Viéndolas venir

Con el coche al váter

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Álvaro Romero @aromerobernal1
29 nov 2021 / 17:36 h - Actualizado: 29 nov 2021 / 17:48 h.
"Viéndolas venir"
  • Con el coche al váter

Iba a titular este artículo de la manera más soez que todo el mundo puede imaginar, pero a la vista del escrito tan formal y comedido que una madre ha enviado a un colegio de mi pueblo he reconsiderado el título. Sin embargo, a veces uno piensa que ha de expresarse lo más vulgarmente posible para ser oído, o leído. Lo piensa pero no quiere caer en esa tentación inútil de amalgamarnos con los irrespetuosos, de modo que voy al grano. Esa madre ha escrito al colegio quejándose de que determinados listos de su barrio, o del barrio del colegio, quitan una valla que se coloca por la mañana para cortar el paso al tráfico rodado durante los cinco o diez minutos que dura la entrada masiva de alumnos al centro. Estos conductores deben de pensar que la valla se ha puesto ahí por casualidad o por capricho y entonces, como son sobradamente listos, la quitan para continuar con sus vehículos entre niños, jóvenes y padres que se acercan a la puerta de la escuela, como en una romería motorizada porque se trata de gente que, como apuntaba en el título –y sigo conteniéndome- necesitan también el coche para ir al servicio. Incluso para hacer pipí. Comprendan mi contención.

Esta gente que necesita el coche incluso para hacer sus necesidades –sigo siendo comedido- no se conforma con sacarlo para recorrer una distancia a veces ridícula, pues muchos de ellos tardan más en vehículo que andando, sino que, además, necesitan aparcarlo en la acera. Alguno lo mete hasta el pie mismo de algún arriate o árbol. Si pudiera, llevaría a su niño hasta la escalinata misma de acceso. Si lo dejaran, subiría hasta clase con el vehículo, tocando el claxon para que los demás alumnos les hicieran sitio. ¡Que no se quitan!, gritarían, seguramente nerviosos para maniobrar y entrar en el mismo aula con su churumbel, rozando las puertas con el vehículo y hablándole al profesor desde la ventanilla. Puede que resulte exagerado esto que digo, pero a la vista de lo que se ve en las puertas de los colegios, a la entrada y a la salida, no haría falta sino otro cambio más en las leyes educativas –total- para que el esperpento se produjese. Luego de dejar al chico en clase, este tipo de gente tan motorizada se iría al gym, claro. Porque además se trata de gente que no va al gimnasio, sino al gym. Y que, además, no se preocupa de dónde andará el churumbel, ya crecidito, a las dos de la mañana del sábado. Eso sí, a las ocho del lunes, cuando el muchacho o la muchacha entran por el instituto, no ven el momento de dejarlos en la esquina para no colapsar la calle. Qué va. Si ese entra, yo también. Porque la competición de quién quiere más a su niño se solventa solo de lunes a viernes. Y es en esos momentos –entrada o salida de cientos o miles de alumnos- cuando esta espécimen de progenitor anda por allí colapsando la entrada con un vehículo que, por otro lado, solamente se nos ocurriría usar para dar la vuelta al mundo empezando por el Cañón del Colorado.

Lo dicho: gente que necesita ir al cuarto de baño con el coche. Y todo este aparente sentido del humor es, créanme, por contenerme. Lo que pasa es que el asunto deja de tener gracia cuando ocurren desgracias como la de Madrid hace solo unas semanas. Se acordarán de la chica atropellada precisamente a la puerta de un colegio por el coche de una madre que iba a recoger a la suya. Ignoro las circunstancias, pero estas cosas ocurren y ya no nos reímos. En muchísimos centros educativos se ignoran no ya las normas escritas, las señales, las vallas, sino el más mínimo sentido común cuando se trata de llevar al niño al cole, como si cada papá o mamá pensara que ya no hay más niños en el mundo que los suyos. Como si fuera verdad que necesitan ir en coche hasta para cagar. Lo siento.