El fin del peaje

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01 ene 2020 / 10:47 h - Actualizado: 01 ene 2020 / 10:48 h.
  • El fin del peaje

Ayer los políticos se congregaron alrededor del fin de peaje nuestro de cada día, dirección los aires difíciles de Cádiz.

Y es que media Sevilla, ha transcurrido la mitad de su existencia por sus tornos, los cuales nos han definido más por el destino que el sendero... y sin duda, alrededor de los cuales coexiste toda una antropología de nuestra inveterada ciudad.

Para los hispalenses, ese peaje era el lindero entre la oficina y los pantalones cortos de Chipiona; el tránsito a una segunda sevillanía alrededor de la manzanilla; las retamas blancas y amarillas de la arboleda perdida de la mar de Alberti; e incluso el sol que se ahoga, ardiente, tras la obscena bruma de Levante en Santi Petri.

Cada destino encubre una laberíntica singularidad... Los primeros amores bajo el albero que conducía al Club Naútico de Chipiona por nombre Estrella, hasta la parada obligatoria en torno al escaso marrajo disfrazado de pez espada que adornaban las opulentas patatas panaderas con que solazaban nuestra llegada.

La desaparición del Peaje de Cadiz, no nos aleja de esos mismos caminos, claro que no. Seguiremos deambulando hacia ellos como hicieron nuestros padres y ahora nuestros hijos, hacia el mar profundo que nos separaba del miedo mediante una Virgen negra hermanada con Yemaná en La Habana, o el Faro imparable que nos confortaba solo otearlo desde lo lejos.

Ahora tal vez sean otros destinos, pero siempre el mismo Oceano, que rara vez nos conmovieran las frías mareas onubenses.

Será el ultimo día de ese Peaje de nuestras vidas, de esa cartera que nunca acababa de salir del pantalón ante la sempiterna cola; o de esa búsqueda de monedas que rara vez relevaba de un billete final cuando aquellas caían torpemente de nuestras manos.

Claro que es un momento de celebración, pero también de memoria.... La de alrededor de ciento cincuenta personas que fallecieron en la subsidiaria Nacional IV.

Cómo será el recuerdo de sus huérfanos ante la fiesta de un hito que debió llegar mucho antes, quedará en la nebulosa de serpentinas y petardos.

Más allá de todo ello, esas casetas desvencijadas, inermes... que expulsan a sus impersonales ocupantes, no nos relevarán de nuevos encuentros, sin cines de verano, sin tabernas secretas de pescado fresco o sin casetillas en la playa donde guardar sin fin de utensilios siempre útiles, siquiera para esconder nuestra desnudez bajo una aspera toalla.

Al igual que esa arena es consumida como las raciones en Verano, el trayecto, ahora libre, mantendrá la esperanza del amor que se deja entrever en las cortinas ya vetustas de nuestra memoria; o en ese viento de Levante que nos zarandea, destroza, pero al que amas como a la última persona en quien piensas al acabar la postrera noche de una década.