguna, sin hacer otra cosa, hasta que apruebas. Y súmenle los años anteriores de carrera en la que suelen ser también obsesivos). Eso significa que, del mundo, no sabes nada: no leen periódicos, no ven la televisión, no viajan, no se relacionan. Auténticos zombis del estudio. Y pasan, fíjense ustedes, de ser unos parados sin sueldo y sin experiencia laboral alguna y desconocedores de la vida humana y social, a jueces que deciden sobre las vidas y haciendas de otros. ¿No es de locos? Pues sí: muchos se quedan tocados. Y luego se pasan años trabajando a destajo, con inmensas montañas de expedientes sobre sus mesas preguntándose «¿No era yo el listo del colegio, por qué vivo tan jodido?». Y añádanle este plus: tragándose todo lo peor de la sociedad día a día. Mirando al mundo y viendo que todo él está lleno de avaricia, lujuria y ambiciones varias (aunque no lo está: hay muchísima más gente buena que mala, pero ellos sólo ven a los malos).

¿Cómo puede haber una Justicia justa con estos mimbres?

Y ahora llegamos a la elección de Jueces del Supremo. Como llevamos viendo desde hace meses, los políticos no terminan de elegirlos y eso hace que los ciudadanos se estén planteando preguntas y alternativas. La principal es si esta elección no rompe con la División de Poderes que planteó Montesquieu entre: el ejecutivo (o sea, el Gobierno), el legislativo (o sea, el que hace las leyes) y el judicial (los jueces). ¡Yo les voy a aclarar esto para siempre! Pensemos en los fundamentos: ¿Existe la verdad? Y si existiera, ¿podemos averiguarla de alguna manera? Si contestan que sí, podríamos preparar a una serie de sabios hombres y mujeres que, sabiéndola, nos la indicaran y, con respecto a la ley, la aplicaran (por cierto, que no vendría mal que, si existieran, elaboraran unas leyes inmutables). Esos que creen que la verdad existe y que hay quien puede saberla serían partidarios de la división estricta de poderes porque «creerían» (nunca mejor dicho) que habría cuerpos de mujeres y hombres que ejercerían su potestad sin ser influenciados.

Si tienen dudas sobre si existe la verdad (más vale que las tengan), busquen un criterio para gestionar la existencia. Y el criterio que se ha buscado en el sistema judicial es que el pueblo lleva siempre la razón (no se rían en voz alta, por favor, que siempre hay gente escuchando). Y por eso el pueblo elige a sus representantes y ellos (el Parlamento) lo hacen todo: eligen a los gobernantes, redactan las leyes y eligen a los jueces del Supremo.

¿Por qué no hay leyes inmutables y siempre estamos cambiándolas? Porque no existe la verdad y porque cada generación piensa de manera distinta en la medida en la que la generación anterior le ha cambiado el escenario («progreso» le llaman) y ellos han tenido que reconstruirse como nueva generación. El sistema no es malo porque es flexible, aunque un poquito lento para nuestros ritmos actuales. («¡La página no se carga!», y es que ha tardado 3 segundos).

La gestión de lo humano es altísimamente complicada y no tiene ni personal ni fórmulas perfectas para administrarla.

Nos tenemos que fiar de un ser humano que promete cumplir con sus obligaciones. Y nosotros les creemos. Pero ¿siempre? ¿Van a cumplir sus obligaciones los dos primeros años, los diez primeros años, los 25 o 35 o 40 años de su ejercicio? Siempre se ha soñado con jueces-máquina, seres perfectos, sin padecimiento ni cansancio, siempre justos aplicando las reglas. Pero eso ni existe ni existirá.

Y, encima, ni los jueces son preparados para ser justos ni existe la verdad.

Más vale que nos vayamos haciendo tolerantes con la injusticia, es parte de la Condición Humana.

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