Opinión | Mollete de calamares

Ganamos a Alemania, ahora a por Milei

Un grupo de españoles celebra el triunfo sobre Italia en la Eurocopa.

Un grupo de españoles celebra el triunfo sobre Italia en la Eurocopa. / Associated Press/LaPresse

A las once y media de la noche, en mitad de la oscuridad más absoluta, sin alumbrado público, miles y miles de personas se apretaban en torno a las marquesinas de autobús. Algunos se lanzaban a las ventanillas de los taxis ocupados para rogarles que les hicieran un hueco y los sacaran de allí. Nuestro conductor veía nuestras caras de asombro y sentenció: no sé a qué esperan porque por aquí no va a pasar ningún taxi libre, ningún autobús y los trenes no funcionan.

Les estoy hablando de lo que viví en Alemania hace unos días. Tuve la suerte de asistir al partido España- Italia de la Eurocopa que se diputó en Gelsenkirchen. Una pequeña ciudad industrial, sin apenas vida, ni hoteles y con un transporte público absolutamente deficiente. No es el único caso el de Gelsenkirchen.

Dusseldorf, Munich, Colonia o Dortmund, ciudades todas que nos trasladan al estereotipo de la eficiencia alemana están proporcionando una experiencia desastrosa a quienes estos días quieren desplazarse de una ciudad a otra a disfrutar del fútbol. Los trenes se cancelan sin previo aviso o llegan horas tarde. Las carreteras están permanentemente atascadas o afectadas por obras y la situación es tan lamentable que hasta el suplemento de deportes del New York Times se ha hecho eco del asunto.

A esto, súmenle que en muchos establecimientos, restaurantes, comercios e incluso en algunos transportes públicos no se puede pagar con tarjeta de crédito. Como resultado obtendrán que el espejo en el que muchas veces nos miramos los españolitos acomplejados nos devuelve un reflejo deformado de la supuesta perfección una potencia -en recesión económica, por cierto- como puede ser Alemania.

Aún a riesgo de caer en el chouvinismo, lo cierto es que mientras más viajo y más mayor me hago, más consolido la sensación de que vivimos en un gran país y que nuestro estilo de vida, nuestro clima y nuestros denostados servicios públicos funcionan relativamente bien. El transporte o la sanidad se han deteriorado mucho en los últimos años al calor de aquellos que sostienen que los impuestos son un robo a mano armada. Pero a pesar de todo, siguen siendo fiables.

Este viernes visitaba nuestro país el estrafalario Javier Milei. El presidente de la República aprovechó la alfombra roja que le puso la presidenta de la comunidad donde pago mis impuestos para decir que pagar tributos es un atraco a punta de pistola. Una afirmación que va en contra de los principios de nuestro estado de derecho, en contra de los principios de la Unión Europea y hasta en contra de lo que sostiene un partido de Gobierno como es el Partido Popular. Esos impuestos hicieron que mi hija saliera adelante hace dos semanas gracias al tratamiento que recibió de manos de los profesionales que trabajan en la UCI de un hospital público. Si algunas cosas funcionan aquí mejor que en Alemania, seamos conscientes y no nos dejemos ganar por las ideas de Milei. Apreciemos lo que tenemos y peleemos por mantener lo que tanto nos ha costado conseguir.