Opinión | Arenas movedizas

La importancia del verbo

El verano era la época en que los periódicos echaban el resto con los verbos para publicar noticias que rara vez lo eran: medita, sopesa, baraja, estudia, dice, denuncia. Nada es lo que era

Una persona escribiendo en un ordenador.

Una persona escribiendo en un ordenador. / SHUTTERSTOCK

Hasta hace unos años, las redacciones echaban el agosto como bien podían a base de excedentes de nevera, sobrantes de julio, los fichajes del Madrid y el Barça, un poco de crónica social, los especiales de verano, el preámbulo de la Liga (cuando se escribía separado y no LaLiga) y los sucesos. En julio y agosto, no hay que olvidarlo, el mundo nunca ha dejado de ser cruel.

A falta de noticias de fuste, el redactor jefe se las apañaba para convertir en noticia más o menos aparente lo que dos meses antes no era merecedor ni de un solitario breve . Entonces salía a relucir toda la caterva de verbos que engrandecían la información sin que ésta en realidad dijera gran cosa, por ligera y superficial. La alcaldesa medita, el presidente sopesa, la patronal baraja, estudia, pondera, dice, considera, tantea, cree, y toda la retahíla del futuro perfecto alimentada de antecedentes que se encargaban de enriquecer el vacío: hará, requerirá, exigirá, invertirá, promesas que en caso de no llevarse a cabo, si te he visto no me acuerdo. Cualquier verbo, en definitiva, era válido si cumplía la función de disimular la carencia de un tema formidable que llevarse al papel, como luego también ocurrió en las versiones digitales. Un ministro, hoy difunto, de apellidos Fernández Ordóñez, acuñó aquello de solemnizar lo obvio: «El Hércules se probará en su primer amistoso»; «El Mirandés deberá ganar el segundo partido para hacerse con el torneo»; «El campo sufrirá si no llueve en los próximos meses». Obviedades palmarias a cinco columnas en tiempos de sequía informativa.

Nada es lo que era. Tampoco la comunicación. Más que nunca, lo que importa es el verbo. Raro es el periódico que acepta hoy una noticia con un ‘medita’ en mitad de la oración. O un ‘baraja’ o un ‘sopesa’. La actualidad es tan intensa y vertiginosa que hemos vuelto a los tiempos machadianos del Juan de Mairena. «Señor Pérez, salga usted a la pizarra y escriba: ‘Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa’. El alumno escribe lo que se le dicta. —Vaya usted poniendo eso en lenguaje poético. El alumno, después de meditar, escribe: ‘Lo que pasa en la calle’. Mairena. —No está mal».

Auguro un agosto nutrido de titulares construidos a partir de verbos de acción. Ni la actualidad se coge ya un descanso. Hay tiempos verbales que un buen día toman el periodismo al asalto y les cuesta bajar del podio. Declara, comparece, investiga, es, está, naufraga, reprende, compra, pacta, activa, niega, censura… y los campeones absolutos: muere y nace. Para solaz de periódicos impresos, digitales, radio y televisión no hay mayor constatación de la importancia de un hecho que incluir sin miramientos un encabezado alrededor de un verbo de acción. La justicia lo sabe, la política lo sabe, la economía lo sabe. Sus principales actores también. La citación judicial del presidente Sánchez o la nominación del candidato (candidata, probablemente) demócrata a la Presidencia de Estados Unidos apenas van a dejar sitio al horror vacui agosteño. El juez Peinado es una mina. Y el presidente. Lo son Trump y lo ha sido Biden. En definitiva, lo que pasa en la calle, por más que a lo largo del periodo de vida de una noticia ésta acabe mustia y desinflada. Hay que frotarse los ojos para corroborar si lo que pasa en la calle es cierto o nos la quieren dar con queso.

También saben esto los fabricantes de noticias falsas o los expendedores profesionales del bulo. Se puede vestir un rumor de un envoltorio magnífico, aunque pierde toda su fuerza e intención si no se elige el verbo adecuado. La clase política no ha dudado en abrazar esta técnica, de modo que la infodemia que padecemos dificulta a menudo la distinción entre el debate riguroso y el intercambio de golpes; entre la verdad absoluta y la intencionalidad manifiesta por que no se conozca la realidad. Y desconfíen —siempre— de aquellos dirigentes, mandatarios, representantes de la cosa pública o privada con algún ascendente social que, metidos en una polémica que les afecte negativamente, se escudan en aquello de que «eso no es noticia», en lo consuetudinario, que apuntaba Juan de Mairena. Cuando escuchen eso, es que hay noticia. 

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