Opinión | Oído, visto, leído

Queridos ególatras

Joaquín Sabina durante un concierto en Chile / ELVIS GONZÁLEZ (EFE)

El último baile, la última función, el último vals, qué más da: Sabina dice que ya está bien, que lo deja, que se va, y prepara su gira de despedida. Con música melancólica de Leiva y letra del interfecto, han dado luz a Un último vals que sirve para calentar a la gira con la que terminará su carrera (“Hola y adiós”), y cuyo videoclip ha filmado León de Aranoa. Ya se pueden ver en Youtube los cuatro minutos y catorce segundos donde aparecen algunos de sus amigos más conocidos y bien situados: Joan Manuel Serrat, José Tomás, Darín, Drexler, Calamaro, Luis García Montero, Juan Gabriel Vásquez, Ariel Roth.

Poetas, rockeros, actores, toreros, escritores. Un grupo de progresía cultural que se juntan en la barra americana de un bar caro, y donde la mujer parece que no cabe, Sabina no tiene amigas que merezcan un primer plano: todas salen de secundarias, mirándoles arrobadas, mientras ellos se toman los whiskies en la barra riendo comunalmente (no sé yo si está el horno de la izquierda para muchas fotos tan machirulas como esta, dada la actualidad tan fantástica con la que acabamos la semana).

La canción es bonita y la letra de Sabina es magnífica, pero el vídeo es impostado, facilón, previsible, un poco ñoño incluso, con tantas sonrisas y miradas sensibleras por parte de todos a quien ha sido uno de los mayores golfos y juerguistas de este país. Quién no hubiera dado un brazo y parte del otro por haber sido sombrero siquiera media noche de una farra con Sabina, allá por los locos ochenta.

Es más, el vídeo habría quedado mucho mejor si lo hubiera filmado Tarantino: habría dado sitio a prostitutas baratas, a macarras inocentes, a arribistas, a mangantes solidarios, a delincuentes enamorados, a buscavidas castizos de poca monta, que echarían en cara al de Úbeda que se retirara hace ya años de la noche y se olvidara de todos ellos, con todo lo que le dieron (jerga, ritmo, compás callejero y suburbial).

Quién no hubiera dado un brazo y parte del otro por haber sido sombrero siquiera media noche de una farra con Sabina, allá por los locos ochenta

Pero en vez de seguir la fiesta y derrumbarse de madrugada en cualquier garito rodeado por el alcohol, el tabaco y las mujeres, a Sabina le dio por intentar sentar la cabeza y cambiar las noches por las sobremesas. Y todo para terminar haciendo ojitos con Serrat y compañía, en el vídeo de marras. No veo a Mick Jagger haciendo arrumacos a Keith Richards, Joaquín, qué quieres que te diga…

Ellos dicen que es por el público, pero es una mentira como una catedral: es por ellos, siempre por ellos. Una gira más, la última, nunca lo es, como no lo es el último cigarro tampoco. En el fondo son grandes ególatras, a los que queremos, que se aguantan mal sin que el público les aplauda o sin que las cámaras los enfoquen.

El mismo Serrat decía en una entrevista el pasado fin de semana que le entran ganas volver todas las semanas, pero menos mal que se autoimpone su sensatez catalana. De Miguel Ríos podría decirse lo mismo que Oscar Wilde decía del tabaco: "¿Dejarlo? Es facilísimo, yo ya lo he hecho catorce veces".

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Sabina tira más para Antoñete, así que ya veremos si es la última o la decimonovena. Nuestro Tom Waits patrio y letrista insuperable -con esa voz cavernosa que se le ha puesto y que no sabe uno si sube o si baja pero que aún te llega- dice que se va y amenaza con gira larga, con duetos entrañables, adulaciones exageradas y aplausos interminables. Te lo permitimos pero por ser vos quien sóis, Joaquín.