El color del cielo

Ella es el borde de un precipicio, una Madre sin su hijo, un hospital inmenso, un dolor sin salida del pánico, un vacío tan inmenso como el espacio infinito

16 jul 2017 / 00:05 h - Actualizado: 15 jul 2017 / 22:10 h.
"Momentos de Semana Santa"
  • El color del cielo

Ella se llama así porque es capaz de abrir los océanos de la fe cuando pasa. Por eso se llama de Las Aguas. Porque no deja que te ahogues, porque acaricia los oleajes de la duda y te embarca en la certeza de sus ojos. La dolorosa del Museo mira hacia arriba porque si mira al espectador lo puede dejar de piedra. Y las piedras se hunden en el agua. Ella es el contrapeso de su Hijo, la dulzura detrás del movimiento, la paz después de la sangre, la cicatriz de la herida. Las Aguas es la clausura y el lamento, la belleza sublime atrapada en un rostrillo, un lienzo en blanco en el que Sevilla dibuja su cielo más cierto, su arcoíris de la fe.

La Virgen de las Aguas es el borde de un precipicio, una Madre sin su hijo, un hospital inmenso, un dolor sin salida del pánico, un vacío tan inmenso como el espacio infinito.

Se marchó a vivir al Museo para disimular su belleza. Pensó que allí pasaría desapercibida, que cerca de tanta luz enmarcada distraería las miradas de sus hijos. No lo consiguió. Para muchos sevillanos el museo es la excusa para ir a verla.

Hoy suena en mi corazón la Oliva de Salteras detrás de un manto liso, una rampa por la que lanzar tus horas a sabiendas que conducen a las afiladas agujas de la emoción más grande. Te vas a retorcer en la cruz de tus lágrimas. Por eso buscas las Aguas, a esa madre, esa mujer, casi de carne, que no dejará que te pierdas en ningún cruce de caminos. La Virgen de las Aguas del Museo habla. Óyela. Le pusieron unas airosas caídas del techo de palio, valientes, más sevillanas que una media verónica, para que se nos olvidara el dolor de la Madre. Pero hay dentro de ese paso un foco, un faro, un cañón de luz, una llamarada. Todo arde en su mirada aunque se llame Aguas. En Sevilla, la Virgen de las Aguas es el fuego de la fe.

El capataz José Manuel Valenzuela estará toda la noche del Lunes Santo pidiéndole a sus hombres que sean suaves con Ella, que no le roce la brisa, que no le duela ninguna pisada, que ya está bien de llorar. Le pedirá al Gitano que abra el compás, le mandará a su peón Álex que se deje el alma en el palo y le dirá a sus costaleros que ya no quiere ver llorar a su madre bendita. La cuadrilla de la Virgen del Museo es de las más afortunadas de Sevilla. Ellos llevan la luz de la fe casi humanizada, hecha Madre.

Pasará. Y veremos otra vez ese manto que tiene el color del cielo de Sevilla cuando empieza a morir el día y empieza a nacer la noche. Y justo en ese instante, en ese preciso momento, en el equilibrio entre su cintura y nuestras ganas de llorar, llegará a nuestro corazón el recuerdo de aquel día que fuimos a pedirle a su casa y, aunque parecía que estaba mirando hacia el cielo, estaba realmente regalándonos su luz.