El ‘milagro’ Guadiamar

Desde la década de 1950, Entremuros ha sido la canalización del río que aseguraba la protección de los cultivos de arroz, controlando, como si se tratase de una válvula, la inundación y desbordamiento de las marismas

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Ricardo Gamaza RicardoGamaza
25 abr 2018 / 09:29 h - Actualizado: 25 abr 2018 / 09:29 h.
"Tribuna","Mina de Aznalcóllar","20 años después del vertido de Aznalcóllar"
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No hay que remontarse a muchas generaciones para que los vecinos de Sanlúcar la Mayor recuerden que el Guadiamar tenía playa. La conocida popularmente como la playa de San Miguel era en realidad una zona de pozas donde las aguas del río se calmaban y a las que acudían cada verano vecinos de este pueblo y del resto de la comarca del Aljarafe sevillano a refrescarse ante la dureza de los veranos sevillanos. El paisaje del Guadiamar a su paso por Sanlúcar era, hasta la década de 1970, una estampa de época: jóvenes y no tan jóvenes que se bañaban en sus aguas.

Todo eso cambió cuando la actividad industrial entró en escena. Una gravera situada en una de las márgenes del río, lindando con la conocida Cuesta de las Doblas, inició la extracción de áridos y acabó por modificar el entorno. Las aguas, cargadas con más sedimentos, se estancaban y la vegetación subacuática fue desapareciendo paulatina e inexorablemente. Mientras, Boliden Apirsa compró aguas arriba la mina de zinc de Aznalcóllar y el río empezó también a arrastrar por su cauce los metales procedentes de esta nueva actividad minera. La playa dejó de existir dando paso a un paisaje que cada vez se iba degradando más y más, convirtiéndose en el vertedero ilegal usado por muchos habitantes de la comarca, que arrojaban en los agujeros de la gravera los restos de escombros, electrodomésticos en desuso y hasta animales muertos.

Lo que parecía el epílogo de este río lo puso el vertido tóxico. En la zona de las Doblas es donde más se extendió el lodo tóxico. La vista apenas alcanzaba a ver más allá del color negro reinante en este paisaje llano. Pero como si se hubiese tratado de una larga pesadilla, hoy Sanlúcar vuelve a ver cómo sus habitantes regresan, junto al resto de vecinos e incluso turistas, a las orillas del Guadiamar para disfrutar de la naturaleza. El vertido tóxico de la mina de Aznalcóllar marcó la muerte de un espacio que tuvo que resucitar, aunque fuese con una inversión pública millonaria, en forma de Corredor Verde.

El Corredor Verde del Guadiamar fue la solución que la administración andaluza, puso sobre la mesa para resucitar este espacio en el que ya era imposible mantener cultivos o ganado. No hay otro igual en toda Europa en lo que se refiere a superficie: 4.800 hectáreas. Se ideó desde cero porque no había ningún modelo a seguir. El diseño de la restauración ecológica de un espacio de esta envergadura era un reto y para ello se creó un equipo multidisciplinar de expertos que se afanó en redactar un plan de actuaciones. Lo primero que hicieron fue diferenciar entre dos zonas afectadas: la zona de marismas de Entremuros, a las puertas del Parque Nacional de Doñana, y el resto del cauce fluvial y llanuras aluviales del Guadiamar hasta llegar a la balsa de residuos en la que se originó el desastre.

Entremuros fue la barrera que se puso al avance del vertido tóxico y durante varios meses estuvieron retenidos en esa zona muchos hectómetros del aguas ácidas. Desde la década de 1950, Entremuros ha sido la canalización del Guadiamar que aseguraba la protección de los cultivos de arroz de la zona –los más productivos de toda España–, controlando, como si se tratase de una válvula reguladora, los procesos de inundación y desbordamiento de las marismas. Estas actuaciones sobre el cauce llegaron a modificar la dinámica fluvial hasta tal punto que cuando se produjo el vertido, los meandros inferiores estaban prácticamente aislados porque el agua del Guadiamar se vertía directamente al Guadalquivir a través de un canal estrecho y rectilíneo llamado canal de Aguas Mínimas.

Las actuaciones tras el vertido, llevadas a cabo con el otro gran proyecto de restauración –esta vez a cargo del Gobierno central–, el Plan Doñana 2005, buscó recuperar la funcionalidad natural del río. Logró, aunque más allá de esa fecha de 2005, recuperar parte de esos hábitats perdidos desde la década de 1950, aunque para ello los técnicos tuvieron que recurrir a documentación geomorfológica y topográfica de hace casi un siglo. Respecto a la restauración vegetal de la zona, en lugar de la replantación en las más de 1.600 hectáreas de la zona de intervención, se optó por facilitar la colonización natural de la vegetación palustre, de manera que se acometieron pequeñas plantaciones de parcelas con plantas de saladares que funcionaron como áreas de dispersión.

El otro ámbito de actuación, el que iba de la mina de Boliden hasta Entremuros, fue el primero en el que se comenzó a actuar tras el desastre, retirando los lodos tóxicos y trasladándolos a la antigua corta minera para su posterior sellado. La adquisición de todos los terrenos afectados para tener titularidad pública fue una de las actuaciones más caras y controvertidas, pero era imprescindible para poder reconvertir la que era una de las zonas agrícolas de frutales más ricas de la provincia en un espacio natural protegido.

Sin embargo, el Guadiamar se encontraba en un estado deplorable, de manera que lo primero que hubo que restaurar fue la propia cuenca fluvial. El curso del río se había modificado mediante barreras artificiales con el fin de beneficiar a la agricultura. A esas barreras físicas que se fueron eliminando se sumaron las barreras químicas, que alteraban también el régimen de aguas del Guadalquivir. Los vertidos ilegales de parte de la industria aceitunera de mesa habían dejado prácticamente sin vida ya al arroyo Alcarayón, que vertía sus aguas al Guadiamar. El Gobierno andaluz empezó a perseguir esta práctica ilegal hasta reducirla casi a cero. Actuaciones todas ellas que permitieron al Guadiamar recuperar paulatinamente su vida subacuática.

Mientras, la recuperación de la vegetación de la ribera se acometió por fases. En 2001 con la reforestación con especies autóctonas como álamo, fresno, sauce o almez, pero también con especies características del monte mediterráneo como encina, alcornoque, acebuche o algarrobo. La restauración vegetal no era una meta en sí misma, sino el inicio del proceso de la recolonización de las comunidades vegetales naturales, a la vez que se frenaban los procesos erosivos producidos tras la traumática retirada de lodos tóxicos por excavadoras.

A la vegetación le siguió ya de manera natural la recuperación de la fauna. En pocos años ya se tenía constancia de presencia de especies como el galápago leproso o la culebra viperina, muy vinculadas a los medios acuáticos. La conexión entre dos espacios naturales emblemáticos de Andalucía: Doñana y Sierra Morena, a través del Corredor Verde del Guadiamar terminó de propiciar el milagro de la resurrección de este pasillo ecológico. No tardaron el llegar las aves y el Corredor se convertía en la vía de escape natural de Doñana. Además de lograr una vía de comunicación natural, el Guadiamar ha conseguido devolver el objetivo social a su río, convirtiéndose de nuevo en el punto de encuentro para amantes del cicloturismo, del senderismo y de la ornitología. Un milagro que ha permitido que el Guadiamar renaciera tras el lodo tóxico.