Opinión | El malecón

Los otros goles de Morata

Falla goles, por supuesto. No es Pelé o Messi. Pero su conmovedor estajanovismo como ariete ha sido otra de las claves del éxito de la Roja

Álvaro Morata durante la celebración en Cibeles.

Álvaro Morata durante la celebración en Cibeles. / EP

La España cainita se ha cebado con el capitán de la selección, víctima de su propia sensibilidad, evidencia que no ha pasado desapercibida para quienes se regocijan con las debilidades ajenas. Cada lamento de Morata era carnaza para aquellos que se ensañan desde el polvorín de las redes sociales. Él, antes persona que futbolista, no acepta dejarlo pasar. No va con su manera de ser. De haberse parodiado a sí mismo los atrincherados en su contra hubieran salido en estampida, en búsqueda de otro mártir.

Morata falla goles, por supuesto. No es Pelé o Messi, y alguna vez, pocas, hasta ellos se enredaron. Pero su conmovedor estajanovismo como ariete ha sido otra de las claves del éxito de la Roja. El capitán, suda que suda como una regadera, ha sido el primero en bloquear el juego del adversario, forzado a dar la lata a los centrales y requerido para descargar la pelota cuando había que emplearse de espaldas. Hoy quedan pocos arietes de los que anidan en el área como un mojón. Sin ese papel de brigadista al servicio del equipo, es probable que Morata, recluido en la periferia del gol, hubiera tenido mayor frescura para ajustar la puntería. Con todo, ya es el cuarto máximo goleador en la historia de la Roja, solo por detrás de egregios como Villa, Raúl y Fernando Torres.

Pero más allá de su producción en el campo, Morata ha sido un capitán con mayúsculas. Tan sensiblero consigo mismo como con el resto de los compañeros. No le han faltado gestos en favor de la comunidad. Por ejemplo, en la previa a la final, cuando concedió la representatividad mediática a Jesús Navas, un pretoriano silencioso al borde de la jubilación tras una carrera extraordinaria. ¿Recuerdan con quién despegó y tuvo otra escala el “iniestazo” de Johannesburgo?

Morata con todos y para todos, fuera el invitado Gavi o los mozalbetes Nico y Lamine. Ni un morro torcido al ser relevado, siempre fraternal con su técnico, Luis de la Fuente, y todos sus auxiliares, para los que negoció una prima. Tras la traca de Berlín, a pie de campo y embriagado por una sobredosis de euforia, tampoco se olvidó de las recetas de Bojan e Iniesta, que también pasaron por sus divanes particulares.

Y qué decir de su ternura y solidaridad con María Camaño, una niña de diez años que lucha contra la enfermedad del Sarcoma de Ewing, que vio cumplido su sueño de conocer al jugador madrileño y formar parte del homenaje popular a la Roja. En las pompas de Cibeles, Morata, afectuoso con todos, constató que conocía al dedillo a cada uno de sus compañeros. Lo que revela un celo desinteresado por apadrinar a cada cual. En esta Eurocopa, el único privilegio que se concedió fue autoproclamarse principal dj.

Ahora enfila su carrera en el Milan, porque en el calcio -su mujer es italiana- siempre se sintió con mayor amparo. Cuestión de piel. Por razones que quizá tengan más que ver con su metabolismo mental, en España se siente sofocado tras sus idas y venidas por Madrid, Londres y Turín. Con tanto ajetreo ha movido ya unos 210 millones de euros.

En su paso por la Juventus ya sintió una liberación que no encontró en el Real Madrid o el Atlético, pese a sus buenos momentos en ambos equipos. No por ello dejó de levantar suspicacias. Ocurre que el primero que se atiza es él. Nunca fue un optimista del gol. Pero hay otros “goles”, los que tienen que ver con custodiar intramuros un grupo heterogéneo y lograr una familia sin fisuras. Morata, en el campo luces y sombras. En la caseta, un “pichichi”.   

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