Opinión | El trasluz

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Varios periódicos. / SHUTTERSTOCK

La entrevista es el género periodístico por antonomasia (signifique lo que signifique antonomasia) del verano. Escritores de ciencia ficción, cocineros, actores, arquitectos o antropólogos se manifiestan en las páginas de la prensa para hablar de sus éxitos, de los que algunos se muestran cansados porque todo cansa en la vida, incluso la fama, que acentúan sin embargo al dejarse entrevistar. A los lectores también nos fatigan mucho las banalidades a las que se refieren los famosos porque suelen ser siempre las mismas. Sería más útil, por lo tanto, incluso más entretenido, entrevistar a personas, si no completamente malogradas, que se mostraran dispuestas a hablar del fracaso.

El fracaso tiene más interés que el éxito. Y no solo más interés, sino más sustancia, más entidad, más miga, más alma. El fracaso nos gusta porque todos, en una u otra medida, hemos fallado a alguien o nos hemos fallado a nosotros mismos. Incluso entre la gente de mucho glamur abundan los que no han llegado a nada.

Tiene Freud un ensayo titulado Los que fracasan al triunfar, donde analiza este fenómeno que observó en algunos de sus pacientes conocidos y en figuras públicas. Se refería a las personas que, después de alcanzar una victoria significativa en su área de actividad, experimentan una sensación de caída o cometen actos que sabotean dicha victoria. Atribuía Freud este comportamiento a conflictos inconscientes y sentimientos de culpa que se arrastraban desde la infancia. Las víctimas del curioso fenómeno estaban inconscientemente convencidas de no merecer tales laureles, razón por la cual arruinaban sus logros. Y hasta se suicidaban.

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Significa que dentro del éxito podemos hallar porciones interesantes de fracaso que resultaría sugestivo sacar a la luz en estas entrevistas de verano. Me viene a la memoria también otro título, ahora del peruano Julio Ramón Ribeyro, La tentación del fracaso, cuyo solo título contiene ya toda una teoría sobre la fascinación que el desengaño produce en los seres humanos, tanta que no es raro que nos ataque el deseo de provocarlo. Nos gustan las personas con pasado y por lo general hay más pasado en el fracaso que en el éxito.