Opinión | Mollete de calamares

¿Por qué lloran los cofrades?

El director espiritual de la Hermandad de San Pablo consuela a dos pequeñas nazarenas / Manolo Ruiz

¿Se puede negar a Dios y llorar cuando ves a Dios? ¿Se puede pensar que al morir te quedas en el hoyo, pero rendirte al olor y al sonido de un palio? ¿No creer en la resurrección eterna y a la vez temblar cuando una cuadrilla reza bajo el paso? En nuestra tierra sabemos no solo que se puede, sino que cada vez es más frecuente. Las cifras hablan: mientras cae el número de los que se reconocen creyentes se dispara el número de hermanos en los cortejos.

El pregonero de la Semana Santa de Sevilla reivindicaba el hecho de ser cofrade y creyente. Alguno lo tildó de valiente. Yo creo que lo atrevido sería reconocer abiertamente lo contrario. Decir alto y claro: no soy creyente, pero amo la Semana Santa. No creo en Dios pero formo parte de este sentimiento. Hasta el tuétano. Algunos dirán que no creen nada, otros que creen a su manera. Todos coincidirán en que esperan ansiosos a que la primera se ponga en la calle.

De esto se ha escrito mucho en nuestra tierra, tanto que hasta mi admirado Julio Muñoz “Rancio” lo proclamó en su imperdible Pregón Heterodoxo. Sabemos convivir con la contradicción propia y respetamos las creencias del vecino. Puedes no pisar una iglesia en 325 días del año y pasarte la cuaresma entera de capilla en capilla, de altar en altar, de besamanos en besapiés.

Llevan avisando días los meteorólogos de lo que venía. Alguna se quedó ayer en su templo y no tienen pinta de ser las únicas. Vimos ayer ríos de lágrimas brotando de los ojos de los cofrades. Lloran mayores, lloran pequeños, lloran padres, lloran madres. Lagrimones de tíos como trinquetes. Lloran los cofrades y en las teles de 'Madriz' dedicarán muchos minutos a ello. Y en la redacción más de uno me dirá: “¡qué exagerados!”, “sois muy ultras con la religión por allí abajo”, “¿por qué lloran los cofrades?

Porque cuando miras a un Cristo estás viendo a tu abuelo que te llevaba a verlo. Porque cuando suena Amargura en esa esquina la oyes con tu madre que ya no está. Porque es lo más parecido a viajar en el tiempo. Un rito que se reproduce, exactamente igual, cada primavera desde hace cinco siglos. Podrás creer más, o creer menos. Podrás ser ateo, pero si tienes sangre en las venas, en esa calle estrecha, colmada de azahar, el quejío de un saetero o el sonido de un palio son un cohete directo al corazón. Un pellizco en el alma que pone el vello de punta.

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Por echar de menos, por paladear las vísperas, por celebrar lo nuestro, por sentirnos orgullosos de nuestras raíces. Por eso lloramos los cofrades.