Coda sobre García Díaz

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14 may 2016 / 20:55 h - Actualizado: 14 may 2016 / 20:58 h.
"Feria de Abril","Ayuntamiento de Sevilla","Ateneo de Sevilla"

La que le hago al acertado artículo de la pasada semana del insigne Nicolás Salas sobre José Jesús García Díaz, justicia para un hombre bueno. Concejal todoterreno y vicealcalde duracell en la década de los setenta, artífice verdadero del traslado de la Feria a los Remedios, director de aquella fascinante Feria de Muestras que atraía a todos, la de las bombas de agua para los profesionales y de los kioskitos exóticos y los pollitos de colores para los pequeños de familia. Presentador de pregoneros, daba con el chaqué del teatro y con el frac del Santo Entierro su perfecto molde diplomático. Uno de aquellos políticos que hizo posible desde la frontera del viejo régimen la tranquilidad de la transición (léanse sus palabras del Domingo de Pasión del 79) y cuya reserva activa la cumplió abriendo la clausura histórica de la hermandad de la Canina (cuya medalla vinieron a ponerse otros detrás) pero sobre todo en su olimpo máximo de la Cabalgata del Ateneo y del Ateneo de la Cabalgata. Fue el comodín redentor en su biografía pública, tiznada de oprobiosa toda referencia preelectoral, esta dedicación pediátrica a la ilusión de la epifanía que cerró el círculo de una vida comenzada académicamente como licenciado en Bellas Artes. Tuve el honor de coincidir con él en esas lides en mi época estudiantil y beduina y me enorgullezco de haber sido su colaborador. Un gran hombre albergado en un enjuto cuerpo cuya mente estaba más allá de la conversación que sabía mantener con todo el mundo. Fui testigo de su confianza para aquellos que le venían de frente y de su sentido de la gratitud y el reconocimiento en esta ciudad maestra en olvidos. Y me sonrío ante quienes le recuerdan del modo que nunca se atrevieron a decirle a la cara, ese diminutivo que los diminutos usan para llamar a quienes les sobrepasan: Pepito Caramelos. Siempre le traté de don José y aún lo hago. Por hombre justo, idealista, sagaz. Sevillano en mayúsculas, enamorado de sus quehaceres, con los pies en el suelo y la mirada llena de brillos de plata y tules de fantasía. Inteligente en la faena y en la retirada a tiempo. Maestro de muchas cosas. Integrador y buen oyente. Difícil hoy de encontrar. Quienes insistan en el Pepito, se califican ellos mismos en su milikismo del saludito requetefino. Él pertenecía a un sustrato de Reinas del Desierto y Sueños orientales en los que sumía gloriosamente a Sevilla, una vez al año, después de haber dado el duro tajo en el laborioso día a día de la ciudad. Ahí donde despreciarse suelen las ideas ajenas que él en cambio escuchaba y acogía para añadirle un prometedor: «oiga, joven...».