Opinión | El trasluz

Parloteo

Varios pasajeros viajan en un tren.

Varios pasajeros viajan en un tren. / EP

Lo contrario de “hablar de oídas” sería hablar con fundamento. Pero si solo pudiéramos abrir la boca con conocimiento de causa, viviríamos en un silencio monástico. Lo dice el Tao: “El que calla sabe; el que habla no sabe”.

La idea del silencio monástico me seduce. Trato de imaginar cómo sería el mundo si, de repente, nos calláramos todos los que venimos hablando de oídas. Se produciría un silencio de carácter místico que, paradójicamente, en vez de alejarnos de la comunidad, nos conectaría con ella. Al no hablar innecesariamente, nuestros lazos espirituales se reforzarían. Iría uno en el autobús o en el metro, concentrado en sí mismo, y de ese ensimismamiento surgirían vínculos invisibles con el resto del pasaje. Nacería una complicidad basada en el mutismo.

Ahora bien, si en el vagón en el que viajáramos nosotros fuera también, por casualidad, un estudioso del mundo subatómico, le permitiríamos que nos diera una breve conferencia sobre el Principio de Incertidumbre o sobre la superposición cuántica. También los especialistas en pulmón y corazón podrían, entre parada y parada, informarnos acerca de los ejercicios más recomendables para mantener una buena salud cardiovascular. Si en ese autobús o vagón de metro se encontrara un teórico de la novela, le permitiríamos asimismo que nos desentrañara los mecanismos secretos de un relato. Y, si un experto en la Biblia, esperaríamos que nos ilustrara acerca del significado de las palabras de ese libro sagrado según las cuales, en el principio de los tiempos, “la tierra estaba desordenada y vacía y las tinieblas reinaban sobre la faz del abismo y el espíritu de Dios aleteaba sobre la oscuridad de las aguas”.

Qué bueno, ¿no? Se imagina uno ese aleteo siniestro en medio del caos y la penumbra. Ojalá alguien entrara en el autobús y en medio del silencio recitara esos versículos terribles para contarnos luego cómo fueron los primeros instantes de la Creación. O sea, lo que venimos llamando el big bang.

Pero no, parece que estamos condenados a “hablar de oídas”, yo el primero, lo reconozco, y en ese parloteo nos distanciamos. Qué nostalgia de un mundo más silencioso y sosegado que el que hemos dado a luz.

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