Opinión | El trasluz

Vale la pena

Me quedo mirando al techo para descansar del trabajo y pienso en personas que forman parte, lo deseen o no, de nuestras vidas. Feijóo, por ejemplo

Felipe Juan Froilán de Marichalar y Borbón.

Felipe Juan Froilán de Marichalar y Borbón. / EP

A veces me pregunto: ¿Qué estará haciendo la reina Letizia en este mismo instante? He dicho la reina Letizia, pero no siempre es ella. A veces es su marido o el ministro de Asuntos Exteriores. No sé, me quedo mirando al techo para descansar del trabajo y pienso en personas que forman parte, lo deseen o no, de nuestras vidas. Feijóo, por ejemplo, que va y viene todo el rato, González Pons, también Serrat. Me pregunto por Serrat, tan retirado de la vida pública. ¿Qué hará en estos instantes, a las once de la mañana de un miércoles cualquiera? ¿Estará bajo la ducha? ¿Se habrá puesto un té para sentarse tranquilamente a leer una novela? El recuerdo de Serrat me obliga a buscar en Youtube su 'Mediterráneo'. Lo escucho una vez más y me digo: ¡Qué bueno es el cabrón! Incluso me asomo imaginariamente a la ventana y grito:

-¡Qué bueno eres, cabrón!

Así pasan las horas. Tengo que escribir un artículo, pero me engolfo en estos pensamientos. No solo pienso en qué harán Letizia o Serrat o el ministro de Asuntos Exteriores. También me acuerdo de los muertos. ¿Qué estará haciendo ahora mismo Vázquez Montalbán al otro lado? ¿Se habrá llevado la máquina de escribir?

Entra mi hijo en la habitación, me ve abstraído.

-¿En qué piensas? -pregunta.

-En Vázquez Montalbán.

-¿Y quién es Vázquez Montalbán?

Fíjense lo volátil que es la fama. Hay gente ya de treinta y tantos que no saben quién fue Vázquez Montalbán. Me acerco a la estantería, saco un libro, le leo el poema titulado 'Nunca desayunaré en Tiffany'. Le gusta.

-Ahí te quedas con tus pensamientos -dice, y se va dejando la puerta abierta.

Me levanto con gesto de paciencia, la cierro. Me pongo frente al ordenador dispuesto a trabajar un poco, pero me viene a la memoria, sin que yo lo provoque, Froilán de Marichalar.

-Ya está bien -le digo mentalmente-, lárgate.

Pero no se larga. Se queda un buen rato, a mi pesar, qué le vamos a hacer. En estas, llega la hora de comer y cambio a Froilán por un vaso de vino. Ese vaso de vino sí que vale la pena.

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