Costal de piedra

03 sep 2016 / 18:31 h - Actualizado: 03 sep 2016 / 18:34 h.
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  • El monumento al costalero, para el que todavía se busca ubicación definitiva. / Jorge Cabrera
    El monumento al costalero, para el que todavía se busca ubicación definitiva. / Jorge Cabrera

Amanece en Sevilla, en la ciudad dueña de la luz. No será suficiente que el milagro de las murallas, el cielo inmaculado y la brisa del sur vuelvan a exhibirse ante nuestros ojos, afortunados siempre, para arrancarle la sonrisa a todo el mundo. Hoy volverán a levantarse de la cama esas personas que tienen por costumbre echar los pies a tierra siempre –pero siempre– con el «no» por delante, con la pega y la burla, con la crítica ácida en los ojos sin necesidad de beberse siquiera el primer trago del jugo cítrico de las naranjas recién exprimidas. Son personas que se ponen el cuchillo en la boca, que despiertan para criticar porque necesitan hacerlo. Que siempre encuentran la cara negativa de las cosas, la cruz de la moneda, la sal en la herida y, por supuesto, la viga en el ojo del prójimo. Son ciudadanos que gozan en el intento de ridiculizar al otro.

Hoy han vuelto a su cita diaria con la crítica más cruel, absurda, cimentada en el «no» porque «no». Apenas alcanzan a entender que a los sevillanos les puede parecer más o menos acertada la posibilidad de levantar en la ciudad un monumento al costalero. Que unos basarán su apoyo a la idea y otros explicarán su desapego a la misma, pero ambas partes tienen y desarrollan sus razones, de mayor o menor calado. ¿Pero reírse de la idea? ¿Cachondearse de ella? ¿Por qué? ¿Qué daño hace el monumento al costalero en Sevilla? ¿Dónde está el problema para que sea tomado a burla por esas personas que hoy, otra vez, enarbolan la bandera del odio a todo aquello que no lidera su propia miseria?

Se puede estar de acuerdo o no con el futuro monumento al costalero en Sevilla, faltaría más. ¿Pero por qué no damos las razones, a favor y en contra, con la mesura y la razón debidas, con la cortesía que merecen las personas que han tenido la sana iniciativa de rendir homenaje a la gente de abajo? A Sevilla muchas veces, sobrada de gracia natural, le sobra colmillo. Un colmillo que se afila posiblemente en la piedra de la envidia. Iniciativas como esta o cualquier otra nacen en la buena fe. Y así deben ser tratadas. Se puede estar de acuerdo o no. Pero no debemos darle cabida al odio, al insulto o la mala baba. Un costalero de Sevilla, por cierto, es algo muy serio. Muy grande.

Escrito todo lo anterior, el monumento al costalero de Sevilla debería mantener el espíritu esencial que explica su propia existencia, la cualidad primera, la condición indispensable que define y otorga valor a su papel en la Semana Santa y en la propia ciudad. Su anonimato. Que no se reconozca a nadie en ese monumento, que sea un hombre anónimo, desconocido, alguien que mantiene su relación con la imagen desde la más absoluta humildad. Que el monumento sea un homenaje a los miles de hombres que pasaron por las trabajaderas de la gloria de nuestra Semana Santa y no conocemos sus nombres. Humildes costaleros. Casi sin nombre más allá de tus compañeros y del capataz. Un costalero de Sevilla es un ángel sin nombre, una muleta en la que se apoya Dios, un brazo para levantar a su Madre, un cargador de lágrimas, un pie del Hombre más grande del universo. Por eso no puede ser nadie, no puede tener más pretensión que servir desde la entrega, la confianza en su corazón y en el compañero. Y el anonimato.

El costalero de Sevilla merece tener su monumento en la ciudad que le da sentido. Claro que sí. Ellos han llevado y llevan nuestra fe por cada rincón, por cada esquina. Son ángeles que siempre están dispuestos a todo. A cambio apenas de la satisfacción por servir. Por eso son tan grandes.

Sea bienvenida la idea. No es relevante el emplazamiento definitivo. Pero que veamos en esos costales a unos hombres que no conocemos, que no tengan nombre ni afán de ser descubiertos. De lo contrario, no serán costaleros de Sevilla. El anonimato del hombre que se mete debajo es su primera virtud. Que el monumento sea sólo roca pura al servicio de la fe. Y de nuestra Semana Santa.