Opinión | Mollete de calamares
La madre que me parió
Un niño pequeño antes de entrar en la guardería. / EFE
Cuando seas padre comerás huevos. Con 40 años recién cumplidos aún no he podido descifrar qué pintan los huevos en esa frase. Pero sí que he logrado entender plenamente el significado del refrán. 40 años he tardado. Tengo dos niños pequeños que recompensan mis esfuerzos y renuncias con su cariño inocente y espontáneo. Pero hablo con quienes tienen vástagos más crecidos y me resumen la paternidad en una palabra: ingratitud.
No pintan estos amigos míos, padres experimentados, un panorama muy halagüeño. “Con 7 años se vuelven más rebeldes que nunca”. “Ya verás cuando sean adolescentes” “Echarás de menos las pataletas de los 3 años”. “Cuando cumplen los trece llega un punto en que tus hijos te caen mal”. Frases que se cruzan en mi mente, mientras limpio el culo de mi bebé de 9 meses y me trago una rabieta de mi hija de tres que deja a la mismísima niña del exorcista a la altura de Bambi.
Volver a casa tras las vacaciones siempre es duro. Pero cuando vuelves a la realidad con dos pequeños terremotos y sin la ayuda estival e impagable de los abuelos, el regreso a la rutina se convierte en un hundimiento mental y físico. Un lodazal de barro del que no aciertas a zafarte. Los primeros días tras el regreso, al terminar la peonada, me sentaba en el sofá con mi mujer, la miraba y no hacía falta decirnos nada. Esa sensación de haber sido atropellados por la vida.
El cansancio, el dolor de espalda y el agotamiento psíquico. Porque nadie te explicó que además de ser padre, cuando tienes hijos, te conviertes en cocinero a la carta, barrendero, escolta, forzudo trapecista, payaso de circo, desarrollas dotes de negociador policial, coach, rastreador de juguetes y recogedor profesional de los mismos en una extensión de 20 kilómetros a la redonda.
Y es en ese momento en el que uno piensa en su madre y dice: ¿y cómo pudo hacerlo ella? ¿Cómo fue capaz de lidiar con dos niños? Y todo teniendo que sacar las tareas de casa adelante ¿Cómo criar a dos inconscientes bajitos mientras mi padre pasaba el día fuera de casa trabajando? Así que me animé a preguntárselo hace unos días y su respuesta me dejó aún más admirado: “Tampoco fue tan difícil”. Y se quedó tan pancha.
Mis padres nos criaron a mí y a mi hermana en una ciudad en la que no tenían familia. Lejos de los abuelos. Recuerdo que mi padre madrugaba mucho para hacer el matinal en la radio, que muchos días comía fuera y que llegaba a casa por las tardes después de una larga jornada laboral. Recuerdo como al llegar, jugaba conmigo y que siempre lo sentí presente durante mi infancia.
Pero ahora es cuando realmente me doy cuenta de la grandeza de una madre, de su entrega, sus renuncias y su paciencia para que mi hermana y yo viviéramos una infancia feliz. Por aguantar rabietas y contestaciones, por las preocupaciones y disgustos. Por ser payasa, escolta, cocinera, negociadora, forzuda. Por ser una heroína: viva la madre que me parió.
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