¿De verdad es la única solución?

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19 mar 2022 / 12:44 h - Actualizado: 19 mar 2022 / 13:15 h.
  •  Dos miembros de un piquete observan los camiones estacionados. / Carlos Castro - E.P.
    Dos miembros de un piquete observan los camiones estacionados. / Carlos Castro - E.P.

“La verdad es lo primero que se debe a quien de verdad se ama”.
Amar lo nuestro, nuestra tierra, nuestro campo, nuestra industria, nuestra gente, es también un compromiso. El amor ciega, aunque no debería cegar, al menos no en determinadas ocasiones en que para el triunfo de la verdad y la razón debe primar la objetividad. Todos sufrimos las consecuencias de una guerra que nadie desea salvo sus últimos responsables, encerrados en sus despachos y en sus tercos discursos televisivos, unos, en el silencio los mayores culpables. Todos sufrimos el principio de desabastecimiento, ya el principio del terror aunque estemos a miles de kilómetros del escenario de la guerra, motivo de más para que, no sólo nos solidaricemos con los más directamente afectados, los transportistas, sino que estemos junto a ellos pues con ellos sufrimos ya las consecuencias, el desabastecimiento por culpa de una guerra de imposible comprensión, como todas las guerras pero esta un poco más, por la tolerancia a grupos ultras neo-nazis y todo cuanto se nos escapa incluso a expertos que por eso yerran en sus pronósticos e interpretaciones.

El caso es que las consecuencias ya las sufrimos todos, por eso no es necesario aumentar el sufrimiento de la inmensa mayoría. Los huelguistas tienen todo el derecho legal a reclamar sus derechos por todos los medios legales a su alcance y la huelga es uno de los más concluyentes. Pero la sensatez y la solidaridad también requieren que, en respuesta recíproca a la recibida por parte de los sufrientes consumidores, los huelguistas deberían esforzarse para infligir el menor daño posible a las personas y a las familias. Ni en la guerra ni en la paz, ni en situaciones de ningún tipo por más problemática que sea, nos sirven los “daños colaterales” si se pueden evitar. Y este caso se pueden evitar. Se pueden evitar el aumento y el adelanto del desabastecimiento que pudiera ocasionar la guerra. Se puede y se debe evitar también el daño a la naturaleza. La quema de neumáticos, por ejemplo, produce un daño tan irreparable como evitable. Hay muchas formas de cortar una carretera y la peor es quemar neumáticos, pues sus consecuencias trascienden con mucho el motivo que está en el origen remoto de la huelga, ya fueran salarios, maltrato o, como en este caso, el desorbitado precio de los carburantes que hacen imposible el traslado de mercancías.

Lo cual, también, nos lleva a pensar en una forma de mejorar sensiblemente el precio de productos alimenticios y derivados: la compra cercana. Las empresas energéticas cuando se han marcado un beneficio concreto, conscientes y presuntuosas de su poder, se niegan a negociar, sólo piensan en medidas contra el Ejecutivo, que son contra el Estado y en amenazar con nuevos ajustes (de tuerca). El público consumidor sí tiene en sus manos la medida definitiva para minorar las consecuencias del abuso a que las energéticas nos somete a todos: comprar lo más cerca posible del domicilio, tanto la lonja pesquera como la huerta o el fabricante, conlleva un importante ahorro en transporte, lo cual es también ahorro en contaminación y polución. Un ahorro que no interesa a las grandes compañías de transporte ni a las energéticas por cuanto es una minoración del negocio y por tanto de sus beneficios. Pero la toma de conciencia en este asunto trasciende a cualquier negociación. Y es permanente. Si la compra cercana se impusiera en el consumo ahorraríamos todos. Y la naturaleza lo agradecería. Y el riesgo de desabastecimiento en ocasiones específicas como la que vivimos, sería muchísimo menor. Porque, también es preocupante hacernos creer tan dependientes de las importaciones desde Ucrania, como si en España no se sembrara girasol, como si hasta el aceite de oliva —nada más disparatado— viniera también de allí.