Más de uno. Carlos Alsina no es el único. Suyo sí es el especial logro de poner el listón de calidad del periodismo español en los medios masivos tan alto como se merece la ciudadanía. Amén de otros buenos ingredientes de su magacín radiofónico matinal en Onda Cero, sobresalen las entrevistas que ha realizado a lo largo de los últimos años a presidentes del Gobierno, ministros, líderes políticos y personajes con poder fáctico. Fácil es localizar en internet los videos de esas entrevistas en directo, y la magistral del pasado viernes día 1 en el Palacio de la Moncloa a Pedro Sánchez, en su doble condición de presidente del Gobierno y candidato del PSOE a las elecciones, redondea el triunfo del periodismo digno. El que aplica el mismo criterio a todos para preguntarles con solidez apoyándose en antecedentes, y para repreguntarles de inmediato llevando la batuta y dejando claro que no está en babia. Con respeto pero sin miedo escénico. Porque representa a millones de oyentes que aguardan respuestas a la altura de esas preguntas.
Accedan también a los ficheros digitales con las entrevistas de Alsina a Mariano Rajoy, a Quim Torra, a José María Aznar, a Juan Luis Cebrián, entre otras muchas, y cómo ha normalizado lo que ya estaba en vías de extinción: tener a un solo metro de distancia a una personalidad muy relevante, de las que tienen a lugartenientes para presionar a los propietarios de la corporación multimedia con el fin de que lo silencien, y preguntarle sobre cuestiones importantes enmarcadas en el espejo de sus dichos y hechos. Sin que puedan irse por los cerros de Úbeda, porque les está escuchando tan atentamente en el cara a cara que la repregunta les obliga a definirse sin evasivas ni vacuidades.
Una de las razones por las que España lleva diez años embarbascada es el arrinconamiento del periodismo de calidad, factor de vertebración social tan importante como tener hospitales de calidad, colegios de calidad, aeropuertos de calidad,... Cuando la crisis de las instituciones cronifica la crisis socioeconómica y ante el temor a sus consecuencias se pone en crisis la comunicación de la verdad, la impostura entra por la puerta y el periodismo salta por la ventana. La opinión pública poco a poco empezó a acostumbrarse a recibir menos aporte del oxígeno inherente a la libre información bien fundamentada, que emana de tratar a la audiencia con respeto para que conozca, piense por sí misma y sea permeable a discernir si sus certezas eran solo apriorismos. La suplantación ganó adeptos en tiempos de mensajería instantánea que aporta la sensación de estar al tanto. La mayoría de las empresas periodísticas vació de contenido los géneros informativos y jugó a mercadear con abundancia de anticuados tópicos y maniqueísmos para entretener a la población mediante el sucesivo recalentamiento de precocinados y traicionando la regla de oro: ser rentables gracias a ser honestas.
Insisto: Alsina no es el único. Pero hacen falta como él más de uno en cada una de las grandes cadenas de radio y de televisión, públicas o privadas, para apuntalar la recuperación del periodismo de calidad en el que se afanan otr@s colegas regenerando la razón de ser de la noticia basada en investigación, y del reportaje, y del análisis, y del artículo, y de la cobertura en directo. Ningun@ emula a quienes engatusan levantando más la voz o a quienes más presumen de profesionalidad para encubrir el sesgo de su tinglado.