Opinión | "Oído, visto, leído"

Revuelta en el hormiguero

Pablo Motos. / Antena 3

Un Broncano hábil y rápido rebajó las expectativas al máximo, y el impacto de su excelente resultado en su primera semana no ha podido ser mejor. Con la misma estrategia descarada y como de andar por casa que en sus temporadas en Movistar, la apuesta de la tele pública presenta armas para derrocar al rey.

Ambos programas tienen sus puntos fuertes: uno juega con invitados galácticos, un humor viejuno y un derroche de medios técnicos; y otro con un lenguaje y una imprevisibilidad que arrastra a públicos jóvenes que estaban desaparecidos en combate. El de Orcera es lo más parecido que tenemos a cualquier presentador de “late-night” americano. Y Motos lleva dieciocho años acertando en la diana de la franja más competitiva.

Los desmerecimientos que se les han hecho a ambos por la tangente política son injustos: La tertulia de los miércoles de “El Hormiguero” conecta sin tapujos con el sentir anti-sanchista de una parte de la sociedad (y tiene todo el derecho a explotarlo: “El Intermedio” también lo hace, pero a la inversa). De la misma manera que el humor y los invitados de “La Revuelta” enganchan bien con la España plurinacional, diversa e inclusiva que conforma el apoyo al gobierno (y a veces, como esa entente, el programa también es un batiburrillo).

Siguiendo con la analogía, Carlos Latre desaparece debido a su falta de sustancia y concepto, cual Albert Rivera cualquiera. Y Wyoming paga su monotonía y previsibilidad y queda tocado de muerte: le queda un escuálido 5% de audiencia (que coincide con el censo de la última colonia marxista y judeo-masónica que queda viva en la península). El “acces prime time” no hace prisioneros y salvo que algunas cadenas estén dispuestas a perder dinero, la ley inexorable de las audiencias seguirá provocando cambios. Lo bueno es que el formato de “La Revuelta” (por su juventud, por la jerga que utiliza, por las apariciones de Jorge Ponce, por el modo de conducir el programa) puede hacer que las cadenas apuesten por opciones más arriesgadas capaces de no ser minoritarias.

Por la otra parte, seguro que Motos moverá ficha obligando a Del Val y a Rubén Amón a asaltar La Moncloa y detener al presidente para que lo entrevisten las hormigas  colgándolo de un andamio a trescientos metros del suelo, y en riguroso directo.

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Y no está de más añadir, dado que sale gratis, que muchos espectadores somos contradictorios, cambiantes, cóncavos y convexos a la vez, influenciables, inestables e infieles a la menor ocasión. Nos gusta picotear, flirtear, tontear. Cambiamos de canal pronto y sin asomo de arrepentimiento en función del día, la hora, el estado de ánimo o la pareja que tenemos. Uno mismo hay mañanas que se levanta con ganas de tomarse un carajillo y que España sea un país de ley y orden, es capaz de comportarse a la hora de la merienda como un aburrido socialdemócrata que piensa que pagar impuestos está bien, y acabar la jornada laboral con ganas de montar una barricada y gritar que venga el caos y que se hunda Davos y Wall Street. Que seré incoherente, lo sé, pero y lo que me divierto. Y es que yo soy muy de “First Dates”, por supuesto… 

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