Siempre he pensado que la Cuaresma es como ese amor de verano: todo un año esperando a que llegue y se nos escapa entre los dedos fugazmente. Como lo hace una hermandad de ruán.
Estos días son para disfrutar con los cinco sentidos: el olor del incienso, el sabor de una buena torrija, los sones de una banda ensayando, la visual del cartel de capirotes de la calle Águilas y el tacto del respiradero de un paso que se levanta silencioso en el templo.
No hay nada más cruel que saber que este amor tiene fecha de caducidad, pero eso, al igual que ocurre en el verano, hace que cada año tengamos más y más ganas de que regrese para volvernos a enamorar.