A cualquier hijo puede sucederle, papá

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19 mar 2023 / 04:51 h - Actualizado: 19 mar 2023 / 04:51 h.
  • A cualquier hijo puede sucederle, papá

No hace mucho mi hermana publicó en Facebook un sentido homenaje a nuestro padre que hacía cincuenta y tres años que falleció. Un “buen marido, un padre muy cariñoso, un buen hombre, responsable, muy trabajador y muy discreto” refería mi hermana. Efectivamente esta es la imagen que compartimos los hijos que le quedamos y otros familiares que le conocieron. Y es que cada vez que vamos haciéndonos más mayores es normal que sintamos más conexión con los que se fueron hace tanto tiempo. Me refiero, en concreto, a esas personas que pensamos que no dejaron huella en el mundo porque no fueron famosos o porque, si acaso, destacaron de forma humilde en sus quehaceres, en una asociación, en una hermandad, o en una foto con otros más importantes. No fueron candidatos a la Medalla de Andalucía o la Medalla al Mérito en el Trabajo y ni siquiera tienen hoy vistosas lápidas o mausoleos en el cementerio. Hablo de aquellos que esparcieron su bondad y amistad a los afortunados que les conocieron (incluso sus rarezas, sus miedos y sus enigmas) y tuvieron los mismos fracasos y errores que cualquier humano. Vivieron del trabajo humildemente y fueron fieles a sus familias. Quizás muchos podrían haber dado el salto a mejores empleos, pero optaron por ser leales a los que les dieron trabajo con absoluta dedicación y responsabilidad. En definitiva seres probablemente idealizados por sus hijos e imprescindibles en sus microcosmos para algunos. Pues bien entre todas esas personas podría estar mi padre Cristóbal, un valenciano que se quedó a trabajar en Sevilla en el negocio del helado. Ciudad en la que acabó echando raíces y formando su propia familia.

Quizás sea usted de los que piense que su padre debe merecer un sentido homenaje concretamente en un día patrocinado por el gran comercio (a mí este año me ha dado por ahí). O tal vez le traiga al pairo el día de San José y el cupón de la Once o ni siquiera se acuerde de su progenitor ni este día ni el resto del año. No voy a decirle yo en ningún caso lo que deba hacer con sus familiares. Solo me atrevo en este artículo a compartir con ustedes mi evidencia de niño huérfano: Yo tuve necesidad de papá toda mi vida. Así que agotada su memoria, tuve que buscar su figura en mi madre, otros familiares e incluso en amigos. Es más seguí buscando a mi padre en mi mismo ejerciendo de tal con mi hijo.

En todo caso va por ustedes este sentido recuerdo del mío que se fue a la temprana edad de los cuarenta y cinco años dejando a tres mocosos de tres, cinco y diez años más una viuda que abanderó su luto por él durante mucho tiempo.

“Luché tanto tiempo por no olvidarte, que me obligué a memorizar todo lo que había vivido contigo: juegos y volteretas; ese jarabe que me dabas cuando estaba enfermo; esa bolsita de avellanas que nos traías a mis hermanos y a mí de vuelta del trabajo; mis siestas acurrucado a tus pies; cuando te veía dormido exhausto en la hamaca verde (con esa mancha de sudor a la altura de la cabeza); cuando me llevabas a ver las procesiones y temblaba de miedo hasta que seguía a la banda de músicos; cuando mamá se iba a misa y nos quedábamos tú y yo jugando a un futbolín de juguete (y te hacía trampas); cuando me interpretabas las constelaciones en la azotea...

Puñados de recuerdos hasta donde podía recordar un niño de cinco años. Todo me guardé menos el recuerdo de tu muerte que presencié en primera persona. No hace falta decir que tardé mucho tiempo en acercarme al cementerio a ver tu reseña en un nicho perdido y debo aclarar que siempre he odiado ir a ese lugar desde entonces. Pero después de tantos años, sigues en algún cajón de mi memoria y muchas veces le hablo de ti a mi hijo para que sepas que tuviste un lugar en el mundo y que también eres parte de su familia. Le cuento en concreto que eras heladero y que hacías helados fantásticos. Es más cuando los comemos en la actualidad, siempre le digo que no tienen que ver nada con los de tu época. Le enseño también fotografías tuyas montando en bici (como hago yo continuamente) intentando que tu imagen se convierta en un nexo entre tú y nosotros mismos. Y llevé también a tu nieto a Biar, tu pueblo, para que supiera dónde habías nacido y donde estaba el origen de nuestras vidas.

Me consta además que siempre quisiste echar a tus hijos por reyes una bicicleta a cada uno. O que tenías pensado reparar la piel de un tambor (al parecer del abuelo) destinado en este caso solo para mí. Un tambor junto con unas finísimas baquetas que permaneció olvidado mucho tiempo en un cuarto de la azotea donde vivíamos, hasta que como un hallazgo misterioso dí con él. Añadir solo que gracias a este regalo póstumo debo mi dedicación a la percusión desde siempre.

Finalmente hay dos cosas que especialmente me evocan tu ser en el ahora. La primera cuando recorro las calles del barrio de San Vicente donde vivíamos y creo verte pasear por la calle Redes dirigiéndote a la fábrica o bajando cuesta a bajo por la Puerta Real con tu cigarrillo encendido. La segunda es cuando me acerco al centro comercial de Plaza de Armas o a lo que era la antigua estación de Córdoba . Allí me llevabas a ver los trenes por la noche y me decías de que lugar venían y hacía donde partían . Recuerdo como cogido de tu mano, observaba a aquellas locomotoras de color verde y lineas amarillas con las luces frontales iluminadas, que para mi eran como monstruos pesados emitiendo toda variedad de quejidos a través de sus cláxones. Era asombroso ver las máquinas arrastrando sus filas de vagones cuando entraban en la estación, disminuyendo poco a poco su velocidad hasta pararse a escasos centímetros del parachoques de la vía.

Para mí esta transformada estación de trenes es un lugar de encuentro secreto entre tú y yo, cada vez que la visito. Me basta en concentrarme en un rincón sin tiendas y mirar luego la estructura metálica del edificio para hablar contigo o tal vez imaginar que tú lo haces conmigo. Si después de la muerte hay algo, me gustaría volar desde donde estuviera y posarme en un antiguo banco de madera. Allí me quedaría eternamente contigo esperando la llegada de algún tren”.

¡Feliz día del padre!