Opinión | A compás
Empacho de Navidad flamenca
La Navidad es una tregua. A diciembre llegamos agotados. Arrastrados por una ridícula e imparable rueda que nos hace sentir culpables por no ser capaces de cumplir unos propósitos cada vez más exigentes y ajenos y, aún peor, por no haber sabido encontrar hueco para compartir nuestros anhelos y disfrutar de quienes nos quieren.
La magia de la Navidad no está en las luces, en los belenes o en los regalos del árbol, sino en el acuerdo tácito que firmamos para creer que por un tiempo podemos construir juntos un mundo más amable, justo y bello. Si abrimos las puertas a las visitas, compramos un jamón, vestimos la mesa con turrones y vajillas bonitas o nos ponemos las lentejuelas no es por recrearnos en lo ostentoso sino porque necesitamos decorar esta ilusión y sostener el pacto de generosidad, armonía y fraternidad que deseamos.
Sin embargo, en lugar de ponernos de acuerdo y tratar de mantener este “espíritu” para un nuevo año con menos confrontación y más alegría, corremos como locos para adelantar las Felices fiestas y ser los primeros en sacar la serpentina, el espumillón y la botella de anís. Y ande, ande, ande la marimorena.
El maratón está llegando al punto que no ha llegado la Nochebuena y ya estoy empachada de zambombas descafeinadas y conciertos de villancicos flamencos navideños que no son ni una cosa ni la otra. Tengo estribillos carraspeándome la garganta como el azúcar del polvorón. Me explico.
No es que esté en contra de invitar a la celebración es que, por un lado, temo que esta ansiedad de quererlo todo cuanto antes acabe por destruir una falsa tan necesaria. Y, por otro, de unos años a esta parte percibo un forzado empeño por cantarle al Niño Dios con soniquete aflamencado como un recurso facilón con el que exaltar nuestra identidad andaluza y eso me escama.
Estoy un poco perdida con lo que está pasando con las zambombas en Jerez porque dejé de ir hace años cuando noté que en lugar de repartirse los papeles con las letras para que el público participara (algo habitual que diferencia a esta reunión de cualquier otra donde unos son los actúan y otros los que asisten) se empezaron a pedir carnés de acceso a exhibiciones enlatadas de artistas invitados y bulerías.
Por lo que oigo y leo a los amigos jerezanos da la sensación de que con el afán de explotar y exportar la idea se les está yendo de las manos. Imagino que como ocurre con la Feria de abril o con el Carnaval de Cádiz es difícil encontrar el equilibrio entre mantener el carácter comunitario y callejero de la fiesta y conservar su esencia con abrirse a otros públicos.
De todas formas, al margen de esta expresión genuina, cuya “dimensión social, simbólica e identitaria, así como riqueza lírico-musical” fueron los principales argumentos que sustentaron la propuesta de inscripción en el Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz de esta actividad etnológica en Jerez y en Arcos, me pregunto cuánto de tradición flamenca hay de verdad por estas fechas en nuestras casas.
Que el programa Navidad en Sevilla del Ayuntamiento haya traído este sábado a mi barrio la zambomba de la familia Parrilla me parece un lujazo, pero la realidad es que la mayoría de las veces que se promociona una Navidad flamenca lo que aparece es un coro o un grupito de payos sosainas aflamencando un refrito de villancicos más o menos populares con el mismo compás. Los Villancicos flamencos de Raya Real que propone Google o la Nochebuena que programa cada año Canal Sur, esta vez con Diana Navarro, Manuel Lombo, Paco Candela, La Húngara y compañía.
Lo cierto es que mis vecinos se saben el Tamborilero de Raphael, el All I want for Christmats is you de Maria Carey o el Burrito Sabanero de Bisbal y cuando cantan ésa de si quieres agua fresca, niña, ven a mi pozo, que compuso el cantaor Luis de Córdoba, la recuerdan por El Barrio. No sé si les habrá dado tiempo a aprenderse el Hoy es Navidad de Niña Pastori que, por cierto, también usa la percha jonda para hacer canciones.
Seguramente a casi ninguno les suene Luis de Periquín y apenas recuerden la versión de los Campanilleros de La Niña de la Puebla, la Noche de Reyes de Pepe Pinto, la Nochevieja de Caracol, el de Niño Gloria o cualquiera de La Paquera y me parece perfecto. Sólo digo que igual que no hay Navidad sin consenso tampoco hay villancicos flamencos si no es un cantaor o una cantaora el que los canta. Y que no somos más o menos andaluces por celebrarla con palmas o con panderetas.
Dejémonos, por tanto, de estirar los plazos, de anticipar las emociones, de forzar el relato y de impostar costumbres. Abrecemos lo efímero. Saboreemos el placer de lo que dura poco. Cantemos lo que nos plazca. Participemos de esta fantasía con ganas. Juntémonos con amigos y familiares o brindemos a solas. Vivamos nuestra Navidad.
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