Opinión | Oído, visto, leído

Romper el algoritmo

El escritor israelí Yuval Noah Harari.

El escritor israelí Yuval Noah Harari. / Sebastiao Moreira

 Ha tenido que ser Yuval Noah Harari, un israelita de cincuenta y dos años, el que se ponga manos a la obra. Hace ahora quince años escribió Sapiens, y tras vender cincuenta millones de libros, es actualmente el divulgador más famoso del planeta. Harari es capaz de sintetizar y explicar de una manera tremendamente sencilla y atractiva ideas que son complejas, y por eso Sapiens gustó por igual al socio de un bufete de Wall Street que a un celador del hospital de Talavera de la Reina. Este año ha lanzado Nexus, un nuevo tocho de casi seiscientas páginas dedicado a alertarnos sobre los peligros de las grandes corporaciones tecnológicas y de la Inteligencia artificial que viene. A razón de cien mil euros por aparición, Harari va a a congresos a avisar de lo que nos viene.

Hago mía la firme intención de engañar, de confundir, de equivocar a los datos y números que gobiernan nuestras vidas, entre ellas la mía

Y si lo dice Harari -una especie de semidiós judío, calvo y educado - algo hay que hacer. Así que a grandes males, grandes remedios. Si el algoritmo no viene hacia nosotros, nosotros tendremos que ir a por el algoritmo. Hago mía la firme intención de engañar, de confundir, de equivocar a los datos y números que gobiernan nuestras vidas, entre ellas la mía. Según el diccionario, un algoritmo no es más que “un conjunto ordenado y finito de operaciones que permite hallar la solución a un problema” ¿Y si no todo fuera tan ordenado, ni tan finito, ni tan calculado? ¿Pueden desequilibrarse los datos, vacilar, cortocircuitarse? Desde primera hora empiezo a dejar rastros claros (acepto todas las “cookies”; oigo todas las ofertas telefónicas; me registro en todas las webs; dejo abiertos los audios) Y una vez que ya puedo ser carne de cañón por tierra, mar y aire, empieza mi guerra de guerrillas: veo entero el programa de Ana Rosa a la vez que oigo un audiolibro de las obras completas de Borges. Engancho después con Al rojo vivo de Ferreras mientras navego por La Base de Pablo Iglesias; entro en Ok diario y de fondo me pongo Radio 3.

Hay que confundir, engañar, distraer, para que se vuelva loco, para que decirnos lo que tenemos que ver, oir o leer no sea tan sencillito, algo más que un “conjuntito ordenadito de datos”.

Hay que confundir, engañar, distraer, para que se vuelva loco, para que decirnos lo que tenemos que ver, oir o leer no sea tan sencillito, algo más que un “conjuntito ordenadito de datos”. Poco a poco, las notificaciones que me mandan a mi 'smart-watch' no son tan claras, ni tan rápidas, ni tan parecidas. Lo mismo me recomienda oir a Camela primero que a Springsteen después. Me sale en Tik-Tok un discurso de Abascal seguido de otro de Groucho Marx. Discover me recomienda que vea alguna de Clint Eastwood y luego una de Santiago Segura.

El algoritmo enemigo sufre con la contradicción, con las cosas irracionales, con el libre albedrío, con la apertura de miras. Y es que los humanos algunas veces hacemos deporte y después nos tomamos dos cervezas. Somos capaces de vibrar mucho con la selección pero no pagar ni un duro en impuestos. Decimos que nos gusta lo público pero siempre queremos servicios “premium”. Todo muy racional. Los humanos somos raros, contradictorios e imprevisibles, así que sí, se puede romper, destruir, destrozar, volver loco el algoritmo. Para colmo, llamo a Glovo a través de su app y encargo unos churritos madrileños, una tempura de verduras con soja y unos callos con chorizo, todo junto. A ver quién es el guapo que ordena todos estos datos en un algoritmo, a ver…

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