Opinión

Ramón Reig

Hay que salir de las redes sociales

Hay que salir de las redes sociales / Ramón Reig

¿Qué pasa en las redes sociales? Lo pregunto porque no estoy en ellas, por el momento, salvo en LinkedIn y no suelo utilizarla. Si algún día tengo tiempo, quiero divertirme y polemizar entraré en alguna. Todo gira en torno a ellas, parece como si fuera no existiera ni vida ni historia y casi, casi, es así. Se le da a las redes una relevancia que en realidad no tienen. Y a los insultos que pululan por ella, lo mismo. Va tener razón Umberto Eco cuando afirmó que en las redes hay sujetos de esos que en los bares de los pueblos les dicen que se vayan a su casa a decir las idioteces que están diciendo. Nunca se ha visto una cosa igual en el periodismo: tener que estar atentos a lo que unos y otras digan en sus muros líquidos sobre esto o aquello.

En el ejercicio del periodismo y de la comunicación institucional, en estos tiempos se puede descansar aún menos que antes de las redes. Esta profesión no tiene horarios por mucho que se empeñen algunos jovenzuelos en decir que los explotan. Claro que los explotan -expresión procedente del legado marxista-, a todo el mundo lo explotan, incluso los llamados ricos se explotan a sí mismos, pendientes a diario de que sus negocios tiren para delante o para muy delante. Por eso, entre otros motivos, el mundo está tarambana. De todas formas, el periodismo auténtico exige que el profesional se muestre atento todo el día a lo que ocurre. Las redes han disparado y multiplicado ese trabajo que ahora se presenta como imprescindible, lo cual quiere decir que el periodista debe centrarse en atender una tonelada de idioteces y reacciones de unos y otros a los más diversos acontecimientos.

Le damos mucha importancia a lo que no la tiene. Y lo realmente importante y urgente queda relegado por culpa de las redes que terminan creando una adicción aniquiladora del conocimiento. Yo debo enfrentarme como profesor a una audiencia que se informa y se forma por las redes. Se ha creado un abismo entre esa audiencia y yo mismo. Eso me obliga a estar atento a lo que dicen y me dicen que dicen las redes, lo cual me aparta de lo importante que son los libros y los sitios en red en los que se explica con todo rigor el devenir de mi especie de forma sistematizada e interpretada: el devenir histórico en general, comunicacional, periodístico, político, económico, social, filosófico, cotidiano... Ahí es donde se adquiere conocimiento y se prescinde de ese alud de datos informativos que nos cae encima cada jornada, sin interpretar, porque quienes los proyectan ni buscan interpretarlos ni saben hacerlo, carecen de formación para ello.

El follón de la sociedad digital y sus desvelos se basa en algo muy simple: todos queremos ser dioses, reyes, protagonistas, en suma. Y la sociedad digital nos ofrece la oportunidad de parecerlo o de creernos que nos aproximamos a ello. Es el postureo. Lo digital estimula el yoísmo y el centrifuguismo. Dale a los humanos cacharros digitales que ya ellos harán el resto. Y ahí que están las redes para enredarnos a todos, empezando por los periodistas que deben estar atentos a sus banalidades. Quienes deseen usar la digitalización para fines cognitivos y obviar las peleas que otros desarrollan en las redes, quienes deseen formarse en lugar de guerrear o aprender datos, se convierten en marginados, sobre todo en la edad joven, qué difícil debe ser estar en edades jóvenes y no querer redes o usarlas poco, es como aquellos tiempos en los que en los pueblos o en los barrios el cura te señalaba porque no ibas a la iglesia.

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Los famosos y famosillos -incluyendo a los políticos- ya no recurren sólo a la nota de prensa sino que, sobre todo, en cualquier instante, largan por las redes sus opiniones sobre la vida del cangrejo y los plumillas debemos tomar nota. Un simple mensaje es noticia y el periodismo se llena de telegramas que llegan desde el éter al tiempo que la sociedad toda se satura de elementalidades, superficialidades e ignorancia sobre lo que está pasando por el subsuelo de la Historia que es lo más relevante y sustancial. Buen invento para idiotizarse a sí mismo.