Opinión | Mollete de calamares

Sí, las casetas son privadas

Imágenes del ambiente de Feria.

Imágenes del ambiente de Feria. / Rocío Ruz

 El lunes de resaca ahora solo es el lunes de pasar facturas. Las que tienes pendientes en la caseta después de ocho días de feria. Y como yo ya pagué lo que debía el único día que pisé el albero, vengo hoy a pasar facturas a los que nos llaman clasistas. A quienes critican que nos pongamos traje y corbata. A los que nos tachan de aburridos por bailar sevillanas en vez de perrear. A los que desprecian nuestra fiesta sin conocerla.

Tengo el algoritmo de Instagram y Tiktok llenito de lunares y jartito de rebujito. La pantalla del móvil me lleva de una influencer de flamenca a un tiktokero que me enseña sus cinco mejores outfits para la feria. Pero cuando me asomo a eso que ahora llaman X y que yo sigo llamando Twitter, el algoritmo me conduce a un ejército de lenguas criticonas. Cuentas anónimas en muchos casos y auto ungidas del verdadero izquierdismo en otros, que se esfuerzan en rivalizar por ver quién aborrece más la Feria de Abril. Y todo sin haberse manchado nunca de albero.

Ya cansa la matraca de que las casetas son para socios. Ya lo sabemos. Gracias. Supérenlo. Conviene aclarar que no hay que aparecer en la lista Forbes para poder pagarse la cuota de socio de una caseta. También es oportuno recordar que hay quienes no somos socios de ninguna caseta pero hemos vivido en Sevilla unos años. Que también hay sevillanos que no pueden acceder a una concesión o que no pueden pagarse la pertenencia a una caseta. Que hay quienes no son sevillanos, no han vivido nunca en Sevilla y son capaces de venir y disfrutar de la feria. Y todo gracias a que, por increíble que parezca, tanto unos como otros, siempre conocemos a alguno que nos invita a su caseta.

También me aburre lo de pensar que ponerte un traje y una corbata, te convierte en elitista. En la era del chandalismo, hay una ciudad llamada Sevilla donde los hombres se ponen sus mejores galas para manchárselas de manzanilla, comida y albero. Y todo para pasar calor y sobrevivir horas y horas en la incomodidad de una caseta, embutidos en camisa, corbata y volantes. No tiene demasiado sentido, pero nada tiene que ver con elitismo. Viste traje el joven y el viejo, el precario y el empresario. Lo mismo que el vestido de flamenca. Forma parte de la puesta en escena de una fiesta que entra por los ojos. Donde la luz, el color y la estética son más de la mitad de su atractivo.

Hace quince años que fui a Pamplona a cubrir San Fermín. Llegué pensando que aquello no era más que un botellón gigante. Descubrí las comidas en las peñas, las charangas camino de los toros. Los que madrugan para correr el encierro como un ritual sagrado. Y me emocionó. También vibré hace un mes en la mascletá del Ayuntamiento de Valencia. Un espectáculo que no esperaba y que consiguió saltarme las lágrimas. Reconozco que soy llorón y folclórico, pero sirvan estos ejemplos para reivindicar las raíces. Y por último, un consejo a los malajes: no vengan a la Feria. Las casetas son privadas, hay mucha gente y no ponen reguetón.

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