Boadella y Torra en el Mayo del 18

Image
Juan Luis Pavón juanluispavon1
17 may 2018 / 21:46 h - Actualizado: 17 may 2018 / 21:47 h.
"Pasa la vida"

Después del cachondeo acontecerá la tragedia. Boadella, en el papel de bufón mayor del reino de Tabarnia, está diciendo las verdades que tomarse más en serio sobre la que se avecina en España tras la fallida, por timorata, reinstauración del orden constitucional en Cataluña. El Gobierno de la nación ha permitido que los golpistas siguieran utilizando los medios regionales de comunicación de titularidad pública para subvertir la legalidad, demonizar al Estado y proscribir a los catalanes que se sienten españoles. En ese ambiente, los 2.063.361 votos a partidos independentistas en las elecciones autonómicas del pasado 21 de diciembre, cifra que tampoco alcanzó el 50% de los sufragios, por mor del desequilibrado reparto de escaños que prima a provincias con menos habitantes acaban siendo utilizados como ilimitado aval para que un político prófugo, Puigdemont, nombre a dedo a un colega de mentalidad xenófoba, Torra, aceptan investirlo como presidente de la Generalitat los partidos que presumen de ser de izquierda (Esquerra) y revolucionarios (CUP), y toma posesión del poder ejecutivo en una ceremonia cuasi en solitario, en las antípodas del republicanismo que proclama instaurar. Torra solo prometió lealtad al pueblo catalán, pero lo hizo como un monarca versallesco del siglo XVIII: el pueblo soy yo. O como los presidentes de repúblicas húngaras o guineanas, referente mucho más cierto para definir la impostura democrática que perpetran en Barcelona los usurpadores de la soberanía popular.

Es más adusto el repertorio satírico de Albert Boadella, estos días escenificando en el Teatro Lope de Vega de Sevilla la antología de medio siglo de espectáculos con Els Joglars (incluido el ‘Ubu President’ que dedicó a Jordi Pujol para desenmascararle como sátrapa), que el homenaje tributado a éste el pasado 8 de mayo en la capital catalana por parte de 300 personas muy implicadas en el pesebre pujolista como estilo de gobernanza y control de una sociedad. Con una ovación de tres minutos a quien ha confesado llevárselo calentito a paraísos fiscales, metiéndole la mano en la cartera al pueblo que tanto dice amar, se han atrevido con todo cinismo a iniciar su rehabilitación en actos públicos, y que no solo sea el padrino en la sombra del mayor ataque a la democracia en España desde el golpe del 23-F.

Bajo los adoquines está la playa, era uno de los lemas del contestatario Mayo del 68 parisino, en el que bajo la entusiasta reivindicación por una sociedad más libre se movía la ingenua adhesión a modelos de vida menos libre. 50 años después, en España estamos sufriendo el Mayo del 18. Los jóvenes catalanes de talante anarquista que se jactan de marcar el orden del día gritando “Las calles siempre serán nuestras” le están haciendo el trabajo sucio a camarillas que buscan vivir con coche oficial e impunidad, y cuyos apoyos internacionales son la dictadura de Putin y sus amigos enriquecidos hasta ser hipermillonarios (tan “libertaria” es esa Rusia que sojuzga a los homosexuales y envenena a los disidentes), así como partidos europeos de ultraderecha obnubilados por cualquier intentona de nacionalismo con ínfulas supremacistas. Bajo los lazos amarillos no está la playa sino la resurrección del fascismo, que engaña a los incautos con sus cantos de sirena para alcanzar un paraíso identitario.