Opinión | El Malecón

Fútbol de guardería

Lamine y Nico evocan a Javier Marías: “El fútbol es la recuperación semanal de la infancia”

Nico Williams y Lamine Yamal

Nico Williams y Lamine Yamal / Rolf Vennenbernd/dpa

Sin quererlo ni remotamente, Lamine Yamal y Nico Williams, la mejor pareja de baile de la Eurocopa, han invocado como nadie a Javier Marías. “El fútbol es la recuperación semanal de la infancia”, sostenía el gran escritor madrileño. Cómo dudarlo tras ver al chiquillo catalán (16 años) y al jovenzuelo navarro (21) festejar los éxitos como si estuvieran en el patio escolar, como garantes del viejo fútbol de descampado, el barrial. Aquel que se jugaba por un bocata de nocilla y los equipos se elegían a piedra, papel, tijera o cualquier otra modalidad de sorteo.

La desinhibición de ambos resulta tan asombrosa como conmovedora. En el fútbol, en el que tanto se dramatiza, ellos le restan solemnidad y le añaden una frescura de guardería. El mundo los focaliza, el estadio es un hervidero y ellos se rifan un botellín de agua o sincronizan un baile como dos amiguetes en un día cualquiera en un campo cualquiera. Una inocencia entrañable. Máxime cuando horas después de la resaca española, todo un icono como Cristiano Ronaldo es un océano de lágrimas por un penalti fallado a sus 39 años, con el máximo reconocimiento universal y varios convoyes cargados de títulos.

Lamine y Nico representan mucho más que dos chavales que apuntan muy alto en el mercantilizado fútbol. Cuando uno y otro no dudan un instante en homenajear a sus familias, de algún modo están señalando a los verdaderos héroes. Félix Williams y María Comfort, los padres ghaneses de Iñaki y Nico, cruzaron a pie y descalzos el desierto del Sáhara hasta Melilla, donde tras ser engañados por unos traficantes saltaron la valla y fueron detenidos. Era 1994 y María estaba embarazada de Iñaki. Un abogado de Cáritas les liberó.

Mounir Nasroui, padre de Lamine, nació en Marruecos. Sheila Ebana, la madre, en Guinea Ecuatorial. Su asentamiento en Esplugas de Llobregat y más tarde en el humilde barrio obrero de Rocafonda, en Mataró, capital del Maresme, no resultó nada sencillo.

Nico y Lamine no han olvidado sus raíces -el catalán brinda los goles con un gesto manual que marca el 304, el prefijo de donde se crio-. El deporte les ha concedido una vía de escape y ambos simbolizan estos días a la España hija de la inmigración.

La España de la estupenda atleta gallega Ana Peleteiro. Y la del baloncestista internacional madrileño Usman Garuba, que ya oposita a la NBA. Y la del prometedor mediofondista Mohamed Attaoui, nacido en Marruecos y acunado en Torrelavega (Cantabria) desde los seis años.

La España diversa y plural que ha encontrado en el deporte el mejor escaparate integrador, mal que le pese a la crecida ultraderecha. La misma con la que tuvo un altercado el padre de Lamine. La misma que tiene ante sí una encrucijada. ¿Aplaudirán a Nico y Lamine los que se llenan la boca con el cutrerío patrio? Para tanto ultra, la realidad puede ser la escoria de la ilusión.

Le Pen padre ya vilipendió a la gran Francia que ganó como local el Mundial de 1998. La Francia de Zidane, Thuram, Desailly, Henry, Lama, Vieira, Djorkaeff, Karembeu… Hoy, Marcus Thuram, Mbappé, Koundé y otros tantos temen la escalada de los feligreses de Le Pen. No les faltan motivos. Tampoco memoria. Que España tome nota y mientras disfrute con Lamine, Nico y los muchos que estén por llegar. Lleguen de donde lleguen, pero que lleguen mucho mejor.    

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