Opinión

Manuel Bohórquez

Cuarenta años sin Antonio Mairena

Cuarenta años sin Antonio Mairena

Cuarenta años sin Antonio Mairena / Manuel Bohórquez

Tal día como hoy, de hace cuarenta años, moría don Antonio Cruz García, Antonio Mairena, uno de los grandes maestros de la historia del cante andaluz. Lo recuerdo como uno de los días más amargos de mi vida, porque era un acérrimo mairenista. Hoy ya no lo soy, sólo un gran admirador de su cante, como admiro también a Don Antonio Chacón, la Niña de los Peines, Tomás Pavón, Manuel Vallejo, Pepe Marchena o Manolo Caracol. La diferencia es que al señor Mairena lo conocí personalmente y gocé de su amistad durante un tiempo, a pesar de que cuando murió yo sólo tenía 25 años. Algunos mairenistas han puesto en duda esa amistad. Incluso que alguna vez hablara con él. En mi web están publicadas las tres cartas que me escribió, contestando a tres mías, en las que le manifestaba mi amor por su cante. En una de esas cartas me decía que, para ellos, los profesionales de este arte, era “un tesoro de este tiempo”.

La verdad es que Antonio Mairena era un hombre educado y atento. Cuidaba a sus admiradores hasta el punto de contestar sus cartas, escritas a máquina por él mismo y firmadas a pluma. Con sus faltas de ortografías y todo, aunque se expresaba estupendamente. Fue un hombre de una aceptable cultura y era capaz de hablar en público con cierta destreza. Leía El Correo de Andalucía y Abc de Sevilla, entre otros diarios, y era un apasionado de la política. Socialista confeso, aunque hay una anécdota con Santiago Carrillo, que estuvo en el Festival de Cante Jondo Antonio Mairena de 1982. Fui testigo del abrazo que se dieron el cantaor y el líder comunista, y cómo Mairena le dijo al cantaor Luis Caballero: “¡Lo que yo he sentío abrazando a este hombre, Luis...!”. El viejo cantaor gitano se emocionó y le dijo eso a Luis, que era un conocido comunista de Aznalcóllar.

Antonio Mairena, que nació en Mairena del Alcor el 7 de septiembre de 1909, comenzó a cantar pronto, cuando era conocido como el Niño de Rafael. Fue hijo del gitano herrero, de El Coronil, Rafael Cruz Vargas, emparentado con la Niña de los Peines. Al ser aficionado al cante el padre de Mairena, y amigo de cantaores como Joaquín el de la Paula o Manuel Torres, antoñito tuvo la oportunidad de poder iniciarse en el cante acudiendo a fiestas con su propio padre, con el que la relación, por cierto, no fue muy fluida desde la niñez. Pero a pesar de que Antonio comenzó pronto a cantar en los escenarios, le costó hacerse figura. Lo cuestionaban en su propio pueblo, donde no gustaba su cante cuando comenzaba, lo que le hizo bastante daño sicológicamente. En una grabación doméstica realizada en Alcalá de Guadaíra, dice con dolor: “Tengo a gente en contra en mi propio pueblo. Incluso de mi misma familia”.

Su voz natural, gitana, se prestaba poco a la etapa de la Ópera Flamenca (1925-1955), y tardó en vivir sólo del cante flamenco. Pudo hacerlo cuando en 1962, y tras una carrera dura, le dieron la tercera Llave del Oro del Cante en Córdoba mediante un concurso hecho a su medida, cuyas bases hizo él mismo en colaboración con el poeta pontanés Ricardo Molina, su íntimo amigo. No era ni mucho menos la primera figura del cante de esa época, pero todo fue verse con el galardón y hacerse el amo. Ya había una importante corriente a favor del regreso al clasicismo del cante y Antonio, que siempre fue muy listo, supo subirse al carro de los festivales, las peñas y el movimiento de intelectuales interesados en lo jondo. Mandó en el cante durante veinte años, a pesar de las grandes figuras que había: Pepe Marchena, Manolo Caracol, Juan Valderrama y Antonio Fosforito.

El gran maestro no lo tuvo fácil pero supo hacer una obra discográfica coherente y ordenada, que lo defiende y lo defenderá siempre. No fue el único cantaor que hizo una buena obra discográfica, pero sí el que la hizo con más cabeza, de ahí que sea una referencia irrefutable, una verdadera escuela a la que acudir para cantar con sentido el verdadero cante andaluz. Mairena no necesita a esos mairenistas fanáticos que tanto daño le hicieron. Pero él alimentó al monstruo y por eso el mairenismo está devaluado, perdido. Sólo algunos mairenistas, pocos, siguen defendiendo su obra sin fanatismo, con cabeza y capacidad analítica. La mayoría explotan la figura de Mairena en su beneficio, o sea, para dar charlas en las peñas y presentar festivales de verano. O sea, para hacer caja.

Cuarenta años hace que murió y aún vive el gran maestro gitano de los Cruz. Soy más mairenista de lo que muchos piensan. Lo soy a mi manera, con espíritu crítico y sin fanatismo. Nunca he militado ni me he vendido al mairenismo. Ni lo voy a hacer a estas alturas, cansado de casi todo. Quiero a Mairena en la más estricta intimidad, como a Chacón o Pastora. Lo escucho en casa, encerrado en mi estudio, a solas, como leo a Lorca o a Cervantes. Para mí Mairena es cultura, esencia, aprendizaje, además de música para el regocijo. Como Morente, pienso que lo que no viene de la cultura no vale nada y, por tanto, no me interesa. Soy crítico con Mairena y sus caducos postulados gitanistas, porque he investigado más que él y que su amigo Ricardo Molina. Y lo seré mientras viva.

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